Capítulo 5

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Decir que Castiel estaba nervioso era un eufemismo.

El día en que había almorzado con Dean, ambos habían regresado a la oficina y avanzaron el trabajo con bastante eficiencia. Él era un hombre eficaz y algo tajante en sus resoluciones, siempre buscaba un segundo vistazo a alguna propuesta para verificar que todo estuviera en orden.

Era el hombre de los planes B por si acaso, y eso le gustó.

Estuvieron trabajando hasta algo tarde en la noche y luego se ofreció a llevarlo hasta su casa, la que quedaba en una acogedora y tranquila zona no muy lejos del centro. Cuando Dean le ofreció pasar a tomar algo, Castiel se obligó a declinar en la invitación alegando estar cansado, pero que el viernes sin importar a qué hora terminasen de trabajar saldrían a su salida a un bar. Dean le había sonreído y estuvo de acuerdo en eso.

Así pasó la semana entre coordinación de reuniones, revisión de proyectos entre otras cosas y cuando menos se dio cuenta, ya era viernes y él estaba algo nervioso dando vueltas en su oficina. Habían tenido días duros de trabajo, en los que ellos no habían vuelto a salir a almorzar porque ninguno lo había sugerido y además, no habían tenido tiempo para casi nada comiendo del restaurante cercano que les llevaba la comida.

Tenía la cabeza dando giros desde la noche anterior y si bien pudo dormir, tuvo extraños sueños en donde ambos iban por una carretera dentro de un auto que era manejado por Dean sin rumbo. La carretera le había parecido tan larga, como si nunca tuviera fin; sin embargo, su nuevo subgerente estaba sonriendo hablándole sin parar y relajado, pero no podía lograr recordar lo que decía. Había momentos en el sueño que se veía estar en el asiento del copiloto, en otras en ese lugar había otra persona a quién no pudo verle el rostro nunca porque se encontraba sentado en el asiento de atrás donde solo tenía como foco central la mirada verde de Dean posarse con insistencia en él sonriéndole a cada momento o molesto por alguna razón que no pudo entender.

Su corazón retumbó sacándolo del recuerdo de ese extraño sueño cuando el toque en su puerta lo hizo dar un pequeño brinco, haciéndolo sentir muy tonto. Sonrió con algo de nerviosismo cuando vio la cara divertida de Dean asomarse por la puerta y por más ridículo que pareciera, sabía que con la mirada le decía en silencio que había visto su reacción, pero que no le parecía malo. Al menos, eso quería creer.

— ¿Listo para la noche de bar, tigre?

Castiel soltó una risotada y solo asintió dejándose llevar por un demasiado entusiasta Dean y justo antes de salir de su oficina, le alcanzó su gabardina para que se la pusiera. Había estado tan nervioso que ni siquiera recordó que debía ponérsela, lo que le hizo sentirse idiota.

— ¿Iremos en taxi o quieres que usemos el chofer de la oficina? —Preguntó Castiel asumiendo que ninguno de los dos iban a poder manejar después de la salida al bar.

Cuando vio dudar a Dean, él supuso que el chofer a pesar de ser buena idea, no le gustaba del todo y no podía reprocharle nada ya que Esper había sido grosero con él sin tan siquiera conocerlo.

—Vamos mejor en taxi, así no desvelamos a tu chofer. Imagino que su trabajo termina al concluir el horario de oficina ¿o hasta cuando te vas a casa?

—Sí, termina al concluir el horario de oficina, salvo que se le requiera para algo especial, yo siempre suelo irme sin él a menos que salga demasiado tarde. Y —añadió sonriente— se le compensa sus horas extras, obvio.

—Por supuesto, tengo buenas referencias de la empresa —rieron por la burla.

—Vamos en taxi —estuvo de acuerdo, Castiel—, así no hay testigos de mi deplorable actuación al ingerir alcohol, ahórrame ese papelón.

El vacío que llenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora