Emilia, una joven odontóloga, está comprometida con un pintor famoso de la ciudad de México, Daniel Gastón, reconocido por siempre pintar a la misma mujer. Este menciona que no es más que un alter ego de él mismo en femenino, pero Emilia no está con...
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El lugar era enorme, sus puertas principales eran de bronce, con detalles exquisitos que simulaban dar un aspecto de palacio. Ya lo había visto decenas de veces por fuera al venir al trabajo, pero por dentro era alucinante, casi como viajar a Londres, aunque no conozco Londres, pero seguro hay cientos de sitios así.
El jardín era inmenso, cuidado meticulosamente, el pasto olía a que estaba recién podado, fresco y dulce.
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Había rosales rojos, rosas y blancos en jardineras rojas de mármol, perfectamente acomodados por color. En medio del jardín había un quiosco de dónde las rosas se enredaban, algunas estaban cerradas, y daba un aspecto más encantador. Tenía tantas ganas de cortar una y usarla de separa hojas.
El techo estaba cubierto por una velaría color crema de donde colgaban lámparas ovaladas con luz cálida. Fácilmente entran trescientas personas. De mi familia serán quince por mucha exageración, pero a Daniel lo ama medio México, así que estará a reventar este sitio el día de la boda.
Me acerqué a la fuente, la cual era gigantesca, tenía forma de pareja bailando el vals más bonito de su vida, el hombre sostenía con delicadeza a su dama y ella tenía los ojos cerrados, solo dejándose llevar por la música y los pasos de su amado. Quien talló esto, tiene un talento increíble, pues el vestido de la dama parece ser de seda y es de piedra. Pero algo más llamó mi atención, en el fondo del agua cristalina de la pileta había centavos. Seguro en las fiestas algunas personas vienen a pedir deseos ¿Qué tan necesitado estará su corazón para hacer esto? ¿Qué cambiará lanzar una moneda? Bueno ¿quién soy yo para juzgar? Amaría que existiera verdaderamente una fuente de los deseos, un solo deseo me bastaría para cambiar el curso de mi vida.
