El Cuerpo

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Ariadna bajó de su coche y se aseguró de cerrarlo antes de atravesar el portal de la dirección donde había sido enviada.

El edificio no tenía ascensor, así que tuvo que subir tres pisos para llegar a la vivienda. Ella miraba hacia delante, con la cabeza bien alta, pero en su mente contaba los escalones conforme iba subiendo; contó 56 escalones.

La entrada estaba abierta pero una cinta policial amarilla y agente tras ella, le cortaba el paso. Ariadna saludó al agente con la cabeza mientras le mostraba la placa que llevaba colgando del cuello. Ante la señal, el hombre levantó la cinta para que ella pudiera pasar.

Un pasillo largo y oscuro recibió a la subinspectora y una luz fría al final de éste le indicaba el camino.

Una vez atravesado el pasillo, llegó al salón: un lugar demasiado pequeño para el número de agentes de la científica concentrados allí.

Ariadna no vio el cadáver por ninguna parte.

— ¿Dónde está el cuerpo? —preguntó ella a modo de saludo.

Un agente, vestido con un mono de protección blanco, miró a la mujer durante un par de segundos y luego desvió la mirada hacia la placa que tenía colgando del cuello. El hombre se relajó y señaló con el dedo un segundo pasillo, que se encontraba a la derecha de donde se encontraba la subinspectora:

—La segunda puerta. El inspector ya está dentro.

Ariadna asintió y sin entretenerse, fue hacia el segundo pasillo y se acercó, decidida, a la segunda puerta; se encontraba entornada.

Antes de abrirla metió la mano derecha en el bolsillo de su americana y extrajo unos guantes.

Una cosa que debemos saber de nuestra querida subinspectora es que es muy cuidadosa con lo que toca en la escena de un crimen. Si alguna prueba estuviera contaminada, no sería aceptada en un tribunal; toda precaución es poca.

Una vez los guantes cubrían sus delicadas manos, abrió la puerta: era un dormitorio, compuesto por un armario que tapaba parte del papel pintado de la pared izquierda.

La cama de matrimonio ocupaba gran parte de los metros cuadrados del lugar. El cabezal estaba orientado hacia la pared de la derecha, blanca como el papel.

La subinspectora notó la brisa, que entraba por la ventana, en su rostro. Su coleta se movía ligeramente, al igual que la tela de las cortinas.

La estrella del espectáculo se encontraba encima de la cama, cubierto hasta la cintura con unas sábanas beige. El cuerpo estaba en posición fetal, dando la espalda a la puerta; una espalda desnuda, pálida...

Un agente del equipo forense estaba agachado, cámara en mano, a un lado de la cama observando el rostro del cadáver; un flash iluminó a la víctima.

El inspector, un hombre joven de constitución atlética, con cabellos castaños y una barba de tres días, observaba desde la ventana el paisaje urbanístico que rodeaba el edificio. Su mano izquierda estaba orientada hacia la calle, traspasando el umbral de la ventana; un cigarrillo se estaba consumiendo entre sus dedos.

—No se puede fumar en la escena de un crimen, inspector. —dijo Ariadna con un tono neutro pero firme.

El inspector giró el cuello noventa grados e hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo:

—No creo que podamos usar el término ‹‹crimen›› hasta que no sepamos más sobre el asunto. De momento, esto sólo parece un desafortunado desenlace provocado por una borrachera. —contestó él, evitando el tema del cigarrillo.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora