Las burbujas de aquel champagne ya habían dejado de subir a la superficie y podía sentir que se había calentado mientras le daba vueltas con uno de mis dedos. Las brasas de la chimenea crispaban y resonaban en la habitación y las baldosas del suelo empezaban a volverse tan frías como el hielo.
Tenía los pies pegados en aquellos recuadros de colores mientras estaba sentado en el borde de la cama con la mirada fija en la tenue luz roja que adornada la cama.
La habitación estaba inundada de oscuridad y sólo el pedazo que yo ocupaba era el que permanecía con luz. Mi ropa y su ropa estaban enredadas en el suelo, sólo vestía una bata blanca de baño mientras que ella... Seguía desnuda, su piel pálida y perfecta parecían un manto etéreo que ha cubierto mi cuerpo tantas noches.
Como una esfinge de plata.
Sólo una mujer que se dedique a su oficio es capaz de perfeccionar el arte de amar como ella lo hace o, hacía.
Éste sería nuestro último encuentro, la última oportunidad de fundirnos en un beso y que sus uñas se clavaran en mi espalda.
Siempre rotábamos de bar en bar, entre copas y algunos cigarrillos envenenados de lujuria y cuando nuestros deseos no eran aptos para el público, éstos eran materializados en algún motel de la cuadra cercana, - a menos que acabara en el auto, cosa que sucedió más de una vez -.
Más de una vez me encontré con sus pechos al volante susurrando mi nombre mientras tiraba de mi cabello.
— Yoongi... —su voz era una mezcla de éxtasis y poder.
El poder que tenía sobre mí. Había recibido a tantas en mi cama, en los bares, algún club y hasta en cuartos ajenos, más siempre era yo quien tenía la última palabra, pero mi dominio se acababa cuando era ella quien abría las piernas.
Las noches terminaban con ella esfumándose en medio de la noche y yo recostado con la mirada clavada en su silueta que se despedía de mí con un beso travieso.
— Te veo luego —así suelen ser sus despedidas. Pero no ésta vez. Ésta noche no sería así porque no habría tal despedida tan dolorosa.
Si no puedes ser completamente mía, entonces es hora de dejarte ir... A mi manera, querida.
Cuando llegó a la habitación yo la esperaba con un cigarro en la mano y una leve lamida se asomó en mis labios. Ella era tan lujuriosa como yo y a la mínima insinuación se lanzaba contra mí.
— Espera —le dije alejándola de mí brevemente —Haremos un juego. Le cubrí los ojos con una venda negra y la arrojé en la cama.
Sólo cinco minutos tenía que esperar.
Cerré la puerta con seguro y prendí la chimenea para calentar aquella habitación tan fría y dura. Mientras recorría la habitación quitándome la ropa la miraba retorcerse pidiendo que me abalanzara sobre ella.
— ¿Alguna vez han jugado contigo así? —pregunté con el corazón herido de tantas veces que la veía salir con otros hombres de la mano.
Al principio me aseguré que lo que sentía no era más que mero capricho pero ¡joder!, el mero capricho se convirtió en deseo puro y vil egoísmo.
¿Cómo osaba besar, tocar o lamer a otros y luego hacerme lo mismo a mí? Vaya puta, así que ese era su juego.
Ésta noche me tocaría a mí jugar a que se quedara para siempre, aquí.
Cerré las persianas y cuando me aseguré de que la habitación estuviese sólo alumbrada por la luz de la chimenea me lancé sobre ella y me senté sobre sus piernas.
— Soy tuya —susurró sensualmente lamiéndose los labios.
— Sí que lo serás.
Luego de recorrer por última vez sus muslos y su figura con mi lengua me aseguré que el reloj marcara las 11 con 58.
— ¿Por qué paras? —preguntó confusa aún con la venda en los ojos.
Y aquí venía la hora de culminar la escena donde mi musa favorita sería para siempre mía.
Miré como su boca se abría buscando aire cuando apreté mis dedos alrededor de su cuello. No quería ver sus ojos vacíos cuando soltara su último suspiro así que la venda había sido una buena idea.
Sentí sus arañazos rasgar la piel de mis mejillas, mis brazos y mi cintura, pero pese a que el dolor era pulsátil y letal como la picada de miles de abejas, el verdadero emponzoñamiento estaba en mi corazón.
— Calma, calma, todo estará bien —le susurré con suavidad mientras le pedía que guardara silencio.
¿Pero qué gritos quería acallar cuando lo único que escuchaba era su voz apagada y sus ahogos?
Ella era una guerrera de primera, luchó y luchó hasta que no fue suficiente para apartar mis dedos de su morada garganta que ya no era tan pálida como de costumbre.
¿He manchado a mi muñeca favorita? ¿Por qué ya no luchaba, por qué ya no arañaba?
Incliné mi cabeza hacia un lado confundido. Quité la venda de sus ojos y encontré ese vacío que tanto temía en ellos.
Me sentí asqueado.
Ahora no era la hermosa fénix que renacía desde la oscuridad de la noche para consumirme con su llama en cualquier rincón de la ciudad. Ahora era una más; otra que apilar a mi lista de musas olvidadas y destruidas por mi propia oscuridad.
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microcuentos → bangtan boys
FanfictionMicrocuentos inspirados en bangtan boys. → Historia original.