La Autopsia

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La entrada de un mensaje en el móvil despertó a Ariadna, quien se había quedado dormida en el sofá.

No recordaba el momento en que sus ojos se cerraron; había estado revisando el informe del caso una y otra vez, la posición del cadáver, los arañazos en su abdomen, sus ojos abiertos...

Alargó la mano para coger el móvil de la mesa de café y lo desbloqueó, dejando ver el mensaje entrante: la dirección del domicilio de la señorita Gil brillaba en la pantalla; cortesía del inspector.

Eran las ocho y cincuenta y uno de la mañana.

Ariadna suspiró y se frotó los ojos con las palmas de las manos. Poco a poco fue despejándose y su cerebro se preparó para un nuevo día.

Por suerte para ella, había café en la cafetera ya preparado, aunque frío.

Se levantó y recogió los papeles de la mesa para seguidamente ordenarlos en una carpeta.

Se dirigió a la cocina y llenó una taza con el café; la metió en el microondas. En el tostador se introdujeron dos tostadas.

Ariadna se quedó apoyada en la fría encimera; sus pensamientos viajaron hacia la sala donde había interrogado a Mónica.

Retrocedió un poco más hasta el momento en que vio el cuerpo de Asier. A pesar de odiarle, no podía evitar sentirse melancólica; había compartido muchos momentos con él, casi todos hermosos.

Pero debía apartar esos sentimientos, debía centrarse en el caso.

El microondas se apagó y Ariadna sacó la taza de él. Unos segundos más tarde, las tostadas saltaron del tostador.

A nuestra subinspectora le encanta el café solo, sin leche, sin azúcar y le gustan las tostadas con crema de cacahuete y mermelada de fresa.

Mientras devoraba sus tostadas y sorbía el café humeante, pensaba en sus teorías acerca de la muerte de Asier: no podría tratarse de una borrachera dada la posición del cuerpo, pero sabiendo que la pareja había roto hacía poco, empezaba a tener dudas; cada persona lleva las rupturas de diferentes formas. Están los que pasan página rápidamente y otros que se quedan estancados en el pasado, ahogando sus penas en alcohol, y Ariadna lo sabía; ella fue del segundo grupo.

Podía haberse equivocado con la causa de la muerte de su ex-pareja, pero no podía retractarse; no podía darle esa satisfacción al inspector.

El plato estaba vacío; Ariadna cogió el paquete de tabaco y sacó un cigarrillo. Se lo acercó a los labios y lo encendió.

Iba dando sorbos de café y caladas mientras decidía cómo actuar ante Mónica.

El viaje desde su casa hasta el Instituto Anatómico Forense era largo, y más se iba a hacer sin un tema de conversación. Podría hacer el papel de ‹‹poli buena›› para intentar sustraer más información acerca del caso.

Apuró lo que quedaba de café y llevó la vajilla a la encimera de la cocina.

Fue a su habitación para buscar la ropa apropiada que requería la ocasión.

Nuestra querida subinspectora, en horas de trabajo, siempre va con unos vaqueros oscuros, una camisa y una americana; tratándose de un trabajo mayormente de hombres, pretende aparentar un aspecto serio, formal, poco atrayente para la vista masculina. Pero en su tiempo libre, cambia las camisas y americanas por camisetas arrapadas al cuerpo, normalmente de colores muy sobrios, y una cazadora bomber negra.

Una vez vestida se fue al baño y se cepilló los dientes. Acto seguido, se recogió el cabello, de nuevo en una cola de caballo bien apretada.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora