03 : disparar a policías y otros deportes extremos

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Antes de que pudiera pensar en lanzarme a la puerta, Akira me agarró del brazo y me tapó la boca con una mano. Parecía que el fugitivo no confiaba tanto en mí. Volvimos al punto de partida a pesar de su confesión.

Un secuestrador y su rehén. Suspirando irritado, me retorcí, tratando de liberarme de su fuerza, pero él me sacudió bruscamente, matando mis deseos de libertad.

Intenté morder la suave carne presionada contra mi boca, pero Akira no movió un solo músculo. El sonido de una conversación tranquila se escuchaba al otro lado mientras intentaban dar con una forma de entrar.

Por lo que pude calcular, Akira tenía aproximadamente 30 segundos para pensar en cómo mantenerme callado, luchar contra una cantidad desconocida de policías y huir. Pero la única salida era a través de aquella puerta sellada por la que los policías trataban de abrirse paso.

Mierda. Oye, pelo fregona, haz lo que te digo o te arrepentirás, ¿de acuerdo?

Se escuchó el suave chirrido de un desintegrador, sentí cómo presionaba el frío cañón contra mi cráneo y tragué saliva mientras sacudía la cabeza en mudo acuerdo.

Entonces no éramos amigos. De esa parte estaba seguro. Era mi vida o la suya, y él siempre iba a elegir la suya, obviamente.

Apartó su mano de mi boca y se limpió la palma a lo largo de sus vaqueros oscuros. Me había tomado la molestia de lamerle la mano un par de veces por si acaso, pero no parecía que le hubiese importado mucho.

Cruzando mis piernas, vi como se desplazaba hacia un lado del marco de la puerta, su arma ahora presionada contra el costado de su muslo, y exhaló temblorosamente. Sus labios se movieron y traté de descifrar lo que estaba tratando de decirme.

De pronto, sin previo aviso, la puerta se partió en pedazos, y una silueta azul se precipitó a través de ella. El brillo de una placa hizo que mi corazón comenzase a correr una maratón, cayendo de rodillas mientras lloraba de alegría.

¡Estaba a salvo!

Sin embargo, esa pequeña llama de alegría fue sofocada tan rápido como había sido encendida. Akira se abrió paso a través de los policías, los cuatro.

Observé con la boca abierta cómo le daba una fuerte patada en la tráquea a uno, un puñetazo en el estómago a otro y una patada voladora en algún lugar sensible a otro más.

Todos cayeron como moscas. Toda la habitación temblaba mientras caían uno encima del otro, inconscientes. Akira permanecía de pie frente a ellos con la cara retorcida de ira.

Fue entonces cuando me di cuenta de que mi secuestrador no había usado ni una sola vez su desintegrador y vi cómo le propinaba una patada a una de las pistolas de la policía a un lado con asco, mirándome con la cabeza inclinada.

—Creo que ya te puedo dejar aquí.

¿Me estaba dejando ir? ¿Así como así?

—Espera, ¿por qué...?

—No tenía intención de hacerle daño, señor Leandro, no hay mucho que pueda revelar sobre mí además de la verdad, vuelva con su madre, estoy seguro de que le estará echando de menos –dijo firmemente con una sonrisa tensa antes de meterse las manos en los bolsillos y alejarse.

No fue hasta que llegó a la puerta que distinguí un leve temblor en una de las manos de la policía. Observé en silencio cómo el dedo del oficial se enroscaba alrededor del gatillo. Akira no tenía idea de lo que iba a pasar.

Asegurarme de estar a salvo, o evitar que un fugitivo reciba un disparo.

Sin siquiera pensar en ello, ya me había puesto de pie. Caminé hacia el arma más cercana.

Evitar que un fugitivo reciba un disparo.

Preso del movimiento de la adrenalina por mis venas, apreté el gatillo. Sintiendo el peso del arma y apuntando bajo. No me permití pensármelo dos veces antes de apretar el gatillo y sentir cómo mi brazo volabas hacia arriba con el impacto.

El sonido de un grito varonil me hizo saber que había dado en el blanco. Me puse de pie y miré al oficial, ahora sosteniendo sus dedos ensangrentados.

Puede que no sea un excelente luchador, pero podría ser un gran francotirador. Akira estaba paralizado, sobresaltado más allá de toda medida, parecía un ciervo a la luz de los faros de una furgoneta.

—¿Qué cojones...?

—Es hora de irse, amigo; parece que ahora estoy contigo –le ordené, agarrándole por la chaqueta y echándole por la puerta antes de que llegasen los demás policías.

[• • •]

—Ese era mi último refugio seguro –gruñó Akira, lanzando un puñetazo contra un árbol impulsivamente. Suspiré, dejándome caer sobre la suave y húmeda hierba. También estaba enfadado conmigo mismo; le había disparado a un oficial de policía. A un maldito policía. Había dejado escapar a un delincuente en busca y captura. Mi cara probablemente ya estaría en todos los carteles de búsqueda, justo al lado de la de Akira.

—Mira, greñas, probablemente haya tirado mi futuro a la basura por ese disparo...

—Te dije que te fueses, no que me ayudases. Nunca pedí tu ayuda, Leandro —replicó él, con las mejillas sonrosadas, las cuales marcaban un fuerte contraste con su palidez, y sus ojos de un color púrpura enojado. Mordiéndome el labio, lo miré en silencio y él miró hacia abajo, con las manos apoyadas en las caderas.

Y me eché a reír.

La risa consumió mi cuerpo mientras su expresión pasaba lentamente de enfurecida a confundida solo haciéndome reír aún más fuerte, rodando sobre mi espalda. Me sostuve el abdomen para calmar el dolor que sentía.

No pude evitarlo, parecía un puto viejo tan rojo y pálido. Parecía un viejo estúpido, pero entonces me acordé de que este era el mismo hombre que había podido derrotar a cuatro policías con tan solo sus puños, lo cual solo lo hacía cientos de veces más divertido.

—¿Qué te parece tan divertido? Pareces un tonto dando vueltas así –se quejó y, entre mis lágrimas, pude ver que toda su cara ahora había adoptado un tono rojo oscuro. Después de lo que pareció una eternidad, mis risas disminuyeron. Inclinando la cabeza hacia atrás, miré las estrellas por unos segundos antes de sentarme y agarrar la mano de Akira, quien soltó un gruñido. Lo bajé para que estuviera sentado frente a mí. Cara a cara, corazón a corazón, tan cursi como suena.

—Mira, sé que no nos llevamos muy bien...

—No nos llevamos bien, en absoluto –interrumpió. Lo fulminé con la mirada lo suficiente para que me dejase continuar mi discurso.

—Pero ahora he cometido un delito grave, así que tendré que quedarme un tiempo contigo, y no puedes abandonarme porque tú has sido quien me has metido en esto.

—Creo que fue tu impulsividad lo que te metió en esto, en realidad –corrigió, levantando una ceja.

Otra mirada, unos segundos más de silencio.

—Entonces, ¿por qué no trabajamos juntos? Limpia tu nombre para que yo pueda volver a la Guarnición y tú puedas dejar de huir de las autoridades.

—Lo he estado intentando durante los últimos meses, ¿cómo me va a ayudar un tonto extra? –le respondió Akira con ferocidad. Esto era obviamente un tema sensible, pero necesitábamos hablar sobre ello si alguna vez esperaba llegar a casa sin un expediente policial.

—Tan solo dame una oportunidad.

Akira dudó, mirando la hierba ante él en silencio. Frunció los labios antes de mirarme y, posteriormente, asentir lentamente.

—De acuerdo, pero tienes que seguirme el ritmo. Mañana por la mañana te conseguiremos un arma.

—¿Cómo? Ni siquiera tengo licencia –balbuceé, pero Akira ya se había acostado en la hierba con un hierbajo entre los labios y una sonrisa de complicidad.

—Tengo contactos.

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora