10 : el jefe de la mafia y compañía

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—Leandro —dijo Akira con aspereza, dejando que mi nombre acariciase su lengua, sus ojos brillaban burlonamente bajo las claras luces verdes.

Akira era una persona completamente diferente cerca de otros fugitivos. Solo podía observar con la garganta seca nuestros dedos entrelazados sobre la mesa. Mientras mi corazón latía violentamente en mi pecho, miré hacia arriba. Mi nuez subía y bajaba ansiosamente mientras procesaba la escena a mi alrededor.

Estábamos presidiendo la mesa de una ruleta, en la que estaba la mujer anciana. A cada lado, una variedad de diez personas, la mayoría hombres, nos miraban con curiosidad. Uno con una submordida terrible y ceño fruncido nos observaba en silencio y recordé su nombre.

Marty Krugman, el gran jefe de la mafia.

Estaba empapando mi ropa de sudor.

—No te creo —anunció al fin con su típico acento neoyorquino mientras metía una mano en un bol de patatas. Dándole una gran calada a su cigarrillo, negó con la cabeza, apretando la mandíbula. Claramente no estaba convencido de que yo, el hombre al que Akira había secuestrado supuestamente no fuese más que un interés romántico.

Akira no era de ese tipo de personas.

Yo me congelé pero Akira no se movió, una coqueta y amplia sonrisa se extendió por el rostro del chico, una sonrisa que me dio un escalofrío. Solo lo empeoró cuando extendió su brazo por detrás de mí, colocando sus dedos sobre mi cuello y acariciando mis clavículas con dulzura mientras hablaba.

—No eres el único que puede tener juguetes, Marty.

Esto se ganó un afable ataque de risa en toda la mesa mientras mi rostro se sonrojaba, sin embargo, un suave apretujón de la mano de Akira me ayudó a calmarme.

Así que este era mi papel.
Leandro, el juguete del fugitivo.

Dándome cuenta de que había vuelto el silencio, me enderecé, sabiendo de repente qué hacer.

Le eché un vistazo a Akira, dejando que mi mano llegara a sus clavículas y jugueteara con uno de los botones de su chaqueta.

Entreabriendo mis labios y moviendo suavemente mis pestañas mostrando pura inocencia, hice un puchero. Mis ojos eran solo para él, el resto de la mesa no era nada para mí.

—Kira... No digas eso, qué vergüenza.

Mis orejas ardían de la humillación mientras el público de apostadores disfrutaban de mi actitud sumisa. La situación me daba náusea, y me esforcé muchísimo en no levantarme, darle la vuelta a las mesas e irme corriendo de allí.

Odiaba esto, odiaba todo. Pero había aceptado.

No podía descifrar la expresión de Akira a través de su máscara de puro desprecio. Había demostrado a toda la mesa que tan solo era una fuente de favores y ahora me estaba rechazando. Yo seguía tan preocupado como el vaso de agua cerca de la mano de Marty.

Pero en realidad estaba escuchando, observando cómo Akira lidiaba con ellos, charlando con el jefe de la mafia y los demás fugitivos.

—¿Caramelos, querido?

Miré a la anciana mientras me ofrecía otro caramelo duro. Sin decir palabra, acepté agachando la cabeza en agradecimiento. Mientras sentía el frescor de la hierbabuena en mi boca escuché, apoyando una mano en la rodilla de Akira.

Mientras observaba sus cartas, vi cómo evitaba hacer contacto visual.

—Sobre los galra, nada nuevo. —Marty gruñó pensativo, y yo hice una mueca mientras una nube de humo llegaba a mi cara. Haciendo que mis ojos se llenaran de lágrimas y mi garganta picase, pero no me atreví a toser, dejando que mi sistema respiratorio se quemara en silencio.

OH! LEANDRO. leakiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora