Capítulo Veinte

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Capítulo Veinte

"Stiles"

Sintieron lo grato que era respirar el aire fresco, que no estaba cargado con el hedor a muerte

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Sintieron lo grato que era respirar el aire fresco, que no estaba cargado con el hedor a muerte. Fue confortable contemplar las luces del cielo más allá de la colina y escuchar a lo lejos el rumor confuso de una gran ciudad. Todos mostraban un aspecto grave; abrumado por la revelación que acababa de oír, Theo callaba; Chris adivinó que intentaba captar el motivo de todo aquello, penetrar el significado profundo del misterio que los rodeaba. Por su parte, el señor Argent se sentía paciente, dispuesto a rechazar de nuevo sus dudas y aceptar las conclusiones de Peter Hale.

Scott McCall por su parte, impasible, como el hombre que admite cuánto se le cuenta, si bien lo admitía con espíritu crítico. Como no podía fumar, empezó a mascar tabaco. Peter Hale por su parte, estaba ocupado en algo preciso. Al principio, sacó de su cartera un objeto que se asemejaba a una delgada galleta, como una hostia, cuidadosamente envuelta en un pañuelo blanco; después, dos puñados de una sustancia blancuzca... como pasta de harina. Hizo pedazos la hostia y, trabajando con la pasta, lo convirtió todo en una sola masa. Luego, la cortó en pequeñas partes que enrolló para colocarlas en los intersticios de la puerta de la tumba.

Naturalmente, eso le extrañó a Chris y, como estaba a su lado, le preguntó qué hacía. Theo y Scott, curiosos también, se les aproximaron.

—Cierro la tumba. —les explicó el doctor cuarentón. —Para que el no-muerto no pueda entrar.

—¿Y esta pasta se lo impedirá? —inquirió Scott. —¡Si esto parece una chiquillada!

—¿Se lo parece?

—¿A usted no?

Era Theo quién había formulado la última pregunta. Peter Hale se descubrió respetuosamente antes de contestar.

—Es una hostia. La he traído de Amsterdam. Obtuve una indulgencia.

Esa respuesta los impresionó profundamente y todos pensaron que ante un designio tan grave del doctor (designio que le inducía a emplear lo más sagrado del mundo), era imposible dudar todavía.

En medio de un silencio que testimoniaba el respeto que experimentaban, se colocaron cada cual en el sitio previamente designado por el doctor en torno a la tumba, dónde era imposible que alguien los viera. Chris se compadecía de sus compañeros, especialmente de Theo. Por otro lado, respecto a él, sus anteriores visitas al cementerio le habían acostumbrado a aquel triste y fúnebre lugar; y, no obstante, si una hora antes rechazaba las pruebas de Peter Hale, su corazón empezaba a flaquear.

En la noche, nunca las tumbas le habían parecido tan blancas; jamás los cipreses, los tejos, los enebros, habían simbolizado tan bien la melancolía; nunca los árboles, la hierba, se habían doblegado bajo el viento de manera tan siniestra; ni las ramas habían crujido con tanto misterio, ni los aullidos lejanos de los perros indicaban en la noche tal presagio de pesadumbre.

Te siento dentro (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora