Las historias son ciertas.
Hace mucho tiempo, en nuestro mundo hubo una reina que reinó sola. No hubo hijo de Adán ni profecía, solamente había una chica dispuesta a gobernar con justícia a su pueblo. Fueron grandes años para Narnia, con celeb...
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Los hermanos Pevensie, al terminar de cambiarse y prepararse, partieron de aquel lugar en busca de aquellas ansiadas respuestas. Susan no comprendía que hacían de nuevo en Narnia, pero, por el momento, quería averiguar que había sucedido y por qué nada parecía ser como recordaban. Mientras el resto caminaba con más lentitud, ella se adelantó al escuchar voces en la lejanía, cerca de un lago. Sin ser vista, se acercó lo necesario para ver que dos hombres con armadura tenían a un Narniano atado y pretendían lanzarlo al agua para ahogarlo. Sin pensárselo siquiera, salió a descubierto y preparó su arco antes de decir con firmeza:
—Soltadlo.
Su flecha apuntaba directamente a uno de los hombres; sin embargo, no parecían intimidados ante su presencia. El resto de hermanos, al darse cuenta de la situación en la que se había involucrado la mayor, aceleraron el paso. Justo en ese instante, uno de los hombres armados trató de disparar a la arquera una flecha, pero esta fue mucho más rápida disparando primero. El hombre cayó al agua y su acompañante, después de lanzar al Narniano a las profundidades, también se lanzó con intenciones de huir como un cobarde.
Peter se lanzó corriendo al agua y rescató al Narniano; mientras que Edmund nadó hasta la barca abandonada para llevarla hasta el resto como medio de transporte.
—Gracias por ayudarles a ahogarme —vociferó el Narniano en dirección a Susan.
—Un simple gracias es suficiente —respondió molesta ante su comentario.
—Deberíamos haber dejado que te ahogaran —defendió Peter a su hermana, el cual no comprendía el comportamiento del Narniano al que acababan de salvar.
Tras las palabras del sumo monarca, el Narniano se quedó viendo a los cuatro jóvenes con profunda atención, creyendo que estaba ante una visión que le proferían sus cansados ojos.
—Decidme que me estáis tomando el pelo... ¿Soy vosotros, los reyes y reinas del pasado?
—Así es —respondió Peter con orgullo.
—Oh... Vaya...
El Narniano se quedó sin habla y pronto se avergonzó de su arrebato inicial.
—¿Puede contarnos que ha pasado aquí? —inquirió Edmund tras un silencio incómodo que deseaba romper con vehemencia.
—Telmarinos —dijo, sin más.
—¿Telmarinos en Narnia? —se sorprendió Edmund, sabiendo que eso era imposible; al menos en su tiempo.
—Donde habréis estado estos últimos años...
—Es muy largo de contar... —habló Lucy por vez primera; algo nerviosa ante la tensa situación que se acababa de formar gracias a la nueva información adquirida.
—Bien... Supongo que querréis moveros de aquí majestades, yo propongo irnos ya.
El Narniano habló con nerviosismo, no queriendo faltar el respeto a sus majestades. Los jóvenes reyes se miraron y asintieron entre sí. Subieron todos a la barca; aunque antes de seguir a sus hermanos, Susan dirigió una última mirada a las ruinas que se vislumbraban a lo lejos. Esa sería, probablemente, la última vez que vería lo que un día fue su hogar.
Tras una larga travesía por el río, llegaron hasta una orilla dónde decidieron reprender su camino a pie. Mientras todos se ocupaban de dejar la barca bien amarrada por si fuese necesario su uso en algún momento posterior, Lucy se aventuró a investigar los alrededores. A lo lejos pudo ver a un oso que se encontraba buscando comida por la zona.
—Hola oso —llamó al animal, el cual se encontraba a pocos metros de ella—. Tranquilo, somos amigos.
Todos, aún amarrando bien la barca, dejaron todo lo que hacían y prestaron atención a la más joven, con preocupación. Los reyes no vieron peligro alguno, ya que recordaban que todos los animales siempre habían sido buenos amigos suyos, sobre todo de su hermana menor. Sin embargo, el Narniano supo que la reina Lucy se encontraba en peligro y la advirtió de ello al instante.
—No os mováis majestad.
Lucy se giró extrañada hacia él y luego regresó su mirada hacia el gran animal que se empezó a erguir amenazante ante ella. Supo, entonces, que ese oso no era su amigo. Corrió lo más deprisa que sus cortas piernas le permitieron, mientras sus hermanos se ponían en guardia para proteger a la pequeña. Una piedra mal puesta y los pies de Lucy trastabillaron haciéndola caerse al suelo. Los Pevensie estaban histéricos ante la terrorífica escena.
—Dispara Susan —clamó Edmund mirando con temor a su hermana menor a punto de ser engullida por un oso salvaje.
Y aunque Susan quería proteger a su hermana, salvarla de cualquier mal, el recuerdo de aquellos animales siendo sus amigos impidieron a su mente y a su cuerpo realizar esa acción. Se preguntaba sí en ese oso que parecía ser salvaje aún quedaba el recuerdo de aquel oso amigable que era leal a los hijos de Adán y a las hijas de Eva.
El oso estaba a punto de cernirse sobre el cuerpo de su hermana, pero sus manos estaban completamente inmovilizadas. De improvisto, una flecha cruzó por su lado y se clavó en el torso del gran animal, terminando con su vida al instante. Susan no se había atrevido a matarlo, pero el Narniano acababa de salvar a su pequeña hermanita.
Peter y Edmund corrieron a buscar a Lucy, la cual se abrazó a su hermano mayor temblando.
—Gracias —susurró hacia el Narniano, aún con el corazón latiéndole muy fuerte por los nervios y el temor.
Éste la miró en señal de que aceptaba su agradecimiento y comprobó que el oso estuviese completamente muerto. Al corroborarlo, volvió su vista a los reyes y habló:
—Narnia es mucho más salvaje de lo que recordabais.