CAPÍTULO 7

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—Escucha, Annelise —me iba diciendo, más tranquilo que hace cinco minutos atrás—. Te he citado aquí porque quiero arreglar contigo este asunto, una forma muy generosa si me lo preguntas.

Me quedé boquiabierta.

— ¿Una forma muy generosa? ¿Hablas en serio?

¿Tratar de persuadirme con este ridículo teatro de la estudiante y el millonario, queriendo tocarme cada dos por tres para facilitar mejor la tarea? Estaba de coña.

Asintió.

—Podría obligarte a irte conmigo ahora mismo, Annelise, pero no lo hago.

Para ser un Original el sujeto era muy estúpido. Llegar a creer que me iría con él si me jalaba del brazo...pues si eso no era idiota, ustedes me dirán. Coyle estaba frente a una dhampir de quinto año en combate, puesta en su labor para llegar a ser una Cazadora de las mejores.

Me sabía mierda que en su frente llevara escrito «Original del Concejo» con letras mayúsculas, no vacilaría en sacarle la cabeza del cogote si osaba provocarme.

Hasta cree, se burló la arpía, y me reí con ella.

—Mira, señor puro pedigrí —dije con los puños sobre la mesa—. Quizá la placa de Triunviro que llevas brille con todo su esplendor, pero déjame decirte una cosita: nunca me uniré a ti. Puedes encerrarme en tus mazmorras o en un aposento de tu elegantísimo castillo hasta que me pudra, pero mi respuesta siempre será NO.

Se me quedó mirando en silencio, con los ojos entornados y el ceño ligeramente fruncido. La arpía profirió un grito de gloria y chocó las palmas con la atrevida y mi subconsciente, cada vez más amiga de las dos primeras.

Un hombre entró en la pequeña habitación privada a través de las cortinas rojas y nos sirvió las bebidas que habíamos pedido hacía un rato. Elegimos unos platillos, o más bien, Coyle eligió los platillos y el camarero se marchó con la orden anotada y una mueca incómoda en el rostro.

La mirada furibunda que le lancé a Coyle debió haberle asustado más a él que al propio destinatario. No me daba derecho a pedir yo misma, no me quería imaginar cómo sería con lo demás si accedía a irme con él.

Pero nunca lo harás, decretó la voz sensata de mi subconsciente, viendo acusadora e iracundamente a la atrevida, que mucho antes accedió a escuchar a Coyle. De pronto inició una tonada que jamás había escuchado, y por el ritmo ya me estaba empezando a sentir más rara de lo usual.

Rondo Capriccioso, de Félix Mendelssohn —comentó Coyle como si fuese leído mi mente.

Torcí el gesto, viéndolo y recordando que había pedido un risotto para él unos minutos atrás.

— ¿Los vampiros comen alimentos? —no me contuve la curiosidad.

—Por supuesto, señorita Jenssen —replicó fríamente, como si preguntar haya sido la estupidez más grande del mundo. Ya no era «Annelise», por cierto—. Veo que no conoce a los Originales en realidad. ¿Se limita a mantener trato con sus compañeros dhampirs?

Parpadeé. ¿A qué viene esto? ¿No que sabía mucho de mí? No es asunto de él con quién me junte o no, y si pensaba armar conversación insustancial conmigo, no le seguiría la corriente, ah no.

—No veo por qué responderle a sus preguntas si insinúa saber mucho de mí, señor —prueba un poco de tu propia medicina, Coyle.

Su gesto se relajó. Esos labios herméticos volvieron a curvearse y su mirada maliciosa resplandeció complacida.

—Es un buen punto, señorita, y sin embargo tengo que agregar que hasta ahora no conozco a Originales, aparte de los profesores, que influyan en su vida en Stronghold; podría habérseme pasado.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora