Capítulo 21

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La siguiente hora fue un cúmulo de visiones y sonidos para Marta.

El chófer conducía a una velocidad temeraria por pueblos y ciudades, y la fuerte lluvia ocultaba la mayor parte del paisaje. Las luces y los edificios estaban distorsionados y acuosos, como algo sacado de una alucinación provocada por las drogas. Hubo un momento en el que las personas que había fuera echaron a correr tras el autobús. Llevaban la ropa raída y el pelo enmarañado, y sus aterradores rostros estaban cubiertos de las mismas llagas raras que Marta había visto en aquella mujer. Aporreaban los laterales del vehículo como si quisieran subirse, como si quisieran escapar de la espantosa vida que podían estar viviendo.

El autobús no disminuyó la velocidad. Sara seguía callada al lado de Marta, y Álex había pasado la mano por el hueco del lateral del asiento y tenía cogida la de su hermana bien fuerte.

—Tú —habló Isa, que llevaba todo el rato de pie. Todo el mundo clavó sus ojos en ella. Se había dirigido a la mujer que había al otro lado del pasillo del autobús—. Qué zoño ocurre, vomítalo de una vez.

Andrea ni siquiera miró asesinamente a su amiga para corregirle su mala educación. La mujer miró a la corredora con unos ojos llenos de pena.

—Es una historia muy larga —la voz de la mujer era mucho más amable de lo que Marta se había esperado y tuvo la esperanza de que de verdad fuera una amiga y no una trampa. Las corazanas miraron a la mujer.

—Me la suda —miraron a Isa—. Nosotras ya hemos salido del Laberinto. Ahora os toca dar zucas explicaciones —replicó Isa sin desviar la mirada.

La mujer soltó un suspiro y los ojos se volvieron a clavar en ella.

—Tardaréis un poco en recuperar vuestros recuerdos, si es que los recuperáis. Nosotros no somos científicos, no tenemos ni idea de lo que os han hecho o de cómo os lo han hecho —hizo una pausa y posó su mirada en un punto indefinido en la distancia—. Empezó con las erupciones solares. No pudieron predecirse. Suelen ser normales, pero estas fueron inauditas, enormes. Y cuando se dieron cuenta, tan sólo pasaron unos minutos antes de que su calor azotara la Tierra. Primero se quemaron nuestros satélites y miles de personas murieron al instante, millones en días, e innumerables kilómetros se convirtieron en tierra yerma —se detuvo para coger aliento. Parecía estar en trance—. Luego llegó la enfermedad. Conforme el ecosistema se venía abajo, se hizo imposible controlarla, incluso mantenerla en Sudamérica. Las selvas desaparecieron, pero los insectos no. La gente ahora lo llama el Destello. Es una cosa horrible. Sólo los más ricos pueden recibir tratamiento, pero no se puede curar a nadie. A menos que los rumores de los Andes sean verdad.

Marta quiso hacer miles de preguntas, pero el horror creció en su corazón y no se sentía con fuerzas de decir ni una sola palabra, así que esperó y escuchó mientras la mujer continuaba.

—En cuanto a vosotras, todas vosotras no sois más que unas cuantas de los millones de huérfanos. Hicieron pruebas a miles y os escogieron para lo más importante. La última prueba. Todo lo que habéis vivido fue calculado y planificado con detenimiento con muchos años de antelación. Catalizadores para estudiar vuestras reacciones, vuestras ondas cerebrales, vuestros pensamientos. Todo en un intento de encontrar a aquellos capaces de ayudarnos a dar con el remedio para combatir el Destello —hizo otra pausa y se colocó un mechón de pelo mojado detrás de la oreja—. Si tienes el Destello, la mayoría de las consecuencias físicas está causada por otras cosas. Primero empiezan las ideas delirantes, y luego, los instintos animales empiezan a imponerse sobre los humanos. Al final, la enfermedad les consume y destruye su humanidad. Está todo en el cerebro. El Destello vive en sus cerebros. Es algo espantoso. Es mejor morir que contagiarse —la mujer cogió aire y miró a las chicas una por una con aflicción y ternura—. No dejaremos que les hagan esto a los niños. Hemos jurado luchar contra CRUEL. No podemos perder nuestra humanidad, no importa el resultado final. Ya sabréis más en su momento. Vivimos lejos, al norte —miró por la ventana y sus ojos siguieron el paisaje que pasaba—. Miles de kilómetros nos separan de los Andes. Lo llaman la Quemadura, está entre aquí y allí. Está centrada alrededor de lo que antes llamaban el ecuador. Ahora no hay nada más que calor y polvo, y está llena de salvajes consumidos por el Destello a los que no se les puede ayudar. Queremos cruzar esa zona para encontrar la cura. Pero hasta que no dispongamos del equipo y las personas necesarias, lucharemos contra CRUEL y detendremos los experimentos y las pruebas —volvió a mirar a todas las corazanas—. Tenemos la esperanza de que os unáis a nosotros.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora