Capítulo 26

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La oscuridad comenzó a disiparse y el sol se hizo presente en el cielo

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La oscuridad comenzó a disiparse y el sol se hizo presente en el cielo. A lo lejos, unas barcas aparecieron entre la niebla y los tripulantes pudieron reconocer que se trataba de la gente que había desaparecido a causa de ésta.

—¡Lucy! —chillo una voz desde el agua. 

—¡Eustace! —sonrió ella al verlo—. ¡Vuelves a ser humano!

El muchacho tragó un poco de agua y se dio cuenta de que no era agua de mar, sino que era dulce. Se lo comunicó al resto, cosa que les resultó extraño. Sin embargo, no muy lejos de dónde se encontraba el barco, divisaron unas flores que flotaban en el agua. 

—El país de Aslan —susurró Carol, aunque todos pudieron escucharla.

En una de las barcas subieron los cuatro reyes junto a Eustace y Reepecheep dirección a la isla que se hallaba tras las flores. Cuando llegaron, se pusieron a andar sin rumbo por la arena, esperanzados de que allí se encontraba aquel paraíso soñado. Sin embargo, antes de que pudieran seguir demasiado, Eustace se detuvo al ver la sombra de Aslan caminando tras ellos. Los demás también se percataron y se giraron hacia el gran león. Lucy corrió a abrazarlo de inmediato. 

—Lo habéis hecho muy bien —les dijo Aslan, cuando Lucy se separó de él y pudo observar a todos por igual. 

Caspian, que se había percatado de que se alzaba una gran ola al otro lado de la isla, no pudo evitar preguntar:

—¿Tras la ola está tu país? 

—Así es —respondió el león.

—¿Está mi padre allí? —insistió el rey.

—Solo si vas podrás saberlo.

Tras esas últimas palabras del león, Caspian caminó con decisión hacia la ola. Sin embargo, cuando estuvo a punto de traspasarla, se detuvo.

—¿No vas? —preguntó Edmund con duda reflejada en su rostro. 

—Tengo mis responsabilidades aquí —respondió el mayor todavía observando su mano, que acariciaba el agua de la ola—. Ya lo averiguaré cuando llegue el momento. 

Edmund asintió, pensando que aquella decisión era muy sabia. Otra voz se oyó en el silencio que se había formado:

—Iré yo.

Todos miraron en dirección al ratón.

—No —pidió Eustace, quién se había encariñado de Reepecheep.

—Es lo que deseo —le respondió el pequeño animal con cariño—. Te quiero, amigo. 

Sin dudarlo más, con la ayuda de una pequeña barquita hecha a su medida, remó por encima de la ola y desapareció de la visión de los demás. Lucy seguía observando el lugar con el corazón encogido, pero todavía le resultaron más dolorosas las palabras que formuló su hermano: 

—Es hora de volver a casa, Lucy.

Carol miró al muchacho y se le comenzaron a llenar los ojos de lágrimas. No quería que se marcharan tan pronto. Lucy tampoco quería, pero Edmund parecía haberse hecho ya a la idea.

—No vamos a volver, ¿verdad? —preguntó la menor a su hermano.

—Vosotros también habéis aprendido lo necesario en este mundo y debéis vivir en el vuestro —respondió Aslan. 

—Yo volveré —comentó Eustace esperanzado.

—Narnia podría necesitarte. 

Él asintió, contento de saber que sus aventuras en Narnia solo habían empezado; aunque triste porque sabía que no volvería a vivirlas junto a sus primos.

Las despedidas comenzaron. Todos se despidieron entre ellos entre lágrimas y abrazos. Edmund se acercó a Carol para despedirse también de ella.

—Te vas —susurró la muchacha, a lo que él asintió. 

Carol lo abrazó con todas sus fuerzas y él correspondió ese gesto. Ella sabía que pronto volverían a verse, pero no soportaba aquella sensación en el pecho, la misma que tuvo la primera vez que tuvieron que despedirse. Unas lágrimas rebeldes cayeron por su mejilla y Edmund se dio cuenta. Besó su frente con cariño.

—Te prometo que volveremos a vernos —susurró él, queriendo convencerse más a sí mismo que a la muchacha, ya que le dolía en el alma pensar que, probablemente, jamás volvería a ver al amor de su vida.

—Lo sé. 

Ella quería decírselo, pero no podía, lo tenía prohibido. Era un adiós, al menos, por ahora.

Edmund, Lucy y Eustace caminaron en dirección a un portal que Aslan había abierto en la ola gigante, volviendo así a casa. 

—Hija —la llamó Aslan—. Debes volver a casa.

Ella asintió. Se despidió de Caspian con un fuerte abrazo.

—Gracias por ser la hermana que nunca tuve —agradeció el muchacho.

—Gracias por ser el hermano que nunca tuve —dijo ella en respuesta.

Carol se acercó a la ola, dónde ya no se encontraba el portal, y se lanzó de espaldas a ella. Así desapareció de la visión de Caspian y regresó a su hogar.

La hija de AslanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora