CAPÍTULO 8

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Hoy no era mi día, definitivamente.

Puede que los lunes empezaran con una pereza al levantarme, sobre todo si unos amigos míos se quedaron horas al lado de mi cama para sonsacarme los detalles de la cena con el malnacido Original que me marcó. Ya luego, en los entrenamientos, me sentía más activa; si la cosa era normal, claro.

Si la noche anterior no hubiese estado con alguien que no quiero mencionar y que por una milésima de segundo se habría convertido en mi supuesto dueño, quizá no estaría deshecha.

Síp, mi día sentaría de maravilla si todo eso no fuese ocurrido. Pero dado los acontecimientos, mis horas posteriores a la cena se convirtieron en una total mierda. Layla y Joy no dejaron de hacer preguntas hasta que en algún momento se vieron forzados a dejar el interrogatorio, pues me quedé guindada.

Y no es que dormí genial con mi vasto trabajo por deshacerme del Original, no... ya les cuento... Estuve como veinte minutos tumbada hasta que desperté por la contrariada angustia con lo que pasó esa noche. Me la pasé las siguientes tres horas en la oscuridad de mi habitación, tirada en la cama y evaluando los pros y los contras de la discusión con el vampiro.

También luché por reprimir la sacudida que me producía las palabras de Coyle cuando las recordaba sin poder evitarlo, aquellas que parecían tener una amenaza implícita llena de un deseo que estremecía. «Sin embargo, no prometo alejarme demasiado, y mucho menos el no tocarte si llega a surgir la oportunidad.», mi traidor cuerpo respondió al sonido sensual y peligroso de su voz.

Masoquista, repitió mi subconsciente con esa repulsión evidente en cada una de las sílabas. La arpía estuvo muy de acuerdo, cómo no, hasta yo lo estaba. Aunque, estaba segura de lo que mi mente pensaba acerca de Coyle, segura de que lo aborrecía y que deseaba encajarle una estaca en medio del coco.

Mi cordura seguía vigente a pesar de los altibajos que él me había provocado. Seguía pensando igual. Mi cuerpo era el que me preocupaba, ya que desde que esos hormigueos se metieron dentro de mi piel al tocarme, no dejaba de sentir estremecimientos momentáneos sin tener la facultad de quitarme ese recuerdo, porque se había quedado allí pegado.

Asimismo, reflexioné durante una hora entera—tal vez más—sobre su respuesta luego de que le echara en cara que era un viejo rabo verde. Afirmó que no tenía ninguna intención de obligarme a engendrar pequeños mini Coyles, la sorpresa y la diversión en su rostro como si le hubiese hecho una broma me lo había reconfirmado.

Entonces, si ese no era su propósito conmigo, ¿para qué me buscaba? Ya, bueno, que el lazo lo forzó; pero, hombre, ¿no pudo contenerse un poquito aunque sea? Qué sé yo, buscarse a una mujer para desviarse del impulso loco, o al menos para pensar en otra cosa.

Su auténtico comportamiento de caballero del Medievo me hacía algo de gracia; hasta ahora no lo había pensado, ya que cuando estaba frente a él no me enfocaba en otra cosa más que apartar los deseos de mi cuerpo con una buena dosis de arrechera contra el Original. Pero a decir verdad, también me resultaba sumamente atractivo, tal vez porque su buen trato estaba fuera de lugar por ser a la vez muy frío y calculador.

Y aquí estaba yo, perdida en mis pensamientos mientras levantaba las pesas con vigor. Subía, expiraba, estiraba; bajaba, inspiraba, flexionaba. Repetitivas eran las veces, llevaba al menos veinte series de treinta...o no, había perdido la cuenta.

—Pero bueno, ¿piensas quedarte allí toda la mañana?

Conocía muy bien la voz de Romeo, así que no me detuve para verlo, ya sabía que se encontraba de pie a mi lado.

—Ya en serio, preciosa, ¿quieres sacarte toda la chicha o qué?

Lo curioso era que no me sentía para nada exhausta. Yo seguía y seguía con mi rutina—quizá pasada de la raya—como si acabase de empezar. Está bien, que sudaba más que puerco, pero tenía tantas energías que hasta con decir que levantaría un camión de trescientas toneladas es quedarse corto.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora