14 : las bendiciones de Hachiko

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Cuando Rosa Serrano decidió sentar cabeza y tener hijos bajo un techo cálido y seguro, no esperaba nada más.

Claramente, había subestimado los límites de la maternidad. Pero quién iba a pensar que su propio hijo estaría solo en algún lugar donde ella no podría protegerlo.

Rosa miró las fotos enmarcadas junto a la televisión.

Recogiendo la ropa con sus manos cansadas, exhaló y comenzó a pensar.

¿Su propio bebé, el niño al que había criado, un hombre en busca y captura?

Algo no le olía bien. Girando el anillo en su dedo, cerró los ojos mientras dejaba caer su cabeza y su fino cabello se desparramaba sobre la cabecera del sofá.

―Oh, Leandro. Mi pequeño y crédulo patito ―dijo en voz alta. Se sobresaltó cuando escuchó un fuerte golpe en la puerta.

Con el aliento atascado en la garganta, se puso de pie de un salto y miró el reloj.

Faltaban horas para el toque de queda.

¿Quién podría ser, tan temprano?

Con un gruñido, tomó una linterna, se acercó lentamente a la puerta y, asomándose por la pequeña mirilla, se quedó sin aliento.

Inmediatamente abrió la puerta y vio a su propio hijo cargando un cuerpo inerte.

Reprimiendo un grito de sorpresa, le apartó de la luz del porche y cerró, para volver a comprobar si había cerrado bien la puerta.

―¡Leandro! ―La palabra apenas había salido de su boca cuando él la envolvió en un abrazo. Ella lo abrazó con fuerza, temblando, le dolía el corazón mientras sostenía a su pequeño patito.

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Inhalé el dulce aroma de mi madre, sintiendo mi rostro húmedo engancharse en los mechones de su cabello mientras me abrazaba con fuerza. Sus dedos se aferraron a mi nuca y se negó a soltarme.

Sus palabras, un galimatías de inglés y español.

Yo mismo estaba lloriqueando.

Habiendo estado tan absorto en el ajetreo de los últimos días, había cubierto la constante nostalgia que había sentido.

Cuánto anhelaba volver a la casa a la que no podía regresar.

Cuando mi madre me soltó, me pellizcó la oreja con fuerza y yo reprimí una protesta.

Me lo merecía mucho.

―Mi amor, ¿qué diablos esta pasando? ―Ella tocó mi rostro, sus ojos me buscaban mientras limpiaba un hilo de sangre de mi mandíbula.

Un suave gemido interrumpió mi respuesta y me di cuenta de que me había olvidado de Akira.

―Oh, Dios... ¿Eso es...?

Me agaché a su lado, tocando su frente. Sentí que se me helaba la sangre.

Seguía sangrando y mi camisa estaba empapada con su sangre. Aunque no estaba hablando, pude ver la mirada suplicante en sus ojos.

Esa bala tenía que salir de ahí.

―¿Mamá, todavía tienes tu máster en medicina...?

―Sí, pero ¿por qué?

Me levanté de inmediato, agarrándola por los hombros, notando lo bajita que era comparada conmigo, lo mucho que yo había crecido y lo mucho que le había quitado que la había dejado tan marchita.

Una punzada de culpa atravesó mi corazón al pensarlo, pero Kira dependía de mí.

―Akira, necesita tu ayuda.

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―Me preocupa.

―¿Lo de Akira?

―Y lo nuestro.

Hachiko levantó la mirada sorprendido, su cicatriz se arrugó al ver a su pareja tan cansada.

El moreno se había quitado las gafas, sus dedos trazaron el borde de la desordenada mesa baja. Hachiko estaba tendido en el sofá, su pie daba toquecitos en el suelo distraídamente mientras leía el periódico.

―¿Qué pasa, amor?

―No... No me llames así.

Hachiko reprimió un gruñido de enfado. Dante estaba teniendo uno de esos momentos otra vez. Levantándose, se acercó, abrazando el hombro de su prometido, dejando que su aliento le hiciera cosquillas en los pequeños mechones de su nuca.

―Lo siento, ya te lo dije, pero tenemos que esperar un poco...

―Han pasado 3 años, Hachi. ¿Cuándo te vas a aclarar? ―La voz de Dante era gélida. Hachiko lo soltó, alejándose y mirándole la espalda.

―Ni siquiera tenemos nuestro propio hogar, Hachi, vivimos con ese gremlin menor de edad, nos codeamos con un niño con problemas paternos y... ―Dante se detuvo, respiró hondo y enterró el rostro entre sus manos.

―Lo siento, sueno muy egoísta ―soltó al fin. Su voz temblaba. Hachiko tragó saliva.

Se sentía muy culpable, todo era culpa suya, al hacer que Dante esperara tanto tiempo. Dando un paso adelante de nuevo, le tocó el hombro sintiéndose herido. El otro le apartó la mano.

―Dante...

―Necesito... Necesito un tiempo ―susurró, levantándose y tomando su chaqueta. Hachiko no vio el brillo de las lágrimas de frustración en los ojos de su pareja.

Solo podía verlo alejarse y cerrar la puerta de golpe.

Hachiko tenía muchas bendiciones.

Entonces, ¿por qué no estaba luchando lo suficientemente por la mayor bendición de su vida?

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OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora