capítulo 22: Marchito.

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—Hola, buenas tardes —abrí la puerta del consultorio. Diana estaba recostada en la silla dental dormitando—. pero cómo trabajas —me burlé. Ella abrió sus enormes ojos y se levantó deprisa. Corrió a abrazarme. Casi olvidaba su cuerpo tan chiquito y su enorme fuerza al envolverte en sus brazos. Le correspondí de la misma manera, la abracé tan fuerte que la cargué por un momento y traté de darle vueltas.

—Emilia, te extrañé infiernos, ¿dónde estabas?perdón, perdóname —dijo con desesperación.

—La que debe pedir perdón soy yo, tú no hiciste más que quererme, perdóname a mí —los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Eres una tonta, me tenías preocupada. ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido? ¿A dónde te fuiste?

—Mejor que nunca, te lo juro —sonreí. Me limpié las lágrimas con el suéter—. tenemos mucho de qué hablar, ya habrá tiempo. Diana asintió.

—Espera, dejaron algo para ti aquí —fue al locker y sacó una bolsa negra—. Toma, vino Daniel hace más siete meses creo y me dijo que sí te volvía a ver te diera esto.

—¿y cómo lo viste?

—Mal, sí te refieres a que sí se veía guapo, no, se dejó crecer la barba, traía los ojos hundidos y el cuerpo hecho palo, he pasado por su casa y está irreconocible, dejó secar su jardín. Me daba hasta pena, quería ofrecerme a ir a regarlo si es que no tenía tiempo, pero después de la nota del periódico al día siguiente del incidente, seguro me iba a escupir a la cara —soltó una risilla nerviosa—. no, hermana, tengo vergüenza.

Abrí la bolsa, venía una carpeta y unas llaves.

«Las llaves de su casa»

Diana se entrometió queriendo leer lo que decían las hojas.

—Tú no cambias nada, chismosa —reí.

—¿qué? Antes di que no lo abrí ¿qué dice? —inquirió—. ¿Te pide que regresen? ¿Le dirás que sí?

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Yo, Daniel Gastón M por este medio hago público que este documento es mi voluntad y que estoy en plenas facultades, con edad legal, y no actúo bajo presión ni influencia. Cedo mis bienes así como las regalías de mis obras a Emilia Miranda Naez, dándole total derecho de hacer uso o lo que mejor le parezca.

—¡Pero se volvió loco, cabezón! —vociferé. Diana me arrebató la hoja.

—¡No manches! —se llevó las manos a la boca—, ¿qué vas a hacer?

—Nada, no tomaré nada, se le ha zafado la cabeza, yo devolveré o anularé esto. Seguro siente que me debe algo y —suspiré—. Tengo que hablar con él.

—¿Quieres compañía?

—No, lo haré sola.

Guardé el documento y fui hasta su casa, tal y como
dijo Diana, todo estaba marchito, el césped y las jardineras oscuras, los Rosales amarillos y rojos que adornaban el pórtico, no eran más que ramas secas. Tragué saliva con dificultad y me acerqué a la puerta. Sentía un nudo en el pecho y temía por lo que fuera sentir al verle a los ojos otra vez.

Levanté la mani para tocar cuando de pronto se abrió, me paralicé, sentí que el estómago se me subía a la garganta.

—¿Señorita Miranda? —preguntó, un hombre joven y con el cabello crespo.

—Sí, eres... eres el músico ¿no? El amigo de Daniel. Te vi en el ministerio hace un año, Harry ¿Verdad?

—Sí, sí —dijo nervioso—. ¿Sabes algo de él? —inquirió.

—¿cómo? ¿No está?

—Tiene siete meses que no regresa.

—¿Qué? —exalté—. ¿cómo así? ¿Y no lo has buscado? ¿No has avisado de su desaparición?

—Me dijo que tomaría un vuelo a la Ciudad del Cabo, que lo había invitado a la universidad pública a participar en la pintura, pero ya pasaron meses y no sé nada.

—No, yo... yo menos, acabo de regresar a la ciudad y mi amiga Diana me dio esto, me dijo que Daniel se lo dejó para mí.

El joven tomó mi carpeta y comenzó a leerla. Pasé a la casa sin pedir permiso, todo estaba tal cual recordaba, el muro vacío, el patio con retazos de los cuadros hechos cenizas, las toallas en el sillón.

Abrí las habitaciones como buscando algo, olía a polvo, salían pequeñas arañas de las esquinas. Esto no era más que un sitio muerto.

El taller tenía la puerta cerrada, pero tomé valor de girar la manija. Estaba concentrado el aroma a aguarrás pues no se había ventilado el sitio. Encendí la luz, estaba desordenado, había manchas de dedos en las paredes. Se me aguaron los ojos al ver el lugar tan olvidado.

Miré el único caballete armado y estaba ella, había recreado su cuadro favorito.

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Eres el amor de mi otra vida (✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora