La bestia

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El castillo se cernía en lo más alto de la montaña, con rayos aterradores, ruidos estremecedores y un sendero lleno de rosas

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El castillo se cernía en lo más alto de la montaña, con rayos aterradores, ruidos estremecedores y un sendero lleno de rosas. Sakura se detuvo y observó lo que tenía a su alrededor, mientras su caballo pastaba algo intranquilo en espera de su decisión.

Ir al castillo sería la mejor opción. No, en realidad, era la correcta. Porque debía de vender todas las cajas de velas para poder pagarse los estudios y eso era necesario. Sin embargo, no le apetecía arañarse las piernas ni terminar con pétalos enredados en su cabello, así que simplemente, se dio la vuelta y regresó a su hogar. Otro día en que no estuviera cayendo la del pulpo, lo intentaría. Sí, mejor.

Vivía en una casa apartada cuyo terreno era fértil, sin embargo, su familia se dedicaba más a la venta de velas que otra cosa. Incluso habían inventado la teoría de velas beneficiosas. Incluso para el mal de ojo. Su madre tenía buena clientela femenina y su padre, no tenía problema con pasar horas en el taller. En cuanto al reparto, recaía en ella esa tarea.

—¿Has ido al castillo para vender velas?

—No, mama —respondió quitándose el abrigo—. Tanto Naruto como yo estamos cansados y no estamos preparados para luchar con una tormenta para que luego no nos compren. Hemos vuelto a casa. Cuando cese la tormenta, regresaré.

Su madre le dio una bofetada.

—¿¡Eres tonta o qué!? —gritó—. ¡En el castillo siempre hay tormenta! ¡Siempre! Nunca mengua. Has de volver y vender las velas que te mandé. ¡Cansada, dice! —exageró—. ¡Tu naciste tan cansada que llegaste de nalgas!

Sakura, irritada, decidió que era mil veces mejor soportar una tormenta donde tu vida corría peligro a tener que aguantar a su madre, que generalmente, era buena para usar la escoba para otros fines menos beneficiosos que barrer.

Naruto, su fiel caballo, por supuesto que se negó al primer intento en salir del establo, de nuevo calentito, con la comida a mano y una yegua en celo cerca.

—Hoy no vas a intentar cortejar a Hinata, Naruto. Nos vamos al castillo.

Al final, el animal obedeció.

—No me culpes a mí. Es cosa de mamá y su necesidad de controlar todo cuanto vendo. Así que, si nos cae un rayo encima, ya sabes de quién es la culpa. Ah, también hay una posibilidad de que nos devoren las bestias, pero tú tranquilo, que gracias a tu tamaño podré irme. Le hablaré de tu valor a Hinata.

El caballo sacudió la cabeza ante eso último, claramente, más irritado que asustado. Incluso le pareció que sacaba pecho y caminaba más rápido por tal de lucirse ante el peligro. En realidad, le estaba chinchando para que decidiera dejarla caer o cualquier otra tontería que la justificara frente a su madre. Siempre era más fácil así, porque a Naruto no le pegaba.

Empezaron a escuchar la tormenta en pocos momentos. A medida que llegaban a los pies de la escalera que la llevaría al castillo. Parecía que nadie lo habitaba, pero su madre aseguraba que sí.

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