Una reunión desastrosa

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Varios días después desde aquel agradable encuentro, Jotaro se encontraba trabajando en su laptop sentado en el sofá con una pequeña mesa delante suya que le funcionaba como un escritorio en la sala de su hogar. Por supuesto, tenía a su hija a su alcance para poder echarle un ojo en caso de que necesitara algo mientras hacía lo suyo que consistía en jugar con algunos peluches y juguetes que su padre le había comprado. De esta forma, el joven mataba dos pájaros de un tiro al cuidar de su hija mientras trabajaba en sus investigaciones.

De pronto, su teléfono vibró al recibir una notificación.

Jotaro detuvo lo que estaba haciendo y tomó su celular para ver que se trataba de un mensaje de Ichika, el cual lo citaba en un lujoso restaurante del mismo club para el día siguiente. Antes de si quiera poder responder, le llegó un segundo mensaje que parecía más una amenaza diciéndole que no tenía opción de negarse.

El pelinegro suspiró. Tan pronto como había vuelto a tener contacto con dos de las quintillizas, ya lo estaban molestando con mensajes a cada rato para conversar. Si todo eso continuaba así, no podría trabajar en paz. El día siguiente era viernes, así que no había ningún problema en tomarse un descanso e ir a la reunión con las chicas.

Algo que él prefería, era llevar a su hija a todas partes donde él fuera. No confiaba en dejarla en manos de sus abuelos, en especial a Joseph Joestar que en su opinión, solo sería una mala influencia para ella. Ni hablar de contratar a una niñera, Jojo no iba a dejar a su preciada hija con un desconocido. Aunque ella creciera, jamás le dejará tener novio y en dado caso, él juzgará que tan buena opción será.

Jotaro se había vuelto algo exagerado en cuanto a su hija se refiere; apenas tenía dos años y él ya había planificado gran parte de la vida de su niña. Él mismo sabía que se estaba adelantando demasiado pero al ejercer los dos roles de padre y madre al mismo tiempo, no tenía otra opción.

Al día siguiente, tal como lo había citado Ichika, Jotaro se arregló para la ocasión usando unos pantalones blancos; un abrigo del mismo color que le llegaba a las pantorrillas; una camisa negra de cuello de tortuga; zapatos negros con toques violetas y para finalizar, una gorra blanca rasgada por la parte trasera que se fusionaba con su cabello color azabache.

Sí, similar a su antíguo uniforme escolar pero ese era su sentido de la moda y probablemente jamás cambiará ese estilo por el resto de su vida.

Terminó de prepararse metiendo sus objetos más imprescindibles en su bolsillo, tal como su teléfono, cartera y llaves; por último, iba cargando a su hija con el brazo izquierdo.

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Jotaro salió del taxi después de pagarle al chófer y entró al lobby del edificio privado donde fue reconocido de inmediato por los recepcionistas de siempre que estaban algo confundidos por verlo una segunda vez en un mismo día, ya que usualmente él solo venía en las mañanas a ejercitarse en el gimnasio, pero esta vez, él venía con su ropa elegante, que al usar conjuntos similares casi siempre, ya era considerado como su vestimenta casual.

—Señor Kujo, que sorpresa verlo por aquí de nuevo, ¿se puede saber el motivo? —preguntó uno de los recepcionistas atendiendo el vestíbulo del edificio.

—Me citaron a este lugar en uno de los restaurantes. ¿Sabe en qué parte se encuentran las señoritas Nakano? No me dieron bien los detalles —respondió él con tranquilidad.

—¿La señorita Ichika Nakano y sus hermanas? Por supuesto, ellas se encuentran actualmente en el restaurante Le diamant d'or.

—Muchas gracias.

Un tutor muy serioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora