La Reunión

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La subinspectora Torres cogió aire antes de entrar en el despacho del comisario Hernández.

En su mano poseía una carpeta con toda la documentación, informes y fotografías de los dos casos en los que estaba trabajando.

Llamó a la puerta tres veces y esperó la respuesta del comisario para entrar.

—Adelante. —dijo la voz grave, amortiguada por la madera de la puerta.

Ariadna volvió a coger aire y giró el pomo para, finalmente, entrar.

—Buenos días, comisario —lo saludó ella.

Don Francisco estaba sentado en su silla de cuero, tras su imponente escritorio. En sus manos tenía un vaso de plástico que, por el olor, contenía café en su interior.

El comisario levantó la vista del vaso y enarcó sus gruesas cejas, dirigiendo la mirada a su subordinada.

—Buenos días, subinspectora Torres. Supongo que tiene una buena razón para interrumpir mi pausa para el café. —soltó él con voz ronca.

Ariadna fingía mantener la calma.

—Me temo que es un asunto demasiado importante como para aplazarlo, don Francisco. Primeramente, le pido disculpas por la interrupción...

—No retrase más lo que tenga que contarme. Por favor tome asiento. —la interrumpió él, señalando la silla que había al otro lado de su escritorio.

La subinspectora tomó asiento y depositó la carpeta en la mesa, arrastrándola, para dejarla cerca de las envejecidas manos del comisario.

—Aquí está todo cuanto se ha recopilado de los dos casos, tanto las novedades en el incendio, como en el asesinato de Asier Cuevas Allende.

Don Francisco empezó a sentirse intrigado:

— ¿Qué ha averiguado?

La subinspectora respiró hondo antes de hablar.

—Ayer estuve en el parque de bomberos donde trabajaba la víctima y me confirmaron que el tal Fénix era el apodo que se le puso al señor Cuevas, así que, fue él quien sufrió intoxicación por inhalación de humo la noche del incendio. Tuvieron que trasladarlo al hospital y allí permaneció ingresado hasta el mediodía del doce de marzo. Los bomberos aún conservan la bombona de aire que utilizó el señor Cuevas esa noche: presentaba un corte en el tubo que conecta la botella con la máscara que cubre nariz y boca. En la carpeta hay una fotografía del daño presentado. Fui al hospital y el médico que atendió al señor Cuevas en urgencias me facilitó el informe del paciente.

››Cuando volví al domicilio de Mónica Gil para continuar la vigilancia, encontré un paquete de tabaco, abierto, al cual le faltaba un cigarrillo. Me hizo pensar que quizá el cigarrillo que faltaba, fuese el que provocó el incendio de la fábrica textil la noche del diez de marzo. Hoy mismo pedí al laboratorio que cotejasen los restos de ADN del cigarrillo con las muestras de Mónica que se le extrajeron la noche de la muerte de la víctima. Han dado positivo. Como sabrá, la señorita Gil encontró el PenDrive, que contenía los vídeos sexuales, el día nueve de marzo, lo cual podía haberla llevado a acabar con la vida de su pareja haciendo que pareciera un accidente: cortando la bombona de aire que llevaría el señor Cuevas en el incendio, que ella misma iba a provocar, la noche del 10 de marzo, de tal forma que la intoxicación por inhalación de humo pareciera una negligencia por parte de los bomberos.

››Pero el señor Cuevas sobrevivió, lo que provocó que la señorita Gil se esmerase en la premeditación del asesinato de su pareja mientras localizaba a las mujeres de esos vídeos. Encontró a la doctora María Velázquez a quien fue a ver el día dieciocho de marzo, pero la rotura del retrovisor izquierdo de su coche hizo que la visita se retrasara. Fue al taller, donde encontró la forma perfecta de matar al señor Cuevas: compró el líquido limpiaparabrisas. Tenemos la grabación de las cámaras de seguridad del taller, que lo demuestran. Después visitó a la psiquiatra, quien le explicó la verdad sobre su pareja, a quien tanto creía amar. Según la señorita Gil, discutió con la víctima el día 20 de marzo, lo cual hizo que ella se marchara a casa de su madre, donde ahora reside. Pero hubo un momento en que podría haber fingido una reconciliación con la víctima: preparó quizás una cena y de postre... Las uvas envenenadas.

Cuando la subinspectora acabó, vio que el rostro del comisario seguía serio, como si hubiera hablado con un muro, imposible de atravesar, pero ella sabía que don Francisco había estado escuchándola con atención.

—Lo que dices tiene mucha lógica, es sólido. Además, desde el funeral, la señorita Gil ha estado mintiendo acerca de la existencia de esos vídeos. No quiso denunciar a la mujer que profanó el cuerpo de la víctima porque la había reconocido por uno de dichos vídeos. Y no denunció a la policía. —remarcó el comisario.

—Exacto. Ella, si no ocultase nada, habría denunciado esto en el momento en que descubrió el PenDrive.

Don Francisco la miró unos segundos más, asintiendo; estaba de acuerdo con los argumentos de su subordinada.

—Debemos ordenar la detención de Mónica Gil Allende de inmediato. Por daños materiales a una propiedad, tentativa de homicidio, obstrucción a la justicia y por último, por el presunto asesinato de Asier Cuevas Allende. —anunció el comisario.

Su ronca voz provocaba que a Ariadna se le erizara el vello de la nuca.

Lo que no sabe el comisario es que nuestra querida subinspectora siempre tiene razón.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora