CAPÍTULO 2

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El cuerpo me pesaba un montón, mis brazos se habían encalambrados, un dolor me cruzaba cada articulación y...sentía mi corazón palpitar con fuerzas en aquel punto de mi cuello en el que los latidos eran más agudos.

Sin embargo, debía tocarme allí para poder sentirlos así de intensos, ¿no? Y no. Mi cuello era el que latía, sacudiéndome.

Mis ojos no se acostumbraron fácilmente a la dolorosa claridad que iluminaba el lugar en que me encontraba. Lentamente me fui adaptando y pude divisar las paredes celestes de mi habitación y el techo escabroso elevando la vista.

Fruncí el ceño y probé con mover el brazo para levantarme, pero no accedió como esperaba. Estuve un buen rato obligándome a mover mis extremidades apretando los dientes para aguantar el dolor que me quemaba.

Logré únicamente incorporarme sentada en la cama con la espalda encorvada. Gemí contra otro choque de malestar en las bisagras y me estiré para aplanar mi dolorida espalda, que protestaba hasta que troné uno de los huesillos, trayéndome más comodidad.

Observé perpleja la ventana con las persianas abiertas que dejaba entrar una gran cantidad de luz a la estancia. Como si me fuera hecho algo, le eché mis pestes. Pero no le dirigía blasfemias a la ventana exactamente, ni al fulgor que me encandilaba. Sino a mi confusión.

¿Por qué no podía recordar haberme acostado anoche? Lo único que tenía claro es que me había quedado con la ropa puesta, que significa que entré a mi cuarto y me tiré a la cama sin más.

¿Por qué no recordaba nada más? Las imágenes que llegaban a mi mente concluían en la cara rabiosa del profesor Adkins por haberme quedado dormida en clase. No me venía nada más, y eso me encajaba un temor fuerte en el pecho, apretándose como un nudo.

Me puse de pie con más facilidad y me dirigí al baño sobándome los brazos con un repentino frío. No tenía idea de lo que hice la noche anterior y este dolor aplastante en mi cuerpo no lograba mantenerme sin cuidado.

Me paré frente al lavabo y abrí el grifo. Curvé las manos bajo la cascada y me eché agua en la cara. Levanté la vista al espejo frente a mí y me perdí en el rostro agotado de la chica del reflejo.

Tenía bolsitas amoratadas bajo los ojos y la piel blanquecina. Aquella chica me devolvió la mirada con el ceño fruncido. Viéndome bien, tenía pinta de papel de baño mojado. Mi pelo enredado caía sobre mis hombros dejando ver apenas la piel rojiza y purpurina de mi cuello.

Se me cortó la respiración de golpe. El terror volvió a introducirse en mí y la bilis comenzó a subirse por mi garganta. De pronto percibí el alarmante olor metálico.

No. No. No. No puede estar pasando esto. ¡No!

Me aparté el cabello como si me quemara el hombro y dejé al descubierto un cuello manchado de una sustancia seca de color rojo oscuro. Embarraba casi toda la zona de la base del cuello y moteaba unas pocas manchas en la tela de mi blusa.

Pero no fue sólo la primera impresión lo que me dejó estática. En la siguiente reflexión dos minúsculas marcas de agujeros asomaban en la piel manchada. La piel a su alrededor tenía un tono morado y rojo. La vena yugular se encontraba brotada desde la marcas hasta la base del cuello.

Abrí los ojos como platos y de pronto sentí que el aire me faltaba. Mis manos temblorosas se aferraban con fuerzas al lavabo y los nudillos se ponían blancos con la tensión. Si un dhampir jamás había padecido de un ataque al corazón, pues creo que yo sería la primera, porque tuve la sensación de que todo mi organismo dio un paro a sus funciones.



 Si un dhampir jamás había padecido de un ataque al corazón, pues creo que yo sería la primera, porque tuve la sensación de que todo mi organismo dio un paro a sus funciones

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Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora