Hilos rojos

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SasoSaku

Ella sonríe y toma su mano con cuidado. Él pestañea, baja la mirada hasta sus dedos helados que tocaban aquellos cálidos. Era la mayor fuente de calor que el ser presentía. Entendía que ella lo había llamado, que debía de acudir a sus deseos.

Poco sabía que no debería de estar ahí.

—Eres realmente perfecto —le dijo.

Las palabras le llegaban pese a no entender cómo. Ella podía pensar y entendía sus necesidades. Hablaba y comprendía que esperaba algo de él, pero no lograba entender del todo qué.

Movió su mano más allá de su palma, subió por su muñeca hasta sus hombros y después, a sus labios. Posó unos dedos que no sentía suyos sobre su boca y ella sonrió, trémula, como si temiese que algo horrible ocurriera.

¿Quizás él era demasiado fuerte? ¿Quizás ella podría herirle?

Se detuvo. Su mente no parecía ser capaz de resolver dos preguntas a la vez.

—Está bien —tranquilizó la mujer—. Poco a poco.

Pero los días pasaban y ella pensaba más y más. Quería más y más de él.

Hasta que un día estalló. Se sentó frente a él, en la silla que solía sentarse para atar los hilos rojos que se enlazaban en su carne. Algo que, había notado, ella no poseía. Era algo característico de su existencia, al parecer.

Sin embargo, no se puso a trabajar sobre él, sino que metió las manos entre sus piernas, apretándolas con los muslos y le miró fijamente con esos dos ojos grandes.

—¿Me recuerdas? —le preguntó.

Él cabeceó y tomó la pizarra en la que había aprendido a escribir en ese tiempo. Desde que atase sus manos con los hilos, podía sujetar mejor las tizas y controlar algo mejor su fuerza. Pegó el objeto contra la pizarra y escribió.

"Sí, tú me llamaste. Tú me arreglas".

Ella hipó. Al parecer, desanimada porque no esperaba esa respuesta.

—No. De antes. ¿Te acuerdas de mí?

Dudó. No supo qué responder. Porque no recordaba más que despertar y tenerla delante.

—Soy Sakura. Sakura Haruno —recalcó inclinándose más—. ¿Nada?

Él deseó mover la cabeza para negarse, pero los hilos que lo maniataban con la pared de atrás, se lo impidieron. Así que usó la pizarra para expresarse.

Las lágrimas finalmente abandonaron los ojos de la mujer, cayendo sobre sus mejillas y sus rodillas.

—Imagino que tampoco te acordarás de esto —dijo, justo antes de inclinarse sobre él. Parpadeó, confuso, mientras que el calor del cuerpo femenino se pegaba al suyo y sólo concentrándose en sus labios. Cuando se separó, lloraba aún más—. Oh, Sasori —masculló agotada—. ¡De qué sirve todo este esfuerzo!

Y como siempre hacía antes de marcharse, caminó hasta la fotografía junto al mueble donde descansaban las herramientas que usaba para atar sus hilos.

El marco estaba girado un poco más hacia él esa vez. La imagen de un joven pelirrojo, pálido, con una cara de seriedad extraña pese al rubor en sus mejillas aparecía sobre ella.

Sakura se detuvo frente a ella, pero no tomó la fotografía. En su lugar, tomó el espejo tras ella. Caminó hasta su altura y levantó el objeto frente a sus ojos.

La imagen que le devolvía era terrorífica.

Se parecía al joven de la fotografía.

Ese que ya no era.

.

.

"Deja morir el amor bajo tierra con su cuerpo, pero no el amor del alma, porque ese será los hilos que te unirán a tu destino en el futuro. Es triste, pero todo acaba y la vida, es una de esas cosas".

La bruja miró soñadora la vela antes de soplarla. La cuna se oscureció. Regresó a la mecedora y posó el fino libro que antes fue gordo en sus piernas.

"Todo termina... un día".

RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora