12 : hijo de la noche

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Me desperté con el sonido de un silencioso llanto. Desorientado e inconsciente extendía la mano adormilado, sintiendo el calor presionado en mí y acercándolo a mí con un gruñido.

—Ah, prima, tranquila, solo ha sido una pesadilla —murmuré, obligándome a volver a dormir, pero el horrible dolor de mi pierna protestó. Sintiendo el frío calando mis huesos mis ojos se abrieron de golpe, siendo consciente de mi entorno.

No estaba en Havana compartiendo cama con mi prima. Y la persona a mi lado no era mi prima.

Joder, ni siquiera era por la mañana.

Me quedé sin aliento cuando vi a Akira acurrucado perfectamente contra mi costado. Sus nudillos, helados, presionados contra la parte expuesta de mi abdomen, su rostro sobre mi hombro, su barbilla inclinada haciendo que sintiera su aliento en mi cuello.

No fue hasta que lo aparté torpemente que vi las lágrimas en sus mejillas.

Así que no me había imaginado aquel sonido. Instintivamente extendí la mano, usando la esquina de mi chaqueta para limpiarle las lágrimas. Entré en pánico cuando sus ojos se abrieron poco a poco, sus ojos violeta examinándome por unos segundos antes de llevar su mano a la mía, aún tocando su rostro.

Mi mano ardió ante el contacto de sus dedos y me aparté rápidamente, mi rostro ardiendo.

—Buenos días, idiota —casi grité. Él parpadeó confuso, frotándose los ojos mientras le echaba un vistazo a su reloj.

Decidí no tocar el tema de las lágrimas, por ahora, lo interrogaría luego.

—Oh, mierda... ¡Leandro, ya son las tres de la mañana! Solo tenemos dos horas para mover el culo, ¿por qué no me has despertado antes?

Porque me sentía bien.

—Porque lo necesitabas, joder, ¿has visto las ojeras que tienes? Pareces un puto mapache —tartamudeé deshaciéndome de ese pensamiento.

—Gracias, las tomo como marcas de batalla.

Alcé las cejas ante esa frase.

—Primero ni siquiera desayunas, ¿y ahora esto? Tu madre no te crio bien. —Me arrepentí de inmediato de esas palabras cuando su rostro se nubló. Dejé de sonreír. —Kira... Lo siento, no quería...

—No te preocupes, no pasa nada —contestó dándome la espalda, olvidando cualquier momento que hubiésemos compartido. Me di una patada a mí mismo en mi mente.

Buen trabajo, Leandro, te acabas de burlar de un puto huérfano.

Pero no lo sabía, pero debía de haberlo asumido. Solo podía imaginarme el tipo de vida que Akira había tenido hasta ahora. Pero era un criminal en busca y captura, ¿quién había sido?

No pude ahogarme mucho más en mis pensamientos ya que Akira había salido del pequeño callejón, y yo le seguí, no muy entusiasmado ante la idea de quedarme atrás.

El frío aire de la noche era una gran mejora después de la sofocante atmósfera de nuestro escondite. Las estrellas brillaban y centelleaban bajo el esmog de la contaminación y las farolas a la vuelta de la esquina.

—Bueno, y ¿adónde vamos exactamente? —susurró Akira mientras nos desplazábamos lentamente, haciéndome tomar el mando. Me di cuenta de que estaba confiando en mí. Akira había puesto la suficiente fe en mí para protegernos a los dos.

Aquello prácticamente me hacía brillar.

—Ya lo verás —contesté misteriosamente. El silencio reinó, tan solo oyéndose el sonido de nuestras pisadas y dos suaves respiraciones.

Parecía que íbamos a conseguirlo sin que nadie nos viese hasta que Akira se paró de repente. Confundido, miré hacia atrás dos veces, acercándome a él mientras se escondía tras una cabina telefónica.

—¿Qué...?

Me tapó la boca de un manotazo, sus ojos violetas centelleantes bajo la luz amarilla de las farolas. La mitad de su cara estaba sumida en las sombras, así que solo podía distinguir su nariz y sus labios curvados.

—¿Oyes eso? —susurró. Yo callé, agudizando mi oído para escuchar algo más que el suave crujido de las hojas de los árboles sintéticos, y los escuché.

Suaves zumbidos que seguían un ritmo, casi como pasos sordos. Miré a Akira, quien solo me devolvió la mirada tan confundido como yo.

Miramos más allá de la cabina con cuidado, conteniendo la respiración aterrorizados. Mi histeria solo aumentó cuando las vi.

Tres pares de brillantes luces paseando por las calles de Trópolis. Tres pares de pies mecánicos, con tres pares de brazos translúcidos con automáticos.

—K-Kira... ¿Qué cojones son esas cosas?


La figura encapuchada paseaba por las calles silenciosamente, le gustaba pensar en sí misma como parte de la noche más que los estúpidos pronombres que a la gente de Trópolis les gustaba tanto discutir.

Ella, él, él, ella.

Aunque le gustase identificarse como mujer durante el día para encajar, encontraba comodidad no encajando en ninguna categoría y desatándose de cualquier etiqueta en la oscuridad de la noche.

Sabía cosas que la mayoría de gente no sabía. Podía captar conceptos y fórmulas que mucha gente no podría captar en años. La capucha de la sudadera que llevaba se estaba volviendo demasiado cálido y la figura encapuchada se la bajó, dejando que el frío aire de la noche besara sus redondas mejillas, la luz de la linterna reflejándose en sus gafas, una mano estirándose para pasar los dedos por su pelo corto.

La mayor parte de las noches, estaría buscando cosas que hacer, lugares que explorar o solo pasando el rato en cualquier tejado contando las estrellas. Pero hoy tenía una misión. Una pequeña tarea para apoyar a su amigo.

Un zumbido hizo que su corazón se acelerara, y en segundos se subió la capucha de nuevo, manos analizando los edificios a su lado en busca de algún recoveco o escondite. Al fin, se detuvo enfrente de una panadería abandonada de mediados del 2000, sus ventanas estaban tapadas con tablones, y su puerta cerrada firmemente.

Sin dejar de centrarse en el firme zumbido, la figura encapuchada comenzó a trepar, escabulléndose detrás de un lado del edificio como una araña, y era consciente de la cantidad de leyes que estaba violando.

Allanamiento de morada, estar fuera después del toque de queda. La lista seguía y seguía.

Pero también sabía una cosa. Técnicamente no estabas rompiendo las normas si no te habían pillado.

Mientras el zumbido se hacía más fuerte, la figura encapuchada al fin se escondió debidamente, agachándose en el irregular tejado y asomándose por una esquina con cuidado.

Los patrullas, sus ojos carmesí analizando las calles rápidamente en la oscuridad de la noche. Eran máquinas de matar humanoides, translúcidas y silenciosas.

No mucha gente las conocía, pero solo salían por la noche, patrullando las calles vacías para buscar algún rezagado.

La figura encapuchada había memorizado sus patrones hacía meses, habiendo sufrido un ligero corte de una de sus silenciosas balas tan solo una vez.

Una vez que al fin se habían retirado, la figura encapuchada se levantó, rebuscando en su mochila para asegurarse de que todo su contenido seguía allí.

Pequeños viales de cristal llenos de un líquido morado algo agradable de mirar, aún aburridos, y completamente inofensivos.

Una sonrisa secreta se desplazó por su rostro mientras se levantaba, antes de desaparecer en la noche.

Por ahora.

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora