CAPÍTULO 11

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Me abrí paso entre la multitud de estudiantes para llegar al sitio rápidamente. Me importaba un bledo que Joy y Layla me gritaran que los esperase, ya no aguantaba más este tarugo que me obstruía la garganta. Me querían joder y yo no lo iba a permitir.

Atisbé el punto a abordar sobre las cabezas de la multitud que se atravesaban en mi camino y apresuré el paso ignorando las quejas soltaban los transeúntes. Me valían madre, porque ahora tenía otra cosa más importante en mis prioridades.

Salté la acera que limitaba con el sendero de pavimento en donde pasaban los coches de profesores y llegué al otro lado para lanzarme frente al mostrador de la cantina.

— ¡Mira, Quil, me dejas esos Cheetos allí o te juro que mañana te levantas sin pelotas!

El chico chico se giró atónito y luego compartió una mirada de confusión y pánico con el vendedor, sin saber qué demonios hacer o a qué se debía este comportamiento por mi parte.

—Pero, Charlie, seguro que hay más —me dijo con una pequeña sonrisa cohibida. Lo genial era que éste se trataba de otro «aceptado» más por su papaíto Original, lo que significaba otro ñoño que se daba de puro y ya no se concentraba en convertirse en Guardián o Cazador.

Me acerqué más a él, invadiendo su espacio personal.

—No, camarada, ve la hora que es —le insté y chasqueé los dedos frente a sus narices para que se apurara. Y lo hizo—. Ya ves, son más de las doce con veinte, lo que quiere decir que ya todo el mundo se ha llevado los demás Cheetos. Fíjate que estoy de un humor de perros, eh. Así que, te lo pongo sencillo: o me lo das, o te olvidas de siquiera pensar tener descendencia algún día.

Quil nuevamente cambió miradas con el vendedor, contando solamente con la indiferencia del hombre, que sabía muy bien de lo que yo era capaz de hacer. Por ende, el muchachito no tuvo más remedio que cederme la bolsa de Cheetos.

Chico listo..., e idiota.

—Gracias, Quil, no te molesto más —le di unas palmaditas en el hombro con una dulce sonrisa y pasé a chocar puños con Davis, el vendedor, que ahora casi se meaba de la risa.

Me di vuelta y dejé el lugar contoneándome hacia la mesa en donde me esperaban mis «ya no tan amigos». Abrí la bolsita y hundí mis dedos en el interior, sacándolos nuevamente con dos cilindros de maíz, tintando mis dedos con ese color naranja característico.

Layla y Joy me esperaban al otro lado del sendero, siempre lo mismo. Una con ganas de sermonearme, y el segundo retorciéndose de la risa. Les sonreí y los tres juntos llegamos a la mesa que solíamos compartir Con Romeo y Julieta... ¡Ah, no!... Perdonen... Con Romeo y Wendy.

—¿Qué onda? —intenté actuar despreocupada, a ver si lograba sacarlos del atolladero con el que me ignoraban—. ¿Quieren Cheetos?

Wendy se sumergió en la lectura de su libro y Romeo apenas me sonrió con una mueca, como para no quedar tan descortés.

¿Pero qué coños les ocurría? Desde que se había regado el chisme de que estaba enlazada con Coyle ya no me querían ni hablar. Lo consideraba un completo absurdo, demasiado estúpido y egoísta de su parte que me vieran diferente sólo por una maldita marca, como si me fuesen salido alas y cuernos.

—Se lo paleó al soso de Quil Rakocsy —añadió Joy invitándolos a compartir conmigo.

Romeo fue el primero en hablar:

—No te mantienes quieta ni un segundo, ¿cierto? Necesitas portarte mal para subsistir —sonrió con un pelín más de confianza, pero seguía estando raro.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora