09 : el casino bajo tierra

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—Me acuerdo de este lugar, un viejo asqueroso me quitó el balón jugando al fútbol, se ve que odiaba a los niños.

—Triste —respondió Akira apenas mirándome, apretando mi mano con fuerza. Si hubiésemos estado en cualquier otra situación me hubiese apartado y le hubiese llamado la atención por intentar ligar conmigo. No es que me importara.

Pero estaba asegurándose de que no me desviase, lo cual encontraba algo ofensivo. Mi período de concentración no era tan corto.

—Deberíamos de habernos disfrazado, así al menos podría sentir mi mano —me quejé, sintiendo los nervios de mi mano muriendo lentamente, el idiota estaba muy cerca de romperme los dedos.

—Muy bien, cerebro azul, aquí puedes demostrar lo que vales —susurró Akira sin avisar de que se había anticipado a los hechos, las calles estaban desiertas, pero seguía sin ser buena idea andar por ahí como si nada. Así que agarré con torpeza mi pistola, dejando que mi dedo se colocara sobre el gatillo.

Ahí fue cuando las preocupaciones me inundaron. Si llegaba el momento, ¿podría disparar? La última vez había sido por instinto, pero ¿podía fiarme de la adrenalina para apuntar a alguien con un arma y disparar?

—Ey, no lo pienses, hazlo. —Una mano amable acarició mis nudillos y miré hacia arriba, dándome cuenta de lo pálidos que se habían tornado mis dedos, y el sudor bajando por mi cuello. Mirando a Akira, me obligué a sonreír, asintiendo con entusiasmo.

—No te preocupes por mí, impulsividad es mi segundo nombre, al fin y al cabo —respondí siguiéndole mientras miraba rápidamente a nuestro alrededor, esperando a que un policía saltase de entre las sombras, o quizás el sonido de un arma. Tan solo la idea de una bala hacía que mi herida aún vendada doliese un poco.

—¿A dónde vamos, exactamente? —pregunté suavemente, y Akira no respondió, caminando sigilosamente por las aceras desiertas a paso firme.

Pasamos delante de varios complejos de edificios, todo el mundo seguía dentro, era un día terriblemente frío, y a la gente no le apetecía mucho salir, pero aún así el silencio me hacía sentir algo incómodo.

—Aquí. —Akira se detuvo en seco y casi me choqué con su espalda, haciéndome a un lado para evitarlo.

Habíamos parado frente a un edificio aparentemente normal. Todos eran iguales, salvo por los números.

456

—¿Qué tiene de especial este?

Otra vez, silencio. Akira subió por las escaleras y yo le seguí, llamó a la puerta con cuidado, haciendo una especie de ritmo antes de detenerse, mirando a su alrededor disimuladamente como si de repente se hubiera dado cuenta de lo vulnerables que estábamos.

Después de unos segundos, la puerta se abrió un poco para mostrar oscuridad, mientras mis ojos se acostumbraban a ella pude ver un solo ojo mirando por aquel espacio, analizándonos a Akira y a mí en silencio.

—¿Contraseña?

—Kaltenecker —recitó Akira sin dudarlo, y la puerta se abrió lo suficiente para que pudiera pasar. Y, por supuesto, yo le seguí.

Entrando por la puerta, estaba prácticamente pegado al chico. Todo era silencio y oscuridad dentro del bloque de apartamentos, una escalera y una ventana sucia iluminaba la primera planta.

Olía a óxido y calcetines viejos.

No recordaba así estos apartamentos.

Me centré en el dueño del ojo que nos había dejado entrar. Era un encorvado hombre anciano que no dijo ni una palabra mientras bajábamos las escaleras.

Solo quedaba una hilera de escaleras por bajar, pero el anciano no se detuvo, caminando al lado de los escalones y desapareciendo por una oscura grieta detrás de ellos. Antes de poder preguntar nada, un estallido de luz verde claro apareció desde una pequeña grieta en la oscuridad.

Eso, y un olor a tabaco y dedos sudorosos.

No sabía qué aroma era peor, dando arcadas seguí a Akira a través de la pequeña apertura, demasiado ocupado intentando no vomitar como para darme cuenta de que había un casino debajo del apartamento 456.

Desde luego, no como recordaba estos apartamentos.

Parecía ser bastante grande, ocupando bastante espacio. Hombres fornidos sentados en mesas verdes, barajando sus cartas, lanzando sus fichas, incluso había empleados vestidos de blanco y negro, repartiendo dinero y números mientras los clientes apostaban.

—Qué cojones.

—Bienvenido, amiguito, al casino más popular y oculto de la ciudad —respondió Akira con una amplia sonrisa, casi como si estuviera orgulloso de revelarme este pedazo de él. ¿Akira apostaba? Eso pregunté. El chico me dedicó una mirada divertida.

—¿Qué...? No, claro que no, solo vengo para informarme, hay muchas personalidades turbias que saben más de lo que valen.

Mientras pasábamos cerca de una ruleta, casi me tropecé con algo, agarrando a Akira me enderecé antes de que se apartara, caminando delante de mí.

—¡Oh! Lo siento, querido, será mejor que aparte esto, no me gustaría que alguien derramase su bebida por esto —arrulló una voz y yo miré, una señora anciana se daba la vuelta sentada en su silla, agachándose para recoger su pequeño bolso de abuela. Mientras me observaba, algo dentro de mí encajó.

Me... Me sonaba.

—Oye... ¿Te conozco? —pregunté confundido y ella hurgó en su antiguo bolso, antes de sacar un caramelo y ofrecérmelo.

—Oh, no, querido. No creo que me conozcas —respondió con un leve y materno movimiento de cabeza. Su rostro estaba arrugado, pintalabios desigual e irregular se extendía por sus labios como si estuviera intentando sentirse joven de nuevo.

Pero, joder, me sonaba muchísimo.

—¡Cerebro azul! ¿Vienes o no? —gritó Akira, claramente impaciente.

—Claro, sí, sí, voy —tartamudeé y acepté su golosina, dándole las gracias a la señora seguí a Akira, aún pensando en ella. Sin embargo, todos los pensamientos sobre la anciana se desvanecieron en cuanto Akira tomó mi mano.

¿Por qué me tocaba tanto?

—Akira... qué.

Antes de que pudiera continuar, me había llevado a una esquina oscura, lejos de las luces y ojos fisgones. Para cualquiera, parecía que estábamos teniendo una conversación profunda e íntima. Pero cercana y significativa eran las dos últimas palabras que querría relacionar con este lunático.

—Escucha, no he estado respondiendo tus preguntas ahí fuera porque había una posibilidad de que nos estuvieran escuchando u observando.

—¿En este lugar? —contesté con incredulidad, estaba a centímetros de él, nuestros dedos de los pies rozándose ya que me había inclinado para escucharle mejor. Mechones de sus greñas le hacían cosquillas a mi frente.

Qué asco.

—Nunca puedes estar seguro, así que lo más seguro para los dos es que actúes como si estuviéramos... juntos. Esta gente quiere el dinero de imbéciles como tú.

—¿Quién ha dicho que vaya a apostar? —respondí con recelo, y me gané una corta y penetrante risa de Akira. Agarrándome por el cuello de la camisa, el chico me acercó a él, y parecía que nos estábamos besando.

Esta idea hizo que mi rostro se calentase mientras sus labios acariciaban mi oreja, y sus exhalaciones rozaban mi nuca

La habitación estaba insoportablemente caliente, y olía algo extraño, pero la suave esencia silvestre del pino me relajó.

Ni siquiera sabía que hubiese árboles de verdad en Troplis.

—Solo sígueme el rollo, Serrano, confía en mí —dijo suavemente, y yo suspiré. Su perfume estaba jugando con mis neuronas.

—Está bien, pero me debes mucho, colega.

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora