Capítulo 20

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Marta se quedó completamente quieta, incapaz de reaccionar, y se hizo el silencio absoluto. Ni siquiera se oía ninguna respiración. Tenía los ojos clavados en esas ventanas tras las que se escondían los fundadores, que les miraban con rostros completamente inexpresivos. En un momento dado, moviéndose mínimamente, una mujer miró hacia una libreta que tenía en una mano y apuntó algo. Dos hombres asintieron y otra mujer negó con la cabeza. Todos iban vestidos igual, con una bata completamente blanca que les llegaba hasta las rodillas que tenía algo bordado en la parte derecha del pecho.

Isa escupió en el suelo y fue la primera en mover un músculo.

—¡¿Nos vais a dejar salir de una puñetera vez u os vais a quedar ahí admirándonos, cabrones?! —rugió.

No hubo respuesta. Los rostros sepulcrales seguían exactamente igual que hacía un minuto.

—Pos nada —la corredora se encogió de hombros y se sentó en el suelo cruzada de piernas.

—¿A qué esperan? —preguntó Andrea.

Sara se acercó a Marta y le cogió de la mano. La chica se la apretó bien fuerte y la tranquilizó acariciándole el pelo y murmurando que no tuviera miedo.

Un pitido alto y lento, como el sonido de advertencia de un enorme camión dando dando marcha atrás pero mucho más potente, que provenía de todas partes, resonaba y retumbaba por toda la cámara perforó los oídos de todas las chicas. Muchas se taparon las orejas y Rosalba chilló, intentando hacerse oír por encima del ruido:

—¡¿Y ahora qué pasa?!

Las chicas miraron a su alrededor y las capitanas clavaron la vista en Marta, que negó con la cabeza dando a entender que ya no recordaba nada más, estaba igual que el resto.

De repente, una de las puertas de cristal se abrió hacia ellas y el corazón se le aceleró. El pitido cesó y la sala se sumió otra vez en el mismo silencio inquietante de antes. Todas se giraron hacia allí, aguantaron la respiración y se tensaron preparándose para lo que fuera que atravesara esas puertas.

Pero sólo entraron dos personas en la enorme sala. Una de ellas era una mujer adulta. Parecía muy normal, con aquellos pantalones negros y una camisa blanca abotonada con un logro en el pecho en el que se leía CRUEL escrito en azul. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño, tenía la cara delgada, la tez pálida y los ojos azules. Al acercarse al grupo, no sonrió ni frunció el ceño; no movió un músculo de la cara.

A Marta le sonaba muchísimo esa mujer desprovista de alegría, pero no recordó absolutamente nada, sólo sintió sensaciones que no supo identificar. La mujer se detuvo a varios pasos enfrente de las corazanas y miró despacio de izquierda a derecha para contemplarlas a todas. La otra persona, que estaba de pie a su lado, parecía ser un chico que llevaba puesto un chándal oscuro y que le venía enorme, con la capucha puesta, ocultándole el rostro.

—Bienvenidos de nuevo —dijo la mujer rompiendo el silencio—. Han sido más de dos años y sólo han muerto unas pocas. Increíble.

Marta pestañeó varias veces intentando asimilar que había dicho lo que había dicho.

—¿Perdona? —balbuceó Rubiales.

Los ojos de la mujer volvieron a examinar al grupo antes de posarse en ella.

—Todo ha ido de acuerdo con el plan, señorita Paula. Aunque esperábamos que algunas más de vosotras se rindieran por el camino. Sois muchas más de las que esperábamos.

La mujer miró al chico que tenía al lado, que levantó la cabeza, y las corazanas pudieron ver dos ojos azules llenos de lágrimas. Todas se quedaron atónitas y Marta notó que le fallaban las rodillas.

GRUPO B - El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora