El Taller

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El viaje de vuelta se hizo más largo que el de ida. Mónica se encontraba en el asiento del copiloto, en silencio.

Ariadna no dejaba de pensar en lo que había visto y oído en el laboratorio: creía que no iba a lograr acabar la autopsia sin vomitar, pero lo había conseguido.

‹‹Asier, envenenado››, pensó ella. No descartaba la inyección como posible método de envenenamiento, pero las uvas...

—Mónica, ¿Asier comía uvas en cantidad? —preguntó la subinspectora.

Mónica la miró, enarcando las cejas:

—No —contestó ella—. No le he visto comer uvas, al menos antes de irme de casa.

La subinspectora quiso alejar todo pensamiento relacionado con la víctima hasta llegar a comisaría, donde hablaría con el inspector Vázquez y realizarían un informe exhaustivo.

Llegaron a la ciudad y Ariadna dejó a la ex-novia en el portal de casa de su madre. Mónica bajó del coche sin decir nada y cerró la puerta. No se volvió para ver cómo el vehículo se marchaba calle arriba.

Ariadna no apartó la vista de la carretera hasta que vio el edificio de la comisaría en su ventanilla.

Ella tenía una plaza de aparcamiento a su nombre, así que no tenía que molestarse en buscar sitio para aparcar.

Bajó del coche y se aseguró de cerrarlo antes de entrar en el edificio.

Subió a la tercera planta, que correspondía al departamento de homicidios.

Cuando llegó a su mesa, se encontró al inspector Vázquez sentado en la silla:

—Torres —la saludó.

—Vázquez —contestó ella, quien le tendió el informe—. Mis sospechas han sido confirmadas: muerte por envenenamiento. —anunció la subinspectora.

Lorenzo abrió la carpeta del informe y ojeó las páginas, con aire incrédulo; la subinspectora se sintió eufórica al contemplar su rostro. Esa era su ‹‹cara de retractación››.

— ¿Etilenglicol? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—Es el veneno que han encontrado en el organismo de la víctima. Esta sustancia se suele encontrar en los anticongelantes de los automóviles, en el líquido para limpiar el parabrisas... —explicó ella—. Seguramente podremos saber más cosas acerca de la sustancia haciendo una rápida búsqueda por internet, pero para eso debería usted levantarse de mi silla para que pueda trabajar. —insinuó ella.

Lorenzo levantó las manos como señal de burla y se levantó de la silla. Ambos se quedaron muy cerca del otro; él no se apartaba.

—Ya tiene usted su informe, inspector. Tengo que trabajar —dijo ella sin apartar la mirada de la del inspector.

—Oye, no hace falta que me trates de usted. Al fin y al cabo somos compañeros, trabajamos en el mismo caso —le insinuó el inspector, esbozando una sonrisa traviesa.

—Oiga, no hace falta que usted me tutee. Al fin y al cabo somos compañeros y trabajamos en el mismo caso. ¿Dónde quedarían las formalidades, si no? —replicó ella—. No es usted mi tipo, inspector. Y ahora, apártese de mi mesa. —añadió ella. Y sin esperar una réplica del inspector, se apartó y se sentó en su silla.

Nuestra querida subinspectora no está interesada en tener relaciones sentimentales y/o sexuales con sus compañeros de trabajo, y mucho menos con el inspector Lorenzo Vázquez, cuya metodología de trabajo es lo que equivale a fumar en medio de una escena del crimen.

EL AMOR MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora