Capítulo 8

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Raquel y Andrea la condujeron hasta el Refugio y la sentaron en el sofá que había en la planta baja. Marta había parado de llorar y ahora sorbía por la nariz. Hubiera querido que tanto Sara como Isa estuvieran a su lado, no aquellas dos estúpidas jefas.

—¿Estás bien? —preguntó Raquel.

—Supongo que sí.

—A ver, Marta, mírame —pidió la jefa. Marta se secó un ojo y alzó la cara para poner sus ojos a su altura—. Lo que ha pasado no es muy normal, no obstante, a alguna le ha sucedido alguna vez. Las Inyecciones llegan cada semana en el Ascensor con el resto de las provisiones y son un antídoto contra el veneno de los mutiladores, pero a cambio de salvarte de la muerte, los zucos fundadores te hacen pasar por ese trance en el que se te pone todo el cuerpo asqueroso. Y durante el trance ves imágenes de tu vida anterior, sólo los fragmentos que ellos eligen —hizo una pausa y cogió aire—. Nosotras ya habíamos oído hablar de ti, Marta, hace varios meses. Una de las corredoras, Cris, que murió durante el trance, nos habló de alguien que se llamaba como tú. Cuando viniste en el Ascensor, pensamos que fue una coincidencia, pero ya vemos que no. Has aparecido en la mente de Zoe también.

—Pe... pero yo no recuerdo nada, no sé por qué dice que soy un monstruo...

—Intentaremos sacarle más información esta noche cuando venga Isa —aseguró Andrea.

—¿Qué habré hecho?

—Quizá no lo sabremos nunca.

—El chico dice mi nombre, Zoe dice que yo he hecho algo malo... Quiero saber qué está pasando.

—Vale, sí, y yo también, pero ya vale de quejarte —dijo Raquel, molesta—. No podemos estar todo el rato pendientes de ti. Quédate aquí y relájate. O si quieres ve a trabajar, no sé, haz lo que quieras pero no des por culo. Ya estamos teniendo una dosis bastante grande de ti y estoy un poco harta.

Dijo esto, se levantó y se fue. Andrea le echó un último vistazo a Marta con una expresión indescifrable y también salió fuera. Marta tiritaba y le castañeaban los dientes. Necesitaba calentarse y serenarse.

Álex.

Casi se le sale el corazón del pecho a Marta del susto que se había llevado. Giró bruscamente la cabeza para mirar quién demonios había dicho eso, mas no vio a nadie detrás de ella. Frunció el ceño y escrutó la habitación. No había nadie. Habrían sido imaginaciones suyas, pero había creído oír algo... Se quedó callada aguantando la respiración por si lo volvía a oír pero durante un rato que le pareció muy largo no oyó nada, así que destensó los hombros y se recostó sobre el respaldo del sofá.

Marta.

Esta vez, la chica se levantó de golpe y miró a los lados, alarmada. Era demasiado raro, había oído una voz grave que había dicho su nombre, sabía que la había oído, no eran alucinaciones suyas.

—¿Hola? —su voz sonó hueca y con algo de eco debido a que el sonido rebotó contra las vacías paredes. Mas antes había escuchado a aquella voz grave limpia y clara. Su corazón iba a mil por hora, sentía los latidos en su cráneo y su estómago se revolvió.

Marta, no te asustes.

—¡Qué está pasando! —gritó la chica agarrándose las orejas y tapándose los oídos con furia. Otra vez oyó aquella voz como si fuera un recuerdo. Si hubiera habido alguien más en aquella habitación le hubiera podido preguntar si también la estaba oyendo, pero la duda la estaba volviendo completamente loca.

Mis recuerdos están empezando a borrarse, Martita. No recordaré nada cuando despierte. Podemos pasar las Pruebas, esto tiene que acabar, lo planeamos así. Me han enviado como desencadenante.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora