CAPÍTULO 26

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Resulta que, para rematar de lo lindo este grandioso día de hazañas, llegaron al Stronghold de Washington líderes de la sede de Nueva York. Tres de los principales Triunviros más importantes del Concejo junto a sus aguerridos y rectos Guardianes, entre ellos incluida la ser que me trajo al mundo.

¡Sí, señores! ¡La grandiosa Elodie Jenssen había llegado al Stronghold a media tarde! Qué suerte la mía, ¿no?

¡Ni madres...! ¿Y ahora cómo demonios evito que esa mujer y el vampiro se encuentren?

Conociendo a Coyle, es algo que tenía que suceder sí o sí. Mierda, que él había mostrado bastante interés por Elodie desde un inicio. Si no se puso en contacto con ella antes se debía a que la mujer estaba muy ocupada viajando por Europa con su Original. Era cuestión de tiempo para que la buscara y se pusieran a hablar paja hasta que ella cediera mi custodia.

Es que me la imagino aceptando sin más.

Maldición...

—¡Mierda! —gruñí dando un respingo. Me había estado royendo las uñas y sin querer encajé los dientes en el dedo. Tan lejos llegó la mañita que empecé a botar sangre.

—¿Pero qué te pasa, Charlie? —Layla, a mi lado, se asustó por el repentino arrebato.

Nos hallábamos, ella, Joy y yo sentados en uno de los sofás apartados en la sala común, muy cerca de la chimenea que chisporroteaba y no tan lejos de los ventanales. El lugar estaba lleno de estudiantes que conversaban, no había Originales a la vista. Una suerte que hubiera un descanso de las actividades y los puritos se encontraran reunidos en otro lugar.

Joy soltó una risa entre dientes.

—¿Qué no escuchaste quién llegó?

Layla lo miró con perplejidad.

—No, ¿quién?

Josep, Josep, no sigas por ahí...

Lo que hice fue fulminar al buenorro de Joy con la mirada, causando que se mofara más aún. Es que para joderme la paciencia con este tema estaba bien hechecito el condenado.

—El segundo miembro más importante del Concejo de Nueva York, y con él —hizo una pausa dramática, sin dejar de sonreír el muy guasón—, la Guardiana Elodie Jenssen.

Layla se giró hacia mí de inmediato. Asentí cerrando los ojos, aceptando ante Joy mi derrota.

—Sí, sí, búrlate todo lo que quieras, mamón —le dije haciendo un gesto con la mano para luego mostrarle el dedo medio—. Sabes que no me interesa.

—¿Ah, no? Ahora que lo pienso —hizo como si de verdad lo reflexionara—, estás en graves problemas. Ha pasado un tiempo desde que le echaron chismes a tu mamá sobre tus jugarretas. Me pregunto qué dirá sobre...

Me levanté de inmediato, golpeando la mesita de centro con mis manos.

—¡No lo digas! Yo... Tengo que hacer algo al respecto.

Joy bufó, estirando el brazo en la mesa y recostando la cabeza en él.

—¿Qué, vas a impedir que Coyle y tu madre se crucen en lo que queda de las vacaciones?

Se me encendió el foco... Bueno, en realidad estaba tomando la idea de Joy, pero a diferencia de él, yo iba enserio. Claro que sí.

Intuyendo mis intenciones, Joy se incorporó abriendo los ojos con sorpresa.

—No... No me digas que de verdad lo estás considerando.

Layla puso los ojos en blanco.

—Charlie...

Sonreí muy segura de mí. Sobre mi cadáver estaba dispuesta a permitir que ese estúpido de Coyle le dirigiera la palabra a Elodie. Después de todo, lo más seguro es que terminara soltando chorradas sobre el lazo, para dar broche de oro a lo que es el final de mi vida, claro. Eso, sí, eso era típico de él.

Vaya, qué rápido te has habituado al Original, comentó mi subconsciente como el que no quiere la cosa. Ridiculeces, por supuesto, era lo que siempre andaba soltando. Hay un dicho muy conocido, y creo que no me había fijado en él hasta ahora; sé que la atrevida estará de acuerdo conmigo y es: a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más.

Creo que eso explica mi cercanía hacia Coyle estas últimas semanas. Sí, claro, bufa la pesada sensatez, tú síguete diciendo eso, pendeja.

Ni al caso. Lo había decidido. Tenía que distraer a Coyle a como diera lugar, hacerle pensar que Elodie ni siquiera existía (algo así había hecho yo en casi cinco años). Ahora mismo tenía que hacer uso de esa cercanía que había ganado con él y aprovechar al máximo.

Layla hizo una mueca.

—No me gusta para nada esa sonrisa.

—Síp —asintió Joy negando lentamente con la cabeza—. Ya se volvió loca.

Loca no. Es hora de jugar un poco. Hace tiempo que no me divierto.

****

Parece que la suerte está de mi lado por una vez en mi vida... Por supuesto, excluyendo la de veces que me he escabullido de la Academia para ir a rumbiar como es debido. Sonreí frente a la cartelera que habían dispuesto en pleno pasillo hacia las aulas de clase. Es que esto no podía ser mejor...

Me llevé la mano a la barbilla y froté pensando en las consecuencias de mis actos... Ojo, que esto ocurre en raras ocasiones. Mi sensatez debería estar orgullosa, pero lo único que hacía era quedarse mirándome como si pudiera matarme con la mirada. Ya quisiera...

Los nervios entre los Originales entaban a flor de piel con todo el rollo de los avistamientos de strigoi en las montañas y terrenos cercanos al estado. Las noticias sobre los puritos que fueron rescatados de Idaho y esos lares eran más que ciertas.

Para calmar un poco la situación, el Decano de la Academia junto algunos de los Concejales visitantes, decidieron organizar unos juegos de invierno en los recintos del instituto. A partir de la mañana siguiente empezaron a armar puestos de todo tipo para una especie de festival que acrecentara esos ánimos navideños.

No hubo ni una señal de Coyle el día anterior. Cómo de costumbre, sólo vi a Müller vigilando de lejos. Tuve que acercarme a él porque la curiosidad me mataba, ya que... O sea, se trata de Coyle, el tipo más intenso del mundo. ¿Y que se esfumara un día como si nada?

—Hace un frío de pela aquí afuera, ¿no camarada? —inquirí de lo más casual.

Ah, Müller, no cambias. Tan guapo, alto, serio, y con tu ropa ceñida... ¡Diablos! Es por eso que no terminé odiando a este guachimán.

Él me miró de reojo, cual hombre mastodonte ve a una enana metro y medio, aunque no me llevara mucha diferencia.

—Así es.

Sonreí. Desde que lo conocí, se había vuelto cada vez más expresivo. Supuse que se estaba adaptando a mi cháchara sin sentido y, sabía que no lo dejaría en paz a menos de que me respondiera.

—Y hablando de frío... ¿dónde está el Badblood, que no lo veo?

—El señor Coyle tuvo que salir de imprevisto.

¿Ajá...?

No parecía querer decirme nada más. Resoplé hundiendo un pie en la nieve... ¡No, mis calcetines, joder! Lo saqué rápidamente y me estremecí.

—¿Se puede saber a dónde?

—¿Acaso debe decirle algo, o lo necesita?

Touché, sí o sí. Cállate, Müller. Lo necesito, pero lejos de aquí.

—Cálmate, ¿sí? Que sólo es curiosidad. Lo que pasa es que se me hace extraño que tú, su guardaespaldas personal, no estés con él... ¿Y cuando regresa?

Müller suspiró.

—Hace un par de días que salió del país. Está atendiendo asuntos personales.

Órale. Más asuntos personales. ¿Qué tanto estaría ocurriendo en Alemania para que tuviera que marcharse tan de pronto. ¿Sería por las festividades? ¿Pasaría las navidades en Múnich? Oye... ¡Pana, eso sería estupendo! Me caía como rosas del cielo.

—No aclaró cuándo regresaría exactamente —añadió el Guardián—. Sólo me ordenó que me quedara cerca de ti.

Conque así es la cuestión...

—Ya veo —repliqué sonriendo. Al fin y al cabo, no tendría que preocuparme por nada—. Espero que pase una navidad muy buena.

Müller alzó las cejas. Hasta yo estaba sorprendida de mis palabras. Aunque, no había que mezclar las cosas. Éste era mi lado farsante actuando como si de verdad me interesara el Original, cuando la realidad era que estaba feliz de que no se topara con Elodie.

Ajá, vamos a hacer que te creo, bufó mi sensatez con los brazos cruzados. Esta vez, la atrevida y la arpía estaban con ella. Mi descaro era así de tremendo para que se aliaran en contra de lo que quería aparentar.

—De tu parte. Se lo diré —fue la respuesta escueta de Müller.

Sentí el calor subiendo a mi cara. ¡Maldita sea, no! Me chocaba sonrojarme.

—Es innecesario. No tengo nada que decirle, así que por favor olvídalo. Y, bueno... —estiré los brazos por encima de mi cabeza y le dediqué una de las usuales sonrisas coquetas que me encantaba regalarle—. Tú también deberías divertirte, bombón alemán. ¿O es que ese déspota no te da ni tres días de vacaciones?

Por supuesto, Müller se rehusó a contestar.

La lealtad o la obsesión por seguirle el culo, no sabría decir cuál de las dos profesaba él.

Me alejé regodeándome de causarle una mueca al Guardián. Le había disgustado mi pregunta, eso se notaba a leguas, y me fascinaba por fin sacarle del molde al que se había arraigado. Por otro lado, saltaba a la vista que estaba a punto de estallar de júbilo. La verdad sería increíble que Coyle se quedara en Alemania lo que restaba de las vacaciones.

Aproveché mi recorrido para echar un vistazo al campo donde preparaban los puestos para el festival. De una u otra forma tenían que distraer a los puritos que se hospedaba en el Stronghold, y qué mejor manera que poner atracciones de parques temáticos. A eso le llamaría exagerar, con la noria que estaban instalando no muy lejos de allí. ¿Qué carajos...?

Seguí mi camino, ignorando por completo a los hombres que contemplaban a los trabajadores, incluido allí un Birce con gorro de orejeras peludas.

Menuda pinta.

Eché un último vistazo de reojo y reí al ver que las orejeras se bamboleaban con el viento. En esas me olvidé de ver el camino y... ¡Zaz! Choqué tan fuerte con alguien que terminamos ambos en el suelo. Quise detener mi caída y lo que hice fue empujarlo.

—¡Diablos! —exclamé tiritando. Las manos se me hundieron en la nieve.

—¿Estás bien?

Alcé la vista al no reconocer esa voz. Me quedé muda. Santo Dios que estás en los cielos y que traes a este mundo semejante bombón exótico de ojos verdes... Okey, creo que me pasé un poco. ¡Pero bueno! ¿Qué más podía hacer al ver a ese tipo? No podía mentir, menos a mí misma.

Sus rasgos, todos, varoniles y atractivos... Vaya, cómo me encantaba detallar esa clase de rasgos. Mandíbula lisa, tez bronceada, labios carnosos, ojos verdes con abundantes pestañas... ¡Hasta yo quisiera tener unas así! Tenía un gorro negro, un abrigo enorme y debajo una camiseta negra ceñida. Se había acuclillado junto a mi, para mayor consternación mía.

—Sinceramente... creo que muy bien —repliqué sin apartarle la vista de encima.

Él suspiró con una sonrisa. ¡De paso, se gana como cien estrellas con esa condenada sonrisa! ¿Será que desfallezco de un momento a otro?

—Genial... Por un segundo pensé lo contrario, viendo que despotricabas entre dientes.

Así era, amigo. Hasta que te pusiste ante mis ojos.

Ahora que lo pienso, el tipo tenía un acento en su voz ligeramente grave. No sabría decir cuál, pero le iba de maravilla. Momento... ¿Por qué estoy tan emocionada por este desconocido? Ya había contemplado hombres guapos (¡Y saben de lo que hablo...!), si bien no había reaccionado de esta manera por voluntad propia. ¿Me estará llegando la hora?

No, mensa, no adelantes los hechos, objetó mi subconsciente. Por su parte, la atrevida se encontraba a un lado viendo de pies a cabeza al manjar extranjero; las dos concordamos en algo: ese hombre era el acaparador perfecto para nuestra atención.

Extendió una mano y, sin dudarlo ni un segundo, la tomé. Él sonrió, yo casi me babeaba... Creo que entienden las cosas, ¿no? Y para la madre de los colmos, descubrí que su altura era asombrosa; una cabeza por encima de la mía, unas piernas enfundadas en pantalones de combate que seguro fueron sometidas a entrenamiento constante.

¿Y el torso?, inquirió la atrevida sujetándose del hombro de mi subconsciente para no caer, que dicho sea de paso, mi sensatez casi perdía la paciencia con ella.

El bombón extranjero no soltó mi mano.

—Me llamo León. Y siento haberte hecho caer.

León... León... Es un lindo nombre. Confieso que imaginaba que se llamaba Aidan, Jake, o algo así. De hecho tiene cara de Jake. Pero en fin... No le voy a dar trabas porque lo demás es suficiente.

—Charlie. Y sí, te perdono.

Arqueó una ceja divertido.

—¿No te disculparás?

Alcé las cejas y reí. Vaya, se me había olvidado mis modales. ¡¿Cuáles modales?!, soltaron incrédulas mi subconsciente, la atrevida y la arpía al unísono. Las ignoré, por supuesto, y me encogí de hombros.

—Ah, claro. Pero viendo que ya te disculpaste, creo que no hace falta que yo diga nada.

—¿Qué lógica es esa? —se burló.

—La mía, pues claro. Capta, León —chasqueé los dedos como si fuera obvio.

El chico soltó una carcajada. Qué bien, su risa también me encantaba. ¿Y ahora cómo podré dormir en la noche?

—Da gracias a que eres divertida. Si no...

—¿Si no, qué? Anda, dilo. Soy capaz de vencerte.

—Por supuesto... Eres novicia.

Asentí orgullosa. ¿Qué más si no?

—A punto de graduarme. Tienes suerte de conocer a la futura Cazadora con más objetivos cumplidos en la historia.

León hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y ladeó la cabeza.

—Vaya —miró a lo lejos sonriente—. Entonces tengo competencia. Me gustaría verte tratando de quitarme el puesto. Suerte... Charlie.

Y pasó por mi lado dedicándome otra de sus hermosas sonrisas... ¡Cómo que CUÁ! ¿Es cazador? ¿Competencia? ¿León? Mi cabeza tardó unos segundos uniendo los cabos, cual computadora que se bugueaba.

¡NO ME JODAS!

—¡Eres León Marchetti! —chillé girando hacia él, quien ya se alejaba. Casi pierdo el equilibrio por tal bombazo de información.

Por firulais y su mamá. Este pendejo...

—Qué bueno que sepas mi nombre —dijo León con diversión—. A fin de cuentas, cuando te gradúes, seré tu némesis.

¡Já! Me chiva este malparido... Es que no puedo con las ganas de reír. El muy pendejo se alejó antes de que pudiera pedirle mi respectivo autógrafo, foto con él, abrazo y, qué coño, mi beso en la mejilla. Pues sí, pana. Justo aquí mismito, estuve ante mi ídolo, mi ejemplo a seguir.

El que me motivó a convertirme en Cazadora algún día.

Él era ese muchacho que vi graduándose, cuando yo era una mocosa de quince años. ¡Joder!

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora