La Orden

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La lámpara del techo iluminaba la mesa de café, la cual había cambiado su decoración de papeles del caso del incendio, por unas cajitas de cartón llenas de comida, una botella de vino y dos copas.

Los dos compañeros estaban sentados en el sofá, picoteando un poco de comida de cada caja.

Ambos sonreían, agradecidos por la compañía que compartían.

—Oye, ¿cómo te diste cuenta de lo del veneno en las uvas? ¿Cómo sabías que las uvas seguirían en el domicilio de la víctima? —preguntó el inspector.

—Todo cuanto se analizó del cuerpo está en el informe, pero cuando una está presente mientras se practica la autopsia, presta mucha más atención. —contestó Ariadna.

Lorenzo asintió, metiéndose más comida en la boca.

—Ya, es que parece que tengas un sexto sentido —replicó él, sonriendo.

—Probablemente —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

El inspector la miró a los ojos, hipnotizado por su belleza, por ese cabello, por esos ojos, por esa nariz, por esos labios que estaba impaciente por volver a besar:

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así? —preguntó Ariadna, riendo y a la vez ocultando lo asustada que estaba de esa mirada.

—Es la primera vez que te veo sonreír, la primera vez que te veo reír. Me gusta verte así —contestó él.

— ¿Así cómo? —preguntó ella, acompañando el tenedor, lleno de comida, a la boca.

—Relajada, sin el escudo que activas al entrar en el departamento —respondió Lorenzo—. No me malinterpretes. Me gusta cómo eres en el trabajo, pero te veo ahora y pareces otra persona, y eso me encanta —aclaró él, escogiendo bien sus palabras para no cagarla.

Ella bajó la mirada, mirando la caja casi vacía de comida, se encogió de hombros, sin saber qué contestar.

—No, nunca bajes la mirada —le pidió él, posando su mano bajo la barbilla de Ariadna, alzándola suavemente; entonces ella lo miró a los ojos—. No agaches la cabeza —añadió—. Fueron esos ojos llenos de determinación y seguridad los que me enamoraron. —confesó él.

La mano del inspector pasó de la barbilla de la joven, a la mejilla.

Con la otra mano cogió la caja de comida que sujetaba Ariadna y la posó sobre la mesita de café.

El silencio inundó el apartamento durante unos segundos.

Ellos no apartaban la mirada del otro, pero fue Ariadna, esta vez, quien se inclinó para besar a Lorenzo. Sus labios volvieron a unirse, primero de forma suave pero el grado de intensidad fue subiendo conforme pasaba el tiempo.

—Sólo una cosa —soltó ella, interrumpiendo el beso.

Lorenzo se separó de ella unos centímetros para poder contemplarla mejor y posó ambas manos sobre su rostro, asintiendo.

—No quiero que los del departamento lo sepan, ni los criminólogos, ni los demás inspectores ni el comisario. Mantendremos una total profesionalidad —pidió ella.

—Te lo prometo, Ariadna. Lo prometo. —susurró él antes de volver a probar sus labios.

Ella se abrazó a él mientras el inspector se dejaba caer en el sofá, quedando tumbado bajo Ariadna.

Las manos del inspector bajaron por el cuello y los hombros de la joven, provocando que su piel se erizara. Sus dedos descendieron hasta la cintura, justo donde acababa la costura de la camiseta.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora