Capítulo 17

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Un frío glacial atravesó la piel de Marta al entrar en el Agujero del barranco comenzando desde los dedos de los pies hasta subirle por todo el cuerpo, como si hubiera saltado a una superficie plana de agua helada. El mundo se hizo aún más oscuro a su alrededor cuando aterrizó en un suelo resbaladizo y, luego, salió disparada, y casi se cae de no ser por Sara. El Agujero hubiera estado tan oscuro como la boca del lobo de no ser porque Sara rozó una cerilla en el suelo y encendió la punta de una flecha que le habría quitado a alguien.

—¡Sara! —Marta la abrazó estrechándola contra su pecho. Quería a esa niña—. Eres una bendición ¿Pero estás loca o qué?

—No más que tú —sonrió levantando la flecha.

Mientras Marta se orientaba, se dio cuenta de que se hallaban en un cilindro horizontal de piedra de tres metros de alto. Estaba mojado, cubierto de un aceite brillante y mugriento, y se extendía delante de ellas varios kilómetros hasta desaparecer en la oscuridad.

—¡El ordenador está ahí, mira, mira! —indicó Sara con el dedo.

Había apuntado unos metros túnel abajo a un cuadrado de cristal sucio que brillaba con un color verde apagado. Debajo había incrustado un teclado en la pared que sobresalía lo suficiente como para que alguien pudiera utilizarlo. Allí estaba, listo para que introdujesen el código. Marta no pudo evitar pensar que era demasiado fácil, demasiado bueno para ser verdad.

—Teclea las palabras, Sara, yo me quedaré aquí vigilando para asegurarnos de que ningún mutilador atraviesa el Agujero.

Marta tan sólo esperaba que las corazanas consiguieran alejar la atención del Agujero el mayor tiempo que pudiesen. Sara se dirigió hacia allí corriendo y comenzó a tocar las teclas. Una fuerte explosión encima y detrás de ellas las sobresaltó. Marta se dio la vuelta y vio un mutilador cayendo por el Agujero, apareciendo como por arte de magia a través del oscuro cuadrado negro. Aquél bicho había retraído los brazos y los pinchos para entrar. Cuando aterrizó con un golpe blando, volvieron a salir un montón de objetos desagradables y afilados, con un aspecto más letal que nunca, y aquello dejó al descubierto a una chica que se agarraba a la carne del mutilador con todas sus fuerzas. Otra chica cayó del cielo y cayó sobre el monstruo, y entre las dos, sin perder un segundo, comenzaron a acuchillarle con bayonetas tan grandes como brazos. El mutilador empezó a agitar los brazos y a llevárselos al lomo como un poseso, y las chicas recibieron muchos golpes y cortes.

—¡Sigue tecleando, Sara, rápido!

Marta se abalanzó sobre el mutilador, se agachó para que uno de los brazos no la atravesara por el estómago y lanzó la antorcha. El monstruo pegó un grito de furia escondiendo los pinchos y con tal rapidez que nadie pudo verlo, sacó un brazo metálico con tres cuchillas que empezaron a girar y le cortó el brazo a una de las chicas, y a la otra parte de la mejilla. Los pinchos del mutilador volvieron a salir, pero las corazanas estaban colocadas en tal posición que no les tocaba ninguno.

—¡Vuelve a quemarle!

Marta obedeció sin ponerse a pensar de quien era la voz, esquivó un cilindro que podría haberle aplastado todos los huesos del cráneo y le prendió fuego otra vez. Entonces un gancho salió de la carne del bicho con un sonido viscoso, la cogió el brazo rasgándoselo y con otro brazo dirigió hacia su pecho una lanza de treinta centímetros. Marta cerró los ojos y pegó un grito, pero de golpe hubo una explosión que la lanzó al suelo. Cuando logró recuperar la vista, vio que el mutilador había desaparecido y que en su lugar había trozos de carne líquida por todo el suelo y maquinaria quemada, además de dos chicas tendidas en el suelo.

—¡Marta! ¡No me deja poner la palabra PULSA! ¡Las he metido todas, pero esta no la acepta!

Marta se acercó corriendo mientras veía cómo otro mutilador asomaba sus apéndices por el Agujero y cogía a una de las chicas, que parecía tener el pelo corto.

—¡Mierda, Sara! —chilló con los nervios destrozados. "PULSA", tecleó. "PULSA", volvió a teclear.

¿Quieres que pulse? ¿¡Qué pulse qué, Marta!? ¡¿Qué pulso?!

—¡Eso es! ¡Pulsa! ¡¿Hay algún botón, Sara?! —Marta se giró para ver cómo Isa se retorcía en manos de un mutilador e intentaba clavarle el cuchillo en los brazos de metal.

—¡Sí!

Antes de que pudiera hacer nada, Sara se agachó y se quedó mirando el botón. Marta también lo hizo, y vio que estaba iluminado con una luz amarilla y tres palabras estaban escritas:

APAGAR EL LABERINTO

Marta sintió en aquel instante un agudo dolor en el hombro que la hizo gritar. Notó cómo la sangre corría por su cuerpo y manchaba su ropa, se giró de golpe y vio una lanza dirigirse hacia ella a toda velocidad sin darle tiempo material a apartarse.

En ese instante todo quedó en perfecto silencio. Justo después, en algún sitio al final del túnel, se oyó el sonido de una puerta que se abría.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora