07 : patito

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¡Hola! Aquí el traductor.

En el fanfic original, algunas frases están escritas en español ya que este capítulo se centra en la familia de Leandro, que es hispana, así que las partes que hablen en español las pondré en cursiva.

Eso es todo. ¡Feliz lectura! <3

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El castaño hizo una mueca cuando la presión en la esquina de su ojo hinchado aumentó. Apretando los dientes y su ojo sano, aguantó las ganas de llorar. No se atrevía a moverse sin querer y arriesgarse a empeorar la situación.

─¿Te has metido en una pelea, mi amor? Nunca creí que viviría para verlo por mí misma ─suspiró la anciana mientras merodeaba alrededor de la cara del niño, utilizando sus manos gastadas con suavidad para acariciar su ojo herido con un paño frío.

El sonido de una mosquitera enrollándose hizo que su atención se centrara en la puerta de la cocina, un hombre grande y corpulento llevando un paquete de lo que parecía comida para pájaros los miraba desde la puerta. Su ceño estaba lleno de sudor, prueba de un difícil y largo día bajo el sol.

¿Dónde está ese niño?

El pequeño niño se congeló ante aquella retumbante voz y salió corriendo de inmediato, escondiéndose detrás de su abuela. Se asomó un poco para mirar al gran hombre mientras su abuela colocaba una mano sobre su cabeza.

Aquí, mijo.

El pequeño niño se quedó sin aliento, ofendido ante aquella repentina traición, pero el hombre ya había soltado la comida, caminando hacia él sacudiendo la cabeza de desaprobación.

Se agachó delante de su madre, besando suavemente su frente antes de desviar su atención a su hijo.

─¿Leandro?

¿Papá? ─pio Leandro en respuesta mientras temblaba detrás de su abuela traidora.

─¿Podemos hablar?

─No lo sé, papá, yo sé que puedo, pero ¿tú puedes?

Soltó el pequeño niño tapándose la boca de una palmada, su pequeño y moreno rostro tornándose rojo de vergüenza ante su susceptible respuesta, pero su padre solo se rio, extendiendo la mano hacia Leandro, quien chilló de terror.

─No estoy enfadado, cariño.

Aquel pequeño apodo fue suficiente para calmar a Leandro y paró de esconderse, mirando a su padre, sorprendido.

─¿No estás enfadado?

El padre de Leandro sacó una silla, sentándose y colocando al pequeño niño en su regazo con un suspiro derrotado.

─Claro que no.

En silencio, la abuela se levantó sin hacer ruido y se fue de la habitación con una pequeña sonrisa y negando con la cabeza. Los hombres necesitaban privacidad para hablar, después de todo.

─¿Te importa contarme lo que ha pasado? ─preguntó su padre, y Leandro empezó a moverse nerviosamente, ignorando completamente los ojos de su padre mientras decía suavemente:

─Algunos niños del colegio se estaban burlando de Veronica... ─fue diciendo cada vez más bajo. El padre Serrano asintió, comprensivo.

─¿Qué estaban diciendo, cariño? ─El pequeño apodo era un fragmento de la infancia de Leandro. Su madre decía que sus orejas sobresalían especialmente, pareciendo un par de patas de pato a las que un patito tendría que acostumbrarse.

Por suerte para Leandro, pudo librarse de aquella incómoda etapa de su vida, pero no del apodo.

─La llamaron loca, papá, ¿por qué una mujer no puede ser policía?

─¿Quién dice que no pueda? ─respondió su padre con suavidad. Sorprendido, la cabecita de Leandro dio un respingo y miró a los sabios ojos de su padre─. Puedes ser lo que quieras, patito, no dejes que sus palabras te afecten, no tienen importancia comparadas con tus sueños.

El padre Serrano sonrió, acercando una mano a la cara de Leandro y acariciando su párpado inferior. Resultaba que el pequeño niño había estado llorando sin darse cuenta, incluso el suave dolor de su ojo hinchado ya se había disipado, al haber estado escuchando las sabias palabras de su padre.

─No llores, patito, todo irá bien, la vida sigue adelante.


...


Una lección en la que Leandro se había obligado a creer.

Era terrible. El peor crimen que había atormentado a la ciudad de Havana, pruebas de huir de la policía, violencia en grupo y pérdida de vida.

Este tipo de cosas le pasaban a otras personas, pero esta vez. No.

El shock llegó al alma de Leandro, enfriándola como sus zapatillas llenas de agua congelaban sus dedos de los pies.

Su aliento salía en forma de pequeños jadeos mientras luchaba por respirar, el dolor se apoderaba de su corazón con un sentimiento parecido a tornillos clavándose uno a uno, exprimiendo la resistencia de su valiente espíritu.

Parado frente a la piedra, se dejó caer aún más profundo en el abismo en su interior mientras observaba el ataúd negro como la tinta ser bajado, dos metros bajo el suelo.

Un lugar en el que el sol no brillaba. A papá le encantaba el sol, le encantaba el aire fresco de la mañana, el sabor del salado océano.

Le encantaban muchas cosas, pero ninguna de ellas importaba ya.

Leandro estaba entumecido, sintiendo cómo una parte de él acompañaba al ataúd. Cada pala llena de tierra, un montículo más sobre una parte importante de él.

Y era su turno. Se le dio la pala, sintió el peso de la cabeza de metal. Viendo cómo se hundía en el cálido barro, reblandecido por las pesadas capas de lluvia incesante que hostigaban a los dolientes.

Leandro se dejó creer que el cielo estaba llorando con ellos. Entristecido por la posibilidad de un mundo en el que su padre ya no existiera.

El aire a su alrededor se restringió, sin ver ningún sentido en continuar su ciclo infinito ahora que él ya no respiraba.

Cogió la pala, ahora llena de montículos de tierra que lanzó al hoyo, el agua de lluvia mezclándose con sus lágrimas. Las limpiaba suavemente, y solo por un segundo, se dejó creer que era su querido y anciano padre limpiándole las lágrimas una última vez.

La vida sigue, patito. No vivas en el pasado.

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora