Capítulo 19

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Pasado no sé cuánto tiempo empezaron a llegar los grupos que habían tenido la función de despistar a los mutiladores y llevarlos a las secciones uno, dos, tres y cuatro. Las chicas llegaban cansadas, doloridas y heridas y María no daba abasto, así que Marta, aunque le dolía todo el cuerpo, decidió ayudarla, al menos así se sentiría algo útil. La mayoría de las corazanas tenía cortes finos y profundos o moratones por todas partes, algunas tenían huesos rotos y una llegó inconsciente.

Cuando Raquel dobló la esquina, Andrea no pudo evitar ir a su encuentro. La jefa no parecía la misma, tenía el brazo cubierto de sangre, el largo pelo sucio y los nudillos rotos.

—Raquel —Marta se levantó del suelo una vez hubo vendado bien una pierna y se plantó delante de ella—. Ven, tienes un aspecto horroroso.

—Espera.

La jefa se dirigió hacia Isa, que seguía tendida en el suelo.

—Isa —la llamó.

La corredora no respondió.

—Eh, Isa. Isa, zoño —repitió Raquel.

Marta se alarmó y se acercó a la corredora, se agachó junto con la jefa y entre las dos la zarandearon.

—¡Isabel!

—¡¿QUÉ, PESADAS?! —gritó despertándose de golpe y sentándose—. Hostia zuca, macho. ¿Qué?

—Hija de perra —murmuró Raquel. Marta gesticuló esa misma expresión dándole un puñetazo en el hombro a la corredora, cosa que la hizo gritar.

—Yo también me alegro de verte —asintió Isa.

Raquel la abrazó y las dos tuvieron que separarse por el dolor que les provocaba que sus heridas rozaran algo.

—Luego hablamos.

—A la orden, jefa.

—Marta, en el suelo, que no aguanto más de pie.

Marta cogió la botella que María había traído en su mochila y mojó la poca agua que quedaba en un trozo de tela. Tocó su brazo con suavidad, limpió la sangre, arrancó un trozo de la camiseta de Raquel y se lo puso alrededor atándolo con un nudo buen fuerte.

—Gracias. Teníais razón, Marta. No estaba del todo segura, pero te acabas de ganar toda mi confianza.

—Te ha hecho falta que murieran varias personas para que eso pasara —replicó Marta de mala gana.

—Lo sé, y lo siento, pinga.

—No basta con sentirlo.

—¿Cómo lo habéis hecho?

—Nos hemos metido por el agujero, hemos introducido el código, pulsado el botón y se ha abierto una puerta.

—¿Así de fácil?

—¿Fácil? Raquel, ahora mismo te daría una hostia en toda la cara.

—Uy, qué carácter.

—Déjate de gilitulleces y vamos a sacarlas de aquí de una vez.

—Estoy de acuerdo —asintió Raquel cuando Marta acabó de vendarle el brazo. Se levantó y miró a su alrededor—. Faltan dos grupos, el de Mar y el de Liber.

Justo entonces doblaron la esquina otras dieciséis o diecisiete chicas, entre ellas, Mar, que fue corriendo junto a Isa. Hubo abrazos, besos, gritos de alegría y preguntas ente las corazanas hasta que Raquel se puso en el centro del pasillo y gritó:

—¡Atención, harapos! ¡Lo hemos conseguido!

El aire se llenó de gritos de júbilo que callaron cuando alguna preguntó que cómo iban a salir de allí.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora