Capítulo 18

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EL EVENTO
|Leonardo Pereira|

A la mañana siguiente apenas y amaneció fui directo a la oficina a dejar todo en regla. Trabajaríamos hasta las dos de la tarde para que todos los demás empleados tuvieran tiempo para arreglarse y asistir al evento que daría inicio a las nueve de la noche.

En cuanto a Sara, ella me pidió que le diera el día de cierta manera "libre". Todos los retoques más sencillos los haría desde su casa y solo tendría que visitar el salón a eso de las cuatro de la tarde para cerciorarse de que todo ya estuviese listo.

—Señor, tiene visita — me informó Marisol. La secretaria de Amelia.

— Hágale pasar.

Esperaba verla en la cena de está noche, pues yo mismo me había encargado de invitarla, pero no esperaba a que se tomaría el tiempo de visitarme antes.
 
— Cuanto tiempo, señor Pereira — me saludo pizpireta — Oh, no. Mejor dicho, Leonardo. Ya no trabajo para usted.

— Solo déjalo en señor Leonardo — me acerqué a ella y sutilmente la tomé de la cintura para besarla en la mejilla. — Clarisa.

Por más que mis secretarias fuesen mis amantes, nunca les permití hablarme únicamente por mi nombre, ni por error.

— Bien, señor Leonardo.

Había algo en ella que no me permitía querer dejar de admirar su belleza. Simplemente era el tipo de mujer que cumplía con todos mis estándares.

— ¿A qué debo tu visita?

— Me enteré que la señorita Amelia no estaba aquí — tomó mi corbata mientras la acariciaba con lasciva. — Y necesito saber por qué fui despedida por ella y no por ti.

— Se aprovechó de mi ausencia — la tomé de las nalgas y la apreté contra mi.

—Eso imaginé...

Se acercó poco a poco a mi boca y me besó con suavidad únicamente para provocarme.

— Devuélveme mi empleo — me pidió con ternura — Extraño este trabajo y todo lo que hacíamos tu y yo en este lugar.

Volvió a besarme.

—Y como lo extraño yo.

¿Sustituir a Sara por Clarisa?

De un movimiento la subí a mi escritorio para poder besarla como un animal que necesitaba saciarse. La necesitaba, necesitaba a una mujer que no me reprochara nada mientras cumplía con todas mis fantasías.

— No vas a contestar.

— ¿Qué? — pregunté inmerso en su ardiente piel.

Mi celular sonaba sobre el escritorio y tan concentrado estaba yo que ni siquiera lo había escuchado. Resoplé al ver su nombre en mi pantalla. Ni siquiera lejos de la oficina dejaba de atormentarme.

—: Bueno.

—: ¡Señor Pereira!

—: ¿Qué pasa, Señorita Stone? — sujeté el tabique de mi nariz inhalando suavemente para no estallar por su interrupción.

—: ¿Dónde está?

—: En la oficina.

—: ¿Y que está haciendo?

¿Qué que estoy haciendo? Lo que haga le debe dar igual. ¿Qué pasa con esta mujer.

Miré instintivamente a Clarisa que seguía recostada sobre mi escritorio tan apetecible. No podía evitar odiar a Sara en estos momentos.

—:Estoy arreglando unos asuntos pendientes.

— :Pues deje de hacer lo que está haciendo — comenzó a parlotear — En el salón no dejan pasar al grupo musical para probar sonido y necesitan que alguien lo autorice personalmente.

—: Una llamada mía arreglará todo.

—: No, lo intenté a su nombre y ahora creen que un falso Señor Pereira podría llamar.

Gruñí para mis adentros.

—: ¿Esta insinuando qué yo debería ir?

—: Le pedí a Esteban que fuera, pero parece estar muy ocupado con lo de la subasta y yo estoy en la casa hogar de San Mateo. No alcanzo a llegar, Señor.

—: ¿Me estás tomando el pelo?

—: No... Qué va.

La escuché reír al otro lado de la línea o tal vez solo me lo estaba imaginando, pero eso bastó para ponerme de muy mal humor. Le colgué abruptamente, pues ya estaba fastidiado de escuchar su voz.

— ¿Pasa algo? — preguntó Clarisa.

—Nos vemos esta noche — agarré mi saco y maletín — Debo arreglar unas cosas.

Fui directo al salón para autorizar la entrada del grupo ya que tal pareciera olvidaron avisar que llegarían a las dos de la tarde. Aproveché mi pasada por ahí y supervisé todo de una vez por todas. Le avisé a Sara que ya no era necesaria su presencia, que ya todo lo había arreglado yo, pero que esto le iba a costar gran parte de su sueldo.

A eso de las seis de la tarde fui directo a mi departamento para ducharme y ponerme presentable para este gran evento que realizabamos cada año. Un traje negro acompañado con una camisa blanca y una corbata guinda.

—: Espero todo salga bien, amor.

—: Eso no lo dudes — le respondí a Amelia — ¿Tu padre asistirá?

—: No, está en París por ahora.

—: Es una lástima...

No lo era. Lo que menos quería era a alguien como él vigilándome sin descanso.

—: Debo irme — añadí — Tengo que pasar por mi secretaria a su casa.

—: Bien, cariño — respondió — Te amo. ¿Y tú me amas?

— Ya sabes que si...

O algo.

—: Pues espero que recuerdes que te amo cada vez que quieras hacer algo que pueda lastimarme.

—: Jamás haría algo así.

Una vez que terminé por arreglarme salí directo de mi departamento para recoger a mi rara secretaria en su casa. Encontré el camino de inmediato nuevamente, pues como olvidarlo después de lo que pasó en su borrachera.

—: Estoy afuera, salga.

—:Cinco minutos —respondió agitada — Solo cinco minutos.

—: Tres.

—: ¡Ya voy!

Me colgó de golpe antes de soltar un grito de fastidio y eso en lugar de molestarme en realidad me causó cierta gracia. Esperaba Oscar hiciera un gran trabajo con ella.

Su puerta se abrió y una vez que mi mirada se topó con ella bajando por las escaleras, ya no fui capaz de apartarla. Vestido rojo entallado a su cuerpo, zapatillas negras de tacón fino y un peinado que cualquier mujer sexy usaría y vaya que le favorecía considerablemente. Ya sabía yo que su cuerpo era más de lo que solía demostrar, pero verla de esta manera... Ver sus redondos pechos marcados por el entallado vestido demostraba lo generosa que la genética había sido con ella. No tan grandes, pero tampoco los consideraba pequeños. Simplemente eran del tamaño justo.

Su rostro cubierto de maquillaje la hacía ver más llena de vida y más lucida. Sara no era fea, de eso yo estaba seguro desde que la vi por primera vez, pues sus rasgos son demasiado finos para considerarla fea, pero no lo suficientemente refinados para hacerla una belleza. No podía dejar de mirarla, pero su torpeza se encargó de que dejara de hacerlo. Salí del auto para mirarla desde arriba. Si no podía caminar con tacones, ¿Por qué se había puesto unos tan altos? Tenía el presentimiento de que algo muy extraño iba a pasar está noche.





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