06 : placas y anillos de boda

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─Mi hijo nunca haría algo así.

Un tenso silencio cayó sobre la habitación como una alfombra pesada. Los policías se miraron mientras sus placas brillaban con cada movimiento.

Y para ser sinceros, Rosa Serrano encontraba esto muy molesto. La cantidad de anillos en sus propios dedos brillaban tenuemente bajo la luz de su cocina.

Cada uno demostraba su existencia, metas en su vida que había tomado como logros y puntos y aparte en su vida.

El anillo que había adquirido a los quince años, el último regalo de su padre. Un simple anillo de bodas dorado de su marido ahora fallecido.

Pero aquellas placas que osaban titilar bajo la débil luz de la cocina, no significaban nada para ella. Solo estaban allí para intimidar, para mostrar que la ley no le temía a nadie, al menos eso parecía.

Rosa sabía muy bien lo corrupta que era la fuerza de policía en realidad. Era la razón por la que era viuda.

Y ahora se atrevían a arrastrarse hasta su casa con las noticias de que su bebé era un hombre en busca y captura.

—Señora, le disparó a un oficial de policía, dos veces. Se le vio compinchado con Akira Kogano, no hay nada que pueda...

—¿Demostrar que mi hijo no es un fugitivo? ¿Qué quizás hay una segunda parte de la historia que me estáis contando? Jovencito, he visto más en un día de lo que tú has visto en toda tu vida, no soy ninguna anciana loca en negación.

Con las palabras que impulsaron a los policías a sentarse, Rosa se levantó lentamente ignorando el dolor que se apoderaba de los talones de sus pies, su espalda dolía mientras se incorporaba lentamente.

Aún era joven, pero su cuerpo no lo pensaba. Trabajando de noche, llevando a casa ingresos extra, siendo esa madre.

—Creo que hemos terminado —dijo fríamente. Sus nítidos ojos azules observaron a los hombres vestidos con un uniforme azul. Varios mechones de cabello blanco le hicieron cosquillas en la nariz y acariciaron su mejilla, pero no se molestó en apartarlas, mirando cómo los oficiales se colocaban las gorras mientras asentían.

—Gracias por su tiempo —fue todo lo que dijeron, y ella observó cómo salían por la puerta, el momento en el que la puerta se cerró de golpe. Rosa colapsó, sus rodillas se rindieron y se desplomó en su silla, echando la cabeza hacia atrás mientras miraba la luz parpadeante.

¿Su hijo, Leandro, disparando a un hombre hecho y derecho?

Este era el mismo chico que se negó a diseccionar una rana en sus primeros años de instituto y había llorado por el pobre animal muerto por dos semanas.

Era un amor, no un luchador.

E incluso si aquellas declaraciones de testigos presenciales eran más o menos ciertas. Entonces tendría una buena razón para hacer algo así.

¿Pero quién podía confiar en la policía hoy en día al fin y al cabo?

[ • • • ]

—¡Esto está buenísimo! ¡¿Estás seguro de que no eres Dios?!

—No que yo sepa, no —se rio Dante mientras observaba cómo engullía los macarrones con queso casi sin pausar entre bocados para respirar.

Dios, tenía hambre.

Una vez que tuve claro que no podía comer más, empujé suavemente el bol, casi gimiendo de satisfacción por el sentimiento de un estómago lleno. Solo la comida de madre podía hacerme tan feliz.

Al pensar en mi madre, mi sonrisa se desvaneció y observé el bol.

Mamá, ¿qué estará haciendo ahora?

No había pasado tanto tiempo desde que nos mudamos a los estados, probablemente unos tres años. Mamá no podía con la muerte de papá y la desaparición de Mikey, así que se arriesgó.

Recogió sus cosas y se fue conmigo y con mi hermana, y siguió adelante.

—¿Pasa algo? —dijo Dante suavemente acercando una silla. Se sentó con el pecho apoyado en el respaldo, su barbilla metida en el recodo de sus codos.

Lo observé un par de segundos, sintiendo cómo la tristeza en mí se expandía. Se formó una bola tensa en mi garganta, un bulto que me tragué rápidamente negando con la cabeza.

—Nada, solo... cosas.

—Puedes hablar conmigo si quieres, Leandro, te has comido mi comida, has lavado los platos y me has ayudado a limpiar, lo máximo que puedo hacer es escuchar. —Sonrió. Hachiko y Akira se habían ido sin decir palabra sobre adónde iban, ni dándome ninguna pista sobre lo que debería de estar haciendo, así que había ayudado a Dante a limpiar el pequeño espacio descubriendo que había una cocina y un cuarto de baño.

La chica, Pana, había entrado de repente con provisiones pero se había escabullido antes de que pudiera hablar con ella.

—Lo siento... Es solo que no quiero ser una carga, me acabas de conocer y no creo que quieras escuchar cómo me quejo. —Me reí acariciándome el pelo, y Dante levantó las cejas casi en reprimenda.

—Se me concedió mi título de madre por algo, no es solo un apodo bonito, sabes.

Me tiré de un padrastro. Por dentro, estaba dividido entre hablar de algo que había estado aguantándome mucho tiempo, y pintarme una sonrisa y fingir que todo iba bien.

Pero Dante estaba esperando pacientemente, esperando a que eligiera una de esas opciones. Así que respiré hondo y crucé los brazos exhalando suavemente.

—No soy americano, sabes, me crie en Cuba la mayor parte de mi vida, y supongo que nunca ha sido fácil...

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora