Prólogo

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Amor. Para la mayoría de los seres humanos el amor es ese sentimiento, tan intenso, que nos hace ver la vida de otro color. Para Ariadna, el amor es como el tabaco: adictivo a cada calada, pero que al fin y al cabo, acaba matando. El amor es el cáncer del corazón y cuando el amor muere, el corazón se rompe.

Ariadna se encontraba en su apartamento, sentada en un sofá frente a una mesita de café, en mitad del salón. Una lámpara, que colgaba del techo, iluminaba el mueble, tornándolo de un color amarillo. Los papeles del informe de su última investigación en la policía ocupaban gran parte de la superficie. El cigarrillo, que reposaba en el cenicero, se consumía lentamente y el humo provocaba una neblina fantasmagórica. El cabello de la joven caía a un lado del rostro hasta llegar a su hombro desnudo.

El caso que estaba investigando era un incendio en una fábrica textil, abandonada: según los bomberos, se trataba de un fuego provocado por una colilla de cigarrillo. Ariadna contemplaba, una y otra vez, las mismas fotografías del edificio calcinado; aun había hilos de los que tirar.

Sin apartar la vista de los documentos, alargó el brazo y sujetó el cigarrillo entre los dedos; se lo acercó a los labios, dando una larga calada, acabando así lo que quedaba de éste. Lo apagó en el cenicero, levantando los restos de ceniza de los anteriores cigarrillos.

Ariadna trabajaba en el departamento de Homicidios de la Policía, pero siempre se prestaba para resolver cualquier acto delictivo. Su habilidad para resolver crímenes la convertía en una de las mejores agentes. Si no fuera mujer, ya habría ascendido hace mucho tiempo.

Su atención en el papeleo era tal, que dio un respingo al oír el tono de llamada de su móvil; para ella no era extraño recibir llamadas a altas horas de la noche.

Alargó de nuevo el brazo y alcanzó el móvil. Miró el nombre que aparecía en pantalla; no tardó en contestar.

—Inspector —contestó ella en tono neutro. La voz profunda y grave al otro lado del aparato le respondió.

—Torres, tenemos un 10-50 en un domicilio. Al parecer, se ha efectuado una llamada anónima avisando sobre el asunto. El comisario quiere que ocupes tu puesto inmediatamente.

Ariadna conocía a la perfección los códigos con los que se comunicaban. Un 10-50 significa un muerto.

—Dígame la dirección y me pongo en marcha. —contestó ella. Apartó el móvil de su oreja y presionó el ‹‹manos libres››.

Mientras el inspector le indicaba la dirección y otras órdenes, Ariadna se vistió con unos vaqueros ajustados, una camisa blanca y una americana de color negra. Bajo ésta portaba su arma reglamentaria, bien escondida, y colgando de su cuello llevaba una cadena con su placa plateada.

Una vez vestida, se dirigió al baño y se contempló al espejo con el fin de recogerse el cabello en una cola de caballo, bien apretada, sin un solo pelo rebelde que le molestase en el rostro.

Una vez conocidas las órdenes se despidió del inspector al teléfono y se puso en marcha. 

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora