Capítulo 5

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El día siguiente fue de lo más normal. Todas y cada una de las corazanas —excepto Isa, Elena, Zoe, Mar y tres sanadoras— se unieron para construir una escalera lo más alta posible. Clara iba dando órdenes a diestro y siniestro a pleno pulmón y las demás trataban de hacer lo que decía. Tenían que fabricar cuatro trozos de escalera para luego juntarlos, por lo tanto, los grupos de cada trozo eran de veinte corazanas. A Marta le había tocado con Mamat —desgraciadamente— y con Alba, una chica que le cayó muy bien. Era simpática, divertida y fresca y hacía las cosas con despreocupación. Además de ella conoció a las otras dieciocho, casi todas majas. Pasó un agradable día ya que estuvo distraída atando cañas y pegando piedras y no pensó en nada más. De vez en cuando, sin embargo, se oía por encima del ruido que hacían las corazanas un gemido de alguna de las corredoras que yacían contorsionándose dentro del Refugio. Eso hacía que el desaliento llenara el corazón de Marta, pero se reponía y seguía trabajando.

Comieron, volvieron a las escaleras y así estuvieron durante muchas horas.

Al fin, la acabaron. Juntaron los cuatro trozos bien fuertemente. Una corazana cogió una cuerda atada a un gancho, ligó el extremo opuesto del cabo a la escalera y diez más hicieron lo mismo. A la de tres, las once chicas lanzaron los ganchos hacia arriba con la mayor fuerza que fueron capaces de hacer pero no llegaron ni a la mitad del muro.

—Así no lograremos nada, zoño —dijo Clara—. Hay que hacerlo de otra forma.

—¿Y si ponemos la escalera pegada a un muro y vamos empujándola hacia arriba? —propuso Marta.

Clara apretó los dientes y los hizo rechinar con furia.

—Tú cállate, harapo —y luego gritó—. ¡Haced lo que yo diga! ¡Repartíos por toda la escalera, vamos!

Las corazanas lo hicieron y Clara volvió a rugir:

—A la de tres, las de atrás del todo empujadla hacia arriba, luego las del medio, y luego uníos todas para empujarla desde abajo. Tres, dos, uno, ¡YA!

La escalera, que estaba tumbada en el suelo, fue levantada desde el principio, luego, cada vez que más corazanas se unían al movimiento, se iba alzando más y más hasta que, empujando desde abajo del todo, consiguieron que reposara sobre la pared del muro. Gritos de victoria se oyeron por todo el Corazón. El esfuerzo de ochenta chicas había dado resultado.

—¿Quién sube? —preguntó Raquel.

Hubo un silencio sepulcral.

—¡Yo! —exclamó Alba.

Las corazanas la animaron dándole golpecitos en la espalda y la chica avanzó y puso el pie en el primer escalón de caña. Luego en el segundo, después en el tercero, y así sucesivamente, mientras todas las chicas coreaban su nombre. Pasó un largo rato hasta que estuvo a cinco metros del borde y entonces todas las corazanas se callaron llenando el aire de una atmósfera de nervios y tensión. Alba siguió avanzando poco a poco agarrándose bien. Quedaban tres metros. Dos. Uno. Tres escalones más y habría llegado a la cima.

Los subió despacio y las de abajo la vieron asomar la cabeza por encima del muro. ¡Lo había conseguido! Más vítores la aclamaron, las corazanas se abrazaron entre sí, emocionadas. Alba ahora estaría viendo más allá del Laberinto.

—¡Chicas! —gritó desde arriba, eufórica—. ¡No os lo vais a creer, hay…!

Algo sucedió allí arriba. Algo pasó zumbando al lado de Alba y vieron cómo sus manos dejaban ir la escalera. Las chicas chillaron y antes de parpadear, la cabeza de Alba llegó al suelo y se aplastó contra la hierba. Lo mismo sucedió con su cuerpo, que llegó un segundo después espachurrándose y haciendo un ruido repugnante.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora