El corazón de arena

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Inspirado en el libro "la reina del futuro" de Chia S

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Inspirado en el libro "la reina del futuro" de Chia S.R

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Empujó la última piedra que la separaba del interior de la tumba. Dio gracias por la mascarilla y movió la linterna para poder ver mucho mejor los tesoros que debían de encontrarse tras los muros que había tenido que derribar.

Llevaba años detrás de esa tumba. Desde que era niña y su padre murió sepultado por la arena. Fue horrible, pues sólo encontraron su sangre impregnada en la arena, como si esta hubiera hecho un sarcófago con él.

Tomó todas las notas explicativas, todos sus ahorros y marcó sus estudios en todo lo que tuviera que ver con su promesa. Así fue como llegó a considerarse una de las más afamadas arqueólogas del siglo; Sakura Haruno.

Y finalmente, ahí estaba.

No era lo que había esperado. No había abundancia. Ni joyas preciosas, ni mensajes llamativos de lo importante que fue su dueño. Más bien, era como si alguien hubiera encerrado ahí a alguien que no deseaba que fuese encontrado. Por únicos guardianes, había dos cofres en la entrada al sarcófago.

Pudo leer dos nombres diferentes. Uno de mujer y otro de hombre.

Se acercó al más grande sarcófago. Sus inscripciones lo marcaban como un ser peligroso, tal y como se temía. No entendía por qué su padre estaba tan interesado en él. No era un rey. Tampoco un sacerdote.

Más bien, era una persona mala a la que enterraron en lo más profundo, con trampas e intrincados laberintos para evitar que fuera descubierto. Lo peor de todo es que su padre no dejó ninguna constancia de por qué le buscaba o de quién era. Simplemente, aseguraba que era algo importante.

—Gaara —leyó la inscripción.

El aire se movió a su alrededor de sus pies. No comprendía de dónde llegaba sin existir un punto de corriente.

Después, en un abrir y cerrar de ojos, estaba con la cabeza en el suelo y los pies donde debería de estar su cabeza. Miró a su alrededor, sorprendida, deteniéndose en su pie. Lo sostenía una mano de arena que oscilaba hasta un punto oscuro de la sala.

Enfocó la linterna hacia el lugar.

Había una figura delgada, desnuda. Resaltaba su piel pálida, sus ojos y sus cabellos.

—Bájame —ordenó.

Él frunció el ceño.

—¿Sabes hablar mi idioma?

—Sé más de doce idiomas —respondió—. Esta lengua antigua es fácil para mí. ¿Puedes bajarme?

Por supuesto, él no lo hizo. Ladeó la cabeza para observarla directamente. Caminó hasta su altura, arrodillándose.

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