Las historias son ciertas.
Hace mucho tiempo, en nuestro mundo hubo una reina que reinó sola. No hubo hijo de Adán ni profecía, solamente había una chica dispuesta a gobernar con justícia a su pueblo. Fueron grandes años para Narnia, con celeb...
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—¿Dónde está Eustace? —preguntó Edmund cuando se dio cuenta de que su primo no se encontraba entre la tripulación.
—No lo sabemos —respondió el capitán, dando a entender que realmente no le importaba mucho—. No lo hemos visto.
—Podemos ir a buscarlo —sugirió Caspian a su amigo, poniendo una mano en su hombro en señal de apoyo.
El muchacho asintió y ambos se adentraron de nuevo en la isla en su búsqueda. Mientras, Lucy y Carol volvieron al barco junto al capitán y otros miembros de la tripulación.
Los dos chicos encontraron lo que parecía ser la guarida de un dragón. En ella se hallaban restos de hombres y de tesoros que cualquier narniano sabía que no debían ser tocados. No, al menos, si no querían sufrir la maldición del dragón.
—¡Mira! —chilló Edmund señalando hacia un lugar determinado—. Es su ropa, la de Eustace. No puedo creer que... No... Estaba bajo mi protección...
—Lo siento mucho, Edmund —trató de consolarlo Caspian poniendo de nuevo una mano en su hombro.
Tras aquel descubrimiento, decidieron regresar a la playa. Edmund se sentía culpable y no paraba de reprocharse a sí mismo no haber estado más pendiente de su primo. Caspian caminaba unos pasos detrás de su amigo, dejándole la distancia necesaria para que pudiese pensar sin ser molestado. De pronto, oyó un ruido extraño a su espalda y al girarse se encontró con un dragón. Consiguió agacharse a tiempo, pero Edmund no. A pesar de los gritos de Caspian, el dragón se llevó a su amigo.
—¡Suéltame, bicho! —chilló Edmund desesperado.
Desde el barco, Carol y Lucy podían observar la escena, con temor.
—¡Edmund! —chilló Lucy, preocupada por la seguridad de su hermano.
El dragón voló sujetando a Edmund en sus garras, pero sin hacerle daño, hasta llegar a otra playa al otro lado de la isla. En ella, Edmund pudo leer unas letras escritas con fuego: 'Soy Eustace'. Se quedó sorprendido un momento, pero luego recordó la maldición y todo cobró sentido en su mente.
—¿Eres Eustace? —inquirió el joven hacia el dragón.
El animal asintió.
Regresaron a la playa, dónde algunos miembros de la tripulación, junto a las dos reinas, habían regresado del barco para ayudar a Edmund.
—¡Edmund! —Lucy corrió a abrazarlo una vez Eustace lo dejó en tierra firme—. Menos mal, estás bien.
Él también la abrazó, sabiendo que su hermana estaba realmente preocupada. Carol ya se había dado cuenta de lo sucedido, así que se acercó a Eustace y lo que dijo aclaró el asunto para todos los demás presentes:
—No deberías haber tocado el tesoro, Eustace.
El dragón la miró arrepentido y ella sonrió comprensiva.
—Tranquilo —continuó diciendo—, creo que ya tienes un castigo suficiente —se dirigió a los demás—. Se hace de noche.
—No podemos dejarlo aquí —dijo Lucy con preocupación.
—Pues nos quedaremos aquí y mañana buscaremos una solución —sentenció Caspian.