08 : cogiendo manos metafóricas con la niña de papá

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—Ya conoces a este hombre.

La belleza platino lució un dedo de manicura en dirección a la imagen, sus ojos examinando al castaño frente a ella.

—S-Sí, señora Alzina —titubeó, Henare había visto muchas cosas aterradoras e inquietantes.

Le había quitado un arma de las manos a un ladrón, encogido una extremidad cortada, limpiado los baños de la gasolinera.

Pero ninguna de estas era tan aterradora como la mujer que tenía delante. No era mucho mayor que ella, él tenía 19, ella 21.

Él podría ser el confidente junior más joven de los estados, pero ella era la niña de papá más aterradora del mundo.

—A este mismo hombre se le ha visto compinchado con el criminal en busca y captura Akira. ¿Eres consciente de esto? —Claro que lo era. Si no conocías la búsqueda más grande del país, entonces probablemente vivieses bajo una roca como Patricio estrella o algo así.

Leandro Serrano era su mejor amigo, su hermana era su superior. Sus madres se juntaban cada fin de semana para cocinar.

Claro, Henare era consciente.

—Es uno de mis amigos más cercanos, señora —aseguró, mirándola. Sus ojos se llenaron de sorpresa. No debía de pensar en Leandro como una persona de verdad, con relaciones de verdad con gente de verdad. Para ella, probablemente fuese un delincuente sin nada más que hacer que disparar a oficiales de policía y ayudar a criminales en busca y captura.

—También sé que no es un mal chico, no quiero faltarle el respeto, pero ha culpado a la persona equivocada, señora Alizna —dijo Henare suavemente mientras la tensión en la oficina subía lentamente, moviéndose nerviosamente bajo su mirada intensa.

—La gente puede cambiar...

—No en tan pocas horas, fui el que lo dejó en el trabajo aquel día.

Henare se levantó, estaba harto de esto. Leandro era una buena persona, ¿por qué estaban haciendo esto? ¿Por qué asumían lo peor?

Puede que porque no lo conocían igual que él. Para ellos, era una estadística más en la base de datos de los Estados Unidos, no le habían hecho caso hasta ahora.

La puerta se abrió de golpe y ambos se dieron la vuelta. Una castaña se encontraba en la entrada, sus ojos se convirtieron en dagas sentenciosas mientras miraba a Henare, y luego a Alizna.

—Discúlpeme señorita, pero Henare, te necesitan en la oficina.

Henare se levantó de golpe antes de que la hija del alcalde pudiese protestar. Sin decir palabra, rozó a la castaña al salir, quien se ajustó las gafas, cerrando la puerta de un portazo sin decir ni pío.

—Me has salvado la vida, Violetta —le agradeció con un gran suspiro de alivio. Ella le dio una palmada en el hombro con una sonrisa amable mientras se abrían paso por el vestíbulo.

—No te preocupes, no la aguanto.

—Tiene buenas intenciones...

—Para su propio beneficio. —Violetta puso los ojos en blanco. Henare no la podía culpar por no gustarle la otra chica.

—¿Qué tal está tu madre? —dijo Henare suavemente, los hombros de Violetta se congelaron y negó con la cabeza, encogiéndolos.

—Solo está cansada de que todo el mundo intente hacerle cambiar de opinión sobre su propio hijo. Pero no puedes cambiar la opinión de un Serrano una vez que la defiende.

Henare se dio cuenta de las ojeras bajo los ojos de la castaña, la forma en la que andaba, arrastrando los pies como si el mundo se le cayese sobre los hombros.

Lo que, en un sentido, era verdad. Era la primera mujer en el cuerpo de policía, la única en su sector, así que todo el mundo estaba esperando a que la cagase, a que cometiese algún error.

Y, como si esto fuera poco, su hermano pequeño había sido acusado de ayudar a un asesino. Sus preocupaciones solo iban a más.

—Todo ira bien, Vi, las cosas se arreglaran poco a poco, solo sé paciente.

—¿No haciendo nada por mí misma? —respondió cansada, y Henare entornó los ojos.

—¿Tenéis opción? —dijo suavemente, y los ojos de Violetta se cerraron de golpe, se deshizo del cansancio negando con la cabeza.

—No, no tenemos, pero yo sí.

[ • • • ]

—¡Akira! ¡Colega! —Salté hacia el chico tan pronto como cruzó por la puerta, envolviéndolo con mis brazos, dándole una cálida bienvenida, pero él me apartó refunfuñando. Sin embargo, no me daba miedo seguirle.

—¿Y? ¿Qué tal todo?

—He decidido que voy a revisar el caso, sacar pistas, averiguar por qué se me tendió aquella trampa y ver si eso me puede ayudar —dijo Akira sentándose pesadamente en el sofá, abriendo su portátil.

—¿Y yo?

—No puedes volver si aceptas ayudar —dijo Akira suavemente, pero eso no tenía nada que ver con mi decisión, la policía había fallado en salvar a mi padre, pero yo podía ayudar a salvar la reputación de Akira.

—Ya sabes mi respuesta, hermano, cuenta conmigo. —Le extendí mi puño y él lo miró sorprendido antes de tocar sus nudillos con los míos. Ambos miramos inmediatamente a la pantalla, al mismo tiempo.

—Vale, a ver, mi primer destino es por las afueras, me fui muy pronto cuando vi lo vacías que estaban, pero podríamos ir otra vez y ver si las personas que viven allí nos pueden decir algo.

Y así como así, ahora éramos un equipo.

—Creo que viví allí alguna vez —recordé, tocándome los labios, pensativo. Era un barrio difícil, pero también era bastante tranquilo.

—Bien, entonces conocerás su distribución —señaló Akira, y yo asentí con entusiasmo. Cerrando el portátil, se acercó a los otros chicos sentados tras la encimera de la cocina, estaban hablando de sus cosas, en voz baja.

—¡Hachiko! Nos vamos —gritó, y Hachiko asintió. Mientras nos acercábamos a la puerta, debió de recordar algo. Akira se llevó una mano al bolsillo, sacando una pequeña pistola, la blast-away 3.0, según el resplandor suave y apagado de su cubierta.

Me la dio con una mueca de dolor.

—Esto es todo lo que tengo.

Le di vueltas al objeto en mi mano, dejando que mis dedos acariciasen las líneas azules al final del mango, y lo metí en mi bolsillo, palmeando el hombro de Akira con suavidad.

—¡No te preocupes, hermano! ¡Me encanta!

Su rostro se convirtió en un sonrojo de sorpresa ante este cumplido, y empezó a juguetear con el pomo de la puerta, abriéndola suavemente antes de extender la mano sobre mí para coger dos gorros.

Uno me lo dio a mí antes de ponerse uno él mismo.

—Agacha la cabeza, no digas nada y nadie te verá.


OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora