El Shinigami Naranja

62 6 1
                                    


La noche en que lo vio por primera vez pensó que estaba muy cansada como para pensar que fuera posible. Al fin y al cabo, ellos sólo eran leyendas y cuentos que fueron pasando durante generaciones y generaciones. Incluso los dibujos animados habían hecho hincapié en ellos de diferentes formas. Algunas, no humanas.

Empero la figura que estaba de pie frente a ella, sosteniendo una espada más grande y gruesa que su brazo era semejante a la de un humano. Incluso su forma de hablar no debía de estar muy lejos de su edad.

Si los cuentos eran ciertos; un Shinigami.

Las bolsas que sostenía de la comida resbalaron por su mano al mismo momento en que él daba de bruces contra el suelo. Pudo ver el charco de sangre. Aterrador.

Corrió hasta él para volverlo y se remangó.

—Bien, chico. Tú no puedes morir esta noche —ordenó—. Bastante mierda es mi cumpleaños como para ver morir a un dios de la muerte.

Hasta ahora, en todas sus clases de medicina, se había procurado hacer oídos sordos hacia las leyendas de los Shinigami. Justamente, porque ellos venían a llevarse el alma de los pacientes. Aunque era irónico, porque ese tipo llevaba una espada en lugar de una guadaña. Tampoco un arco o todas esas formas en que los humanos se habían empeñado en atestiguar.

E irónicamente, ahora estaba salvándole la vida a uno.

Por un momento se detuvo. ¿Los shinigami se curaban de igual forma que los humanos? No estaba segura y le daba igual. La idea detener sus heridas. Evitar que lo que se llevara hacia la muerte a los shinigami se lo llevase.

Repentinamente, él le sostuvo la muñeca. Tenía fuerza.

—Huye.

—¿Es una broma? —gruñó soltándose—. No voy a dejarte morir aquí en medio de la noche.

—No lo entiendes, esto es...

Fuera lo que fuese, no logró terminar de hablar. Sakura sabía que eso pasaría. Así que, tras asegurarlo lo mejor que pudo, se puso en pie y tiró con todas sus fuerzas de él. No diría que fue sencillo llevarlo por toda la calle arrastrando. En algún momento sopesó la idea de dejar las bolsas o a él. Su estómago decidió que la comida era más importante, aunque su ética médica, no.

Por suerte, logró llegar a su hogar con los dos.

Dejó la bolsa en la entrada y a él lo empujó hasta su dormitorio. Quitó los restos del kimono y buscó su botiquín privado. Algo mucho mejor que simplemente sus manos en la calle. Aunque, para su sorpresa, tenía un alto nivel de cicatrización.

Al terminar, logró vendar su cuerpo y mientras él caía en un sueño profundo, ella se sentó, a los pies de la cama, sin poder creerse lo que estaba viendo. Lo que había hecho, más bien. ¿Acaso había una especie de logro en la vida por curar un shinigami?

Decidió que darle vueltas no iba a servir.

Se dio una ducha y preparó cena para dos. Cuando se estaba sentando para cenar, él despertó. Se apoyó sobre sus manos, mirando a su alrededor hasta dar con su espada. Se la había quitado al llegar. Bastante difícil, si le permitían decirlo. Además, era inmensa y parecía complicada de usar.

—No te la voy a quitar —le aseguró.

Él la miró.

—¿Cómo es que puedes verme?

—Buena pregunta, pero sin respuesta.

Le ofreció un bol de arroz.

—¿Puedes comer?

RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora