EPÍLOGO.

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LA CHICA DESASTRE
Y
DON GRUÑÓN

[5 años después]

 
Una mañana soleada y refrescante. No parecía haber penumbras y todo de cierto modo estaba en orden. Leonardo Pereira se encontraba detrás de su escritorio que se ubicaba en su pequeña casa; estaba revisando unos documentos de sus nuevos dos inversionistas. Sin embargo, su trabajo no duró mucho, puesto que sus dos traviesos mellizos entraron despavoridos a llenarlo de cariño.

—¡Papá! — gritaron en unísono.

Sebastián, siendo su pequeño varoncito de cinco años fue el primero en llegar hasta él y que abalanzándose a sus brazos le dio un fuerte abrazo. En cambio, Ana, siendo su pequeña princesa, no logró llegar a tiempo. ¿La razón? Se estampó contra la puerta cayendo sobre su retaguardia. No pudo evitar llorar despavorida, así que su padre dejó al pequeño Sebastián sobre el suelo y se dirigió por la pequeña para cargarla en brazos y consolarla.

—¿Estas bien, princesa? — le preguntó, limpiándole las lágrimas que llegó a derramar.

—Si, papi — respondió más tranquila, pero haciendo pucheros. Y entonces él le dio un suave beso en su diminuta frente.

Sebastián se acercó a ellos y comenzó a burlarse de su hermana enfatizando lo torpe que ella era.

—Sebastián, ¿qué te he dicho sobre molestar a tu hermana? — lo reprendió su padre.

—Perdón, papá — respondió agachando la mirada.

—No deben pelear entre ustedes, ¿queda claro? —los niños asintieron — Sobre todo tu, Sebastián. Debes cuidarla como lo más valioso y defenderla de los niños malos.

La pequeña a espaldas de su padre se burló de su hermano que era regañado y este como respuesta le enseñó la lengua. Leonardo suspiró, pues sus pequeños eran todo unos traviesos y cada día que pasaba era más difícil controlarlos.

Tanto Sebastián como Ana mostraban los mismos ojos azul oscuro de su padre, pero el cabello alocado de su madre. La pequeña sin duda venía siendo el vivo retrato de Sara y aunque Sebastián fuese igual de similar, revelaba ese ceño marcado tan característico de él.

—Vayan al jardín a esperar al tío Esteban.

Los pequeños gritaron emocionados, pues adoraban al tío Esteban y a su prometida Marta. Esa misma tarde los llevarían al parque de diversiones. Así que sin perder más tiempo salieron en busca de su protector. En eso por el pasillo pasó Guillermo, el nuevo asistente de Leonardo. Lucía aturdido y dudaba en si llamar a su puerta, así que ante tal desidia, él mismo decidió hacerlo pasar.

—¿Qué pasa? — preguntó regio. Puede que el ser padre lo haya ablandado un poco, pero su carácter fuerte y decidido se había fortalecido con los años. Pues ahora tenía una familia a la cual proteger.

—Señor... Su... — titubeó

—¿Señor qué? — preguntó irritado — Habla.

—Han derramado café sobre el señor Sanders...

—¡¿Qué?! — exclamó molesto — Te dije que lo entretuvieras en lo que yo terminaba de hacer unas cosas.

LA CHICA DESASTRE ©° Donde viven las historias. Descúbrelo ahora