Capítulo 01

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Miró su reflejo en el espejo y suspiró pesado.

Se apoyó con ambas manos contra el mueble del lavamanos y comenzó a tomar grandes bocanadas de aire.

Estaba sucediendo de nuevo, como cada día durante el último mes.

Los golpes en la puerta le aturdieron, pero le hicieron recomponerse un poco.

- ¿Señor? – se escuchó del otro lado de la madera - ¿está bien? –

El joven no respondió.

Corroboró su reflejo una vez más y abrió luciendo tan pulcro como se debía.

- Lo siento – aclaró su garganta – me siento algo ansioso, es todo –

- ¿Necesita un par de minutos más? –

- No es necesario – caminó por delante del otro - ¿han tenido noticias de mi hermano? –

- Todavía no –

- Se supone que llamaría hoy – murmuró más para sí mismo – está bien, trata de comunicarte con él. Va a llover toda la tarde y... - lo miró - ¿qué debo hacer? –

El empleado lo miró sonriente y se acercó a él.

- Tal vez ofrecerle transporte – susurró – o posponer su visita –

- Descarta eso – negó – no puedo soportar un día más sin una cara conocida que no sea la tuya. Estoy tan irritado –

Llegaron a una puerta descomunal y se detuvieron frente a ella.

El joven irguió su postura y dejó que el mozo que lo acompañaba peinara superficialmente sus cabellos, acomodara el cuello de su camisa y palpara su chaqueta para retirar cualquier imperfección.

- ¿Está listo? –

- ¿Por qué no puedes tomar mi mano? –

- Vas a estar bien – susurró a su oído – ya lo sabes... -

- Con la frente en alto – asintió en su dirección – estoy listo –

El ayudante levantó una mano como señal y ambas puertas se abrieron frente él.

Un sinnúmero de cámaras disparaban en su dirección, encandilándolo ligeramente.

Quería quitarse la chaqueta y cubrir su rostro para llegar al auto, pero no podía hacerlo.

Él tenía que dar cierta impresión.

La que todos esperaban.

Llegó a su coche que esperaba ya con la puerta abierta y subió de inmediato, siendo rápidamente alcanzado por su empleado, quien logró bloquear los flashes con su espalda.

- ¿Cómo se siente? –

- Aturdido – apretó los labios.

- Va a acostumbrarse – trató de animar.

- Tengo que hacerlo ¿no? – abrió su chaqueta - ¿a dónde vamos? –

- A la casa familiar – frunció el ceño – pensé que es lo que había solicitado –

- Eso hice – asintió – lo siento, no tengo el control de mi agenda y... -

- Me haré cargo – se acomodó en su lugar - ¿necesita un repaso? –

- Necesito... - se dejó caer en su asiento – necesito hablar con mi hermano lo antes posible –

- Tú en serio piensas que él podrá abogar por ti ¿no? –

- No creo que siquiera lo intente – sus ojos se aguaron – pero necesito un sostén ahora, no que el estúpido esté con la fuerza aérea. Dios sabe que ellos no lo necesitan. Hay mejores capitanes de vuelo y... -

- Es su deber – palmeó su hombro – puedes entenderlo. Debes hacerlo –

El joven miró sus manos temblorosas y sonrió con tristeza.

- Es sólo que todo pasó tan rápido – dijo con un hilo de voz – desde lo de papá, él se fue tan pronto como llegó y yo no he podido hablarlo con nadie –

- Me tienes a mí –

- Es diferente – lo miró – de alguna forma lo es –

- Es mejor que nada – aseguró.

- Te agradezco que lucharas por mantener tu puesto – suspiró pesado – sé que te habría gustado volver a casa, convivir con tu familia, hacer una propia... -

- Mi vida está con usted, señor. Y lo estará hasta que usted me lo permita –

- No tienes que hacerlo – susurró avergonzado.

- Quiero hacerlo – sinceró – además ¿qué haría sin mí? –

- Estaría perdido, eso es seguro – negó – ¿se nota que tuve alguna clase de colapso mental? –

- Se ve tan impecable como siempre –

- Bien – lamió sus labios – ya puedo repasar mi agenda –

- No tiene nada por hoy – anunció como si se tratase de una buena noticia – al parecer todos están respetando el luto. De alguna forma los políticos entienden que si su hermano no está en la ciudad, no habrá hombro en el cual apoyarse – miró hacia la ventana – eso sin contar el gran aprecio que todos teníamos hacia su padre –

- Era un buen hombre –

Pero lo odiaba.

Eso era algo que bajo ninguna circunstancia se atrevería a mencionar en voz alta. Ni siquiera a su más leal doncel.

Sabía que se trataba de un berrinche digno de alguien de su edad que no sentía que pudiese cargar con todas las responsabilidades que le habían sido delegadas.

El aprecio que tenía por su progenitor se había reducido al amargo sabor que sentía cada vez que recordaba todo lo que estaba bajo su mando.

Quería llorar de rabia.

No era el momento aún. No lo había sido.

Tuvo la oportunidad de expresarle en diversas ocasiones que él no se sentía preparado para asumir dicho cargo. Que su hermano mayor era el indicado para ello.

Sin embargo su padre, aún cuando cayó enfermo, hizo caso omiso de su descontento y le recordaba constantemente que, si bien, su hermano cumplía en edad y formación, él tenía como deber dirigir a la fuerza aérea de su nación, desempeñando el más alto cargo de dicha rama.

Tras su muerte ni siquiera tuvo tiempo de lamentarse.

O la intención de hacerlo.

Todo lo que sentía era un profundo resentimiento hacia él y su legado.

No era que le costara llevar a cabo el trabajo, sino todo a lo que tendría que renunciar.

No habría más autonomía en cuanto a sus decisiones, pues ya no concernían solamente a él.

Ahora dictaban el destino de su nación.

Nación a la que amaba, respetaba y serviría por el resto de su vida con devoción.

A pesar de ello, no había planeado que fuera de esa manera.

Se estacionaron frente a la casa en la que había habitado desde su niñez y, apenas se dio cuenta, alguien estaba abriendo la puerta para él.

Bajó y miró al mozo que le atendía para saludarle, pero este ya no podía mirarle a los ojos.

Suspiró resignado y tragó duro, intentando deshacer el nudo de su garganta.

- Buen día –

- Buen día, su majestad –

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