La Fábrica

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Un equipo se preparaba para ir a la casa de la madre de Mónica, con el fin de detenerla y leerle sus derechos.

Se la iba a detener por daños materiales y destrucción de la propiedad La Tela de Blanca, por tentativa de homicidio, obstrucción a la justicia y por último, por el presunto asesinato premeditado de Asier Cuevas Allende.

Don Francisco ordenó a la subinspectora Torres que ella fuera quien liderase el equipo que iba a llevar a cabo la operación.

Ariadna estaba en la entrada del vestuario, esperando que sus compañeros se cambiasen y se pusieran la indumentaria requerida, especialmente chaleco anti balas.

Extrajo el móvil del bolsillo y buscó un nombre en la pantalla: Insp. Vázquez.

El pitido de llamada sonó durante unos segundos en el oído de la subinspectora; estaba nerviosa por la operación y quería avisar a Lorenzo para que no perdiera de vista a Mónica.

—Ariadna —contestó la voz de Lorenzo, débil, con la respiración entrecortada. El instinto de la subinspectora se encendió de inmediato.

—Lo siento, lo siento mucho. —lamentó él antes de que la voz de Mónica sonase al otro lado.

—Hola, Ariadna. ¿Cómo va la investigación? —preguntó, sollozando. A la subinspectora se le desorbitaron los ojos, asustada.

— ¿Dónde estáis? —preguntó Ariadna.

— ¡Vamos, Ariadna! Te creía más inteligente. Adivínalo —contestó Mónica—. Estoy donde Asier debería haber muerto, según dijisteis el inspector y tú anoche, en el portal de mi casa. ¿Cómo se llama este sitio?

«Nos escuchó. Está en La Tela de Blanca», pensó Ariadna.

— ¿Sabes lo que estoy haciendo ahora mismo? —preguntó Mónica, dejando escapar un nuevo sollozo.

La subinspectora empezaba a temer lo peor.

— ¿Qué? —preguntó su voz quebrada.

— ¡Estoy apuntando a tu querido inspector Vázquez con su arma reglamentaria! Se había quedado dormido en mi sofá y se la robé. ¿¡Cómo puede ser un inspector así de inútil!? ¿¡Cómo puede tener un cargo más alto que tú!? —exclamó Mónica.

—Señorita Gil, no haga nada de lo que pueda arrepentirse —pidió la subinspectora.

— ¡No me trates de usted! —gritó Mónica—. Escúchame bien, Ariadna. Vas a recoger toda la información que me implique de alguna forma en el caso, subas a tu Toyota destartalado y vengas aquí. Sola. Si veo un sólo coche de policía aparcado en la entrada, le pegaré un tiro al inspector.

— ¡Ariadna, no vengas! ¿¡Me oyes!? ¡No vengas! —gritó Lorenzo justo antes de que un disparo resonara en el aparato.

La subinspectora dio un respingo y se tapó la boca con la mano, intentando reprimir un grito.

Los gritos del inspector sonaron a través del móvil de la subinspectora.

—Será mejor que te des prisa antes de que se desangre. —lloró Mónica antes de colgar.

Ariadna bajó de su coche, con una carpeta roja en la mano. Se aseguró de cerrar el coche antes de adentrarse en los restos calcinados de la fábrica textil La Tela de Blanca.

Miró en cada rincón, esperando encontrar al inspector o a Mónica. Entonces, una respiración entrecortada mezclada con unos gruñidos la guiaron hasta un despacho que había en la planta baja. Un pequeño cubículo donde todo sonido resonaba de una forma más intensa.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora