A Horacio el pasado lo atormenta. Para Toni el futuro es incierto. Gustabo no sabe qué hacer con su presente y Carlo tiene que aprender a lidiar con sus tres hermanos menores mientras batalla contra sus propios problemas.
❱Créditos de los dibujos...
Ricardo Gambino acabó de meter los acuerdos y el plan de negocios que revisó gran parte de la noche, causándole desvelo, a un maletín.
Aunque decir que se desveló sólo por trabajo, era una vil mentira. Parte de la razón, era que su esposa; que cumpliría sus días de rutina de celo y, para alivio de la Omega, podía pedir días de permiso para ayudarle a sobrellevarlo.
Bueno, a lo que íbamos. La explicación era que, su mujer lo había empujado entre sueños, acorralándolo en una esquina hasta que se cayó de la cama. Después, había palpado a su alrededor, buscándole.
—¿Amor? —preguntó ella, cuando no lo encontró— ¿Dónde estás?
—Aquí, mi vida.
Desde las sábanas mullidas que formaban un capullo, la rubia abrió los ojos, expeliendo enojo por haber sido interrumpida de su sesión de abrazos. Por ella misma, de hecho, pero no lo sabía.
—¿A dónde vas? —demandó, apretando una almohada, al pensar que estaba poniéndose en pie para comenzar a alistarse para ir al trabajo a plenas seis de la madrugada—. Prometiste que iba a ser un día tranquilo y que no tenías que ir a trabajar hasta después del desayuno.
—No voy a ningún lado, querida. Lo que pasó es que tú...
—Quiero un abrazo... ¿Me das un abrazo?
Los severos pero abrasadores ojos azules de su esposa le cortaron la respiración. ¿Cómo podía negarse a una petición tan agradable?
Se volvió a meter entre las sábanas, abrazando con fuerza la cintura de la mujer, que suspiró con alegría al verse atendida. Ella giró entre el agarre, escondiendo la cara en la curva de su cuello, volviéndose a quedar dormida.
Su pecho, en ese mismo instante, parecía un incendio. Eso permitió que la pareja descansase un poco más. Y así, volviendo al incio, mientras el magnate acomodaba sus cosas para partir luego de comer, en la planta de abajo, ya había actividad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Carlo a su hermano menor, extrañado por lo que veía.
¿Era extraño ver a Horacio cocinando? No realmente.
Aunque luego de mudarse, los expertos cocineros se adueñaran de la tarea de hacer de comer, no significaba que ellos no tuviesen manos para hacerse sus comidas como personas funcionales. Lo que le llamó la atención a Carlo, fue que su hermano estuviese derramando un polvo negro sobre lo que parecía ser mezcla para Hot-cakes.