✧JEANE!
XVII.Bajo el ojo del huracán
—¡ADIVINA qué!—exclamé entrando al departamento de Tupac con un sobre abierto entre las manos. Él cocinaba tarareando una canción que pasaban por la radio, llevaba la camiseta sobre el hombro dejando ver su pecho desnudo.
—¿Qué tienes para contarme, cariño?—preguntó girándose, y mirando el sobre, luego a mí.
—¡Me han invitado para que vaya a televisión!—sonreí y desdoblé el papel;—Querida señorita Monroe, me complace invitarla el día viernes a mi programa de televisión a las 21:00 h.s. La considero una mujer llamativa y creo que nos será útil a ambos. Bla, bla bla—Acorté la carta;—Firma, el señor Williams Perry.
—¿Viernes... mañana?—inquirió el moreno poco convencido.
—Sí, así es.—Dejé el sobre arriba de la mesa, y me alisé la falda del vestido.—¡Diablos, debería ir a buscar un nuevo vestido!
—Sé que te entusiasma, pero... ¿Estas segura?—suspiró;—Tengo un presentimiento fatal.
—Quizás es tu lado maternal;—bromeé sentándome sobre la mesa y él rodó los ojos con gracia.—Todo saldrá más que bien, y ambos estaremos un casillero más, cerca de la meta.
Él poco convencido, pero a sabiendas que yo no era fácil de convencer; soltó un suspiro y se rindió.—Esta bien, confiaré en... esta nueva oportunidad.
[. . .]
CONSEGUÍ un vestido azul marino en la tienda, al espectacular precio de nada más, y nada menos que un dólar. Supuse que se vería fenomenal en televisión, que todos envidiarían lo fantástica que me vería y a nadie se le cruzaría por la mente la idea de que estaba gastando solamente, algunas monedas.
La cajera lo dejó en la bolsa mientras me miraba con los ojos entrecerrados, como si me conociera de algún sitio pero por suerte, siendo siempre el ser más precavido de la tierra; Había envuelto mi cabello dorado con un pañuelo al estilo de Beverly Hills, además, había tapado mis ojos con un par de gafas negras. Me sentía casi un espía, le di el dinero, se dio por vencida y salí teniendo mi identidad intacta.
Caminé cerca de cinco calles, la zona comercial era tan amplia; Juraría que nadie conocía cada calle de memoria. Y para mi basta suerte, yo caminaba a pasos agigantados robando alguna miradas en mis curvas notables, pero disimuladas bajo el saco marrón hasta casi cinco dedos sobre las rodillas. El sonido de mis tacones fue opacado por un auto frenando a mi lado;—¡Marilyn! ¿Eres tú?—inquirió un hombre tras bajar la ventanilla; sacó la mitad del brazo y me miró con una sonrisita.
—¿Con quién tengo el placer?—pregunté con elegancia, quitándome las gafas.
—Mi nombre es Richard Robertson, soy el director del programa del señor Perry;—sonrió;—Por favor, déjame llevarte... La calle es peligrosa, y casi está cayendo la noche.