Capítulo 7

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Al cabo de unas horas, Marta estaba tendida en la hierba con el estómago lleno, duchada y descansada. Le dolía aún todo el cuerpo, tenía agujetas en todos lados y las heridas y moratones la mataban cada vez que se movía, pero se sentía a gusto. Todas las corazanas estaban ocupadas en sus trabajos, y como ella era incapaz de hacer ningún esfuerzo, Raquel la había dejado reposar. En cambio, Isa había vuelto a salir al Laberinto. ¡Estaba mal de la zuca cabeza! ¿Cómo podía ser? Marta resopló sin entender cómo ella podía estar tan reventada e Isa, que había sufrido más magulladuras, hubiera podido salir otra vez. Antes de irse parloteó un rato con las jefas tratando de convencerlas de que necesitaban las letras y que no podían permitirse no salir un día, pero zoder, el cuerpo humano aguanta hasta un límite e Isa se pasaba de largo. Acabaría destrozada.

Ella, por su parte, quería que nunca acabara el momento actual. Estaba en paz, le gustaba aquél sitio, no le importaba no acordarse de nada, Isa la había nombrado corredora, acababan de pasar una noche entera en el mortífero Laberinto y habían sobrevivido (cosa que no había hecho absolutamente nadie antes)... eso la hacía pensar. ¿Qué habían hecho diferente de las demás que murieron? ¿Correr más? ¿Aquella estrategia de utilizar el movimiento rotatorio de los monstruos contra ellos? No tenía ni idea, pero el hecho era que eran unas heroínas. Marta se incluía, aunque sabía que sin su amiga hubiera sido imposible volver. Ahora se sentía importante, una criaja más que había llegado hacía tres días (¿tres días ya?), como cualquier otra, y ahora era alguien relevante allí. Por suerte, ningún mutilador las había hendido con el gran aguijón que siempre mantenían en alto. Hubieran tenido que ponerles la Inyección, que, según había deducido Marta, era un antídoto, evidentemente.

Luego estaba lo de que el chico decía su nombre. ¿Qué relación tenía con él? Con rabia, Marta se estrujó el cerebro visualizando su rostro para ver si encontraba alguna brecha en la memoria tapiada que coincidiera con él, pero por más que se esforzaba, lo veía todo negro y confuso, tan sólo detectaba sensaciones, y la más fuerte con referencia a él era simplemente que le sonaba familiar y que había pasado tiempo con él, un tiempo feliz, hacía muchísimo tiempo.

Entonces se acordó de que hacía dos días, cuando llegó, algo le llamó la atención de los fundadores: el cómo les habían borrado la memoria. Debían de tener una tecnología increíblemente moderna para borrar tantas memorias, para haber creado aquél Laberinto y a aquellos seres repugnantes dotados de vida, mas lo poco que recordaba de la tecnología del mundo no era tan avanzada. ¿Cuánto tiempo se tirarían ahí? Aunque tampoco sabía si quería salir. Vivir rodeada de monstruos mortales que querían acabar con la vida del Corazón no era una idea muy alentadora, pero por otra parte, la vida era sencilla allí y si quitaba el Laberinto y lo que había dentro, era agradable. Tampoco sabía cómo era el mundo exterior si es que había uno de veras.

El chico, el chico... ¿Quién demonios era? ¿Y si no despertaba nunca? Se quedaría con la duda toda la vida.

Marta abrió los ojos alertada por un ruido. Sería otro droidescarabajo a través del cual la estarían observando los fundadores. Fastidiada, se dio media vuelta y quedó estirada de lado. A continuación unas manos frías se posaron en su cuello y apretaron con fuerza. Marta se quiso incorporar, asustada, pero las manos la mantenían pegada al suelo. Se empezó a ahogar e hizo aspavientos con los brazos a ver si tocaba a la responsable y podía atacarla. Marta soltó un gemido de angustia y al fin consiguió darle un golpe a quien fuera en la cabeza. Furiosa, la que la estaba estrangulando, la giró hacia ella y Marta pudo ver que era una muchacha de su edad a la que probablemente había visto antes, pero tenía la piel tan pálida como un fantasma y los ojos tan grandes y rojos que no pudo identificarla. La chica hizo entrechocar los dientes abriendo la boca y cerrándola con un espantoso clac, clac, clac y fue a morderla, pero Marta aprovechó que tuvo que flexionar los brazos para ponerle las manos en el pecho y empujarla.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora