Capítulo 21

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Castiel había llegado muy temprano a su oficina, mucho más que cualquiera que trabajara allí. Una hora después, se encontraba sentado en su escritorio atento a la llegada de los empleados, su mirada en ningún momento se apartó de la puerta cerrada que tenía casi al frente. Entre los recuerdos de lo que había pasado entre él y Dean y la llamada que tuvo de Hans por la noche, lo tenían en una especie de limbo en el que se encontraba sin opción a salir, aunque debía reaccionar. Por eso, cuando escuchó a Catarina llegar, luego a Dean y que este le decía a ella que ya se sentía bien cuando la secretaria comenzó a bombardearlo con preguntas sobre su salud, él casi se sintió hiperventilar.

«Su salud...», meditó Cas mientras escuchaba al par conversar.

No fue ningún virus, sino la borrachera que se pegó por alguna razón y que fue la real responsable de la resaca que no le permitió llegar el día anterior a la oficina; así es que se preguntó: ¿cómo hizo para engañar —sí es que lo hizo— a Miguel y que este lo cubriera con todos? En eso, la voz de Dean preguntando por él hizo que el aire se atoraba en su garganta.

La voz de su amigo se había escuchado centrada e incluso creyó percibir un tono alegre en ella. También se sorprendió de poder escuchar con perfecta claridad su conversación cuando la puerta estaba cerrada y entre su escritorio y el lugar donde estaban ellos no era tan cerca, a pesar de escuchar la conversación amortiguada; sin embargo, pensó que se debía a que era aún temprano y los sonidos propios de la oficina todavía no dominaban el lugar. Escuchó como Dean le decía que iría a su oficina y la conversación se acabó después de escuchar la puerta de su amigo abrirse y cerrarse.

Ninguno de ellos se había dado cuenta de que Castiel ya estaba en su oficina, además, nadie lo había visto llegar, solo el conserje a quién le dio instrucciones de no decir a nadie que había llegado.

Él no quería ver a nadie, aún.

—Serafín, dime la razón por la que te estas escondiendo en realidad —la voz de Gabriel lo sacó de su ensimismamiento.

Miró hacia la dirección de donde venía la voz de su amigo y lo encontró sentado en el sillón que estaba a un lado mirándolo con esa expresión sonriente que casi siempre tenía.

—Te dejé entrar en algún momento y olvidé que lo hice... —especuló Castiel más para sí mismo que para su amigo, este le sonrió, pero no dijo nada.

—No le des más vueltas y no te escondas —insistió.

—Tú no me llamas serafín de cariño —aseveró Castiel entornando los ojos y obviando lo que le dijo Gabriel—. Lo haces como si fuera algo cierto. Un hecho.

Castiel lo vio levantarse, al parecer ya sin fuerzas para negar o afirmar nada, y sentarse en la silla que estaba frente a su escritorio haciendo que ambos estuvieran frente a frente. Él se acomodó hacia atrás y sin quitarle la vista a Gabriel que estaba con una expresión serena, se preguntó qué le pasaba por la mente a su amigo.

—Es que lo eres, Castiel.

—Dime una cosa —siguió sin dar crédito a la afirmación que dio, envalentonado por la extraña y repentina racha de aparente sinceridad mostrada por su amigo— ¿eres así de perspicaz para leer mentes o tienes poderes sobrenaturales?

Gabriel antes de responder imitó su postura y cuando habló lo hizo con calma.

—Un poco de ambos —respondió, y Castiel lo hubiera tomado como una broma sino fuera por la expresión seria que le vio—, pero jamás he violado tu intimidad o privacidad, hermano.

Castiel frunció el ceño, sentía que Gabriel le decía la verdad, lo sabía en todo su ser y algo le decía que ya no siga preguntando, pero él estaba harto de ser precavido. Necesitaba tomar decisiones importantes y sobre todo necesitaba dejar en claro que no permitiría que lo trataran como un inválido, como alguien que no sabía ni podía defenderse ni pelear por lo que quería.

El vacío que llenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora