Capítulo cuatro: mundo diferentes

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A la mañana siguiente, en cuanto abrí los ojos, estiré mi mano, pero él ya no estaba. El sol estaba dándome en la cara y eso solo significaba una cosa: se me había hecho tarde.

Diana ha sido muy buena al no cobrarme todas estas cosas con intereses. Espero no cansar a esa mujer. Me vestí con lo primero que vi en el armario, no me daba tiempo combinar la ropa ni los zapatos. Trencé mi cabello de manera veloz sin fijarme si por detrás lucía bien hecho. Ya lo tenía lo suficientemente largo y se me dificultaba tenerlo siempre bien peinado.

Apenas pisé los escalones y noté el exquisito olor que venía de la cocina, pensaba irme sin desayunar, pero ese aroma revoloteó mi estómago.

Danny picaba fresas en cubitos, mientras en la estufa se cocinaba huevo revuelto con espinacas, champiñón y queso. En la barra resplandecía una jarra de agua de limón helada. Verlo detrás de la barra de cocina hizo que se me olvidara el mal trago de ayer. Llevaba un delantal negro, sin camisa, solo ropa interior oscura y con su semblante despreocupado. Lo he visto con trajes elegantes decenas de veces, pero sin duda, este es mi atuendo preferido.

Me sonrojaba solo de verle.

—Morenita, buen día, dormiste mucho, sabía que se te hacía tarde, pero no quise despertarte, sabrás disculparme —dijo. Tomó una fresa y la comió de un mordisco.

—Sueño acumulado, creo. Te lo agradezco, quizás me hubiese puesto de malas si me levantabas. Huele muy rico, más de lo normal debo admitir —vi como se le escurría un poco del jugo de la fresa por la comisura del labio. Me acerqué a besarle.

—Sí, encontré este queso extraño en la tienda de Jaime, dice que es ahumado y no sé qué más —Sonrió. Daniel tenía una sonrisa preciosa, una dentadura alineada color mármol, los terceros molares perfectamente colocados y eso era extraño hoy día. Él poseía todo un sueño odontológico entre sus arcadas, sus bellos incisivos de conejito fue lo primero lo primero que vi en él aquella vez en La Ópera café: Estaba a tres mesas de distancia de mí, me miraba de reojo mientras dibujaba en una pequeña libreta, cada tanto me sonreía, pero no me atrevía a asegurar que era en mí en quien se fijaba. Detrás mío estaba un señor de una edad ya madura, y a los lados reuniones de señores importantes que fumaban puro y tomaban café amargo para destrozarse los sesos de acidez, entonces, solo quedaba yo. Me puse nerviosa, trataba de fingir no notarlo y seguir estudiando, pero con ese rostro tan pícaro, no era posible. Personas se acercaban a él cada diez minutos a pedirle que les firmara una servilleta. Por un momento pensé que era actor de cine, un cantante o tal vez...

—¿Pasa algo, Emily? ¿no tienes hambre otra vez? —inquirió.

—No, perdón, solo estaba recordando el día en que te conocí —bajé la mirada, no me había dado cuenta que ya me había servido. Daniel puso una tortilla en mi plato.

—Creo que mis dones de seductor son casi nulos, hasta el día de hoy sigo sorprendido, nunca pensé que podrías voltear a verme.

«¿cómo no verte si todos tenían los ojos sobre ti?»

Eres el amor de mi otra vida (✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora