Escamas de promesas

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NaruIno

Cuando logró salir a la superficie había perdido de vista la extraña figura que la había hecho gritar bajo el agua. Tomando aire con fuerza y nadando lo más deprisa que le permitían sus piernas hacia su tabla de surf, deseó y rogó porque no fuera peligrosa.

No era un tiburón. Ni era una tortuga. Diablos, ni siquiera una Morena. ¡Ella conocía las Morenas y no nadaban de esa forma!

Aterrada y pálida, intentó hacer memoria de todas y cada una de las criaturas marinas que conocía. Ninguna encajaba en ella.

No había criaturas marinas con pelo largo y dorado. Ninguna se reía bajo el mar.

¡Si eso era una broma, iba a matar a la persona que estuviera haciéndole eso!

Dejó las gafas sobre la tabla, quitándose el agua de los ojos cuando volvió a escuchar esa risita divertida. Miró rápidamente a su alrededor, hasta percatarse de que había algo sobre la tabla. No. Algo no.

Alguien.

Elevó las cejas.

Era una muchacha hermosa y joven. Con el cabello largo, desnuda hasta donde era capaz de ver y no parecía preocupada porque pudiera verle las tetas. Más bien, parecía completamente encantada.

—¿A qué diablos juegas? —le preguntó sin tapujos—. ¡Has estado a punto de matarme del susto! Pensaba que eras un tiburón.

—Oh, no, no. Los tiburones de esta zona no nadan por este lugar. Odian la cercanía humana y prefieren comer en otro lado. No necesitas preocuparte por ellos.

Sakura torció el gesto.

—Gracias por la información.

—¡De nada!

—Era sarcasmo —protestó empujándose para sentarse en la tabla—. ¿Cómo has subido sin moverla? Ni me he enterado.

—Me he deslizado en ella —respondió la chica. Había tomado una parte de sus cabellos y empezaba a amasarlos entre sus dedos como si estuviera peinándolos—. ¿Quién eres?

—Sakura Haruno —respondió—. Vivo en la casa de los pescadores. La azul.

—Ah, de esos —dijo arrugando el labio.

—¿Qué pasa? —preguntó quitándose algo de agua de los ojos—. ¿Eres antipeces?

—No, los como —alegó—. Pero sé cuando no debo de comer. Con vuestras redes atrapáis madres. Y las pobres crías tienen que crecer solas en la oscuridad del mar. Es duro para ellos.

—Vaya... ¿Animalista?

—¿Qué? No, soy Ino —respondió parpadeando con inocencia.

Sakura puso los ojos en blanco.

—No te preguntaba tu nombre. ¿Dónde vives, a todo esto?

Ino sonrió. Se percató de que tenía unos ojos muy curiosos. Hermosos, debía de reconocer. La vio elevar su dedo índice para, después, dejarlo caer en señal al mar. Sakura elevó una ceja.

—¿Dónde?

—Abajo. Hay una cueva preciosa. Vivo en ella. Antes vivía con mi familia, pero mi padre quería casarme con mi mejor amigo en mi primer celo y pasé completamente de eso. Decidí coger mi tortuga e irme a vivir sola.

Sakura aguardó un instante. ¿Dónde estaba el chiste?

—Vaaale —accedió—. ¿Sabes qué? Volveré a casa antes de que anochezca y no vea por donde me muevo.

—Oh, yo puedo llevarte a la orilla rápidamente. No te preocupes.

—¿Y cómo? —dudó.

Entonces, ella elevó una enorme y preciosa cola del color de las esmeraldas. Golpeó el agua. Algunas gotas le cayeron en la boca, percatándose de que la había abierto tanto como sus ojos.

—¿Has nadado con eso hasta aquí?

—¡Claro! —exclamó Ino sorprendida—. Yo no tengo piernas como tú. ¿Por qué te sientas de esa forma? Tenéis suerte de poder abriros de esa forma los humanos.

—¿Los humanos? Vale, creo que esta locura tuya se ha salido ya del guion —acusó—. No te creerás de verdad que eres una sirena.

—No me lo creo. Lo soy. Mi sangre es azul y tengo cola. Puedo respirar bajo el agua. Nado más rápido que ese barco que llamáis rápido.

Llevó una de sus manos hasta su cola.

—¡Oh, y esto puedo demostrarlo! —añadió. Acto seguido, se quitó una escama con un sonido semejante al enganche de un sujetador—. ¡Mira, tócala!

Sakura la tomó con cierto temor. Empezaba a notar que temblaba, como si el mar se hubiera helado repentinamente desde su cintura hasta sus pies. El objeto era duro y se asemejaba tanto a la escama de un pez que podría haber pensado que era una imitación grande, si no fuera porque tenía exactamente el mismo acto.

Reaccionó cuando se la vio encima, tanteando sus piernas y llegando hasta su entrepierna, dando un respingo y un grito.

—¡Oye! —acusó.

—Oh, perdona —se disculpó curiosa—. No sabía que las hembras humanas tenías ahí el aparato reproductor. ¿Me lo enseñas?

Estaba a punto de gritar. Con mucha fuerza. Ella se enderezó entonces, sonriendo.

—Está bien. Volveré mañana a jugar contigo. Quizás quieras enseñármelo. ¡Diviértete!

Una vez la perdió de vista, Sakura remó hasta la playa. Corrió por la arena hasta caer donde comenzaba el césped. El corazón parecía estar a punto de salirse de su boca.

—¡Madre del amor bendito! —exclamó—. Esto no ha sido real. No lo ha sido...

Recogió su tabla de surf y corrió hasta su casa. Se percató de que continuaba llevando la escama entre sus dedos.

Era algo que guardaría para siempre. Por miedo, por recuerdos y por expectativa. Nunca regresó a la playa durante su juventud.

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"La complicación del mundo mágico y del mundo humano. Esa humana no sabía que las costumbres de las sirenas es entregar una escama a la pareja que desean. La sirena no sabía que su presencia aterraría a la humana. Una historia de amor, con una escama como presente, sin futuro ni final".

RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora