Capítulo 15

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Tan pronto como abrió los ojos, quiso cerrarlos nuevamente y mantenerlos así por el resto de su día.

Jeno se había ido esa mañana y él no había tenido tiempo ni siquiera de examinar con cuidado sus recientes sentimientos hacia él.

Talló sus ojos con fuerza e intentó incorporarse sintiendo como todos sus músculos dolían debido a lo ocurrido la noche anterior, lo que le causó aún más frustración.

No quería seguir con su día.

Se sentía confundido y su maldición, aquél deber con el que tenía que continuar sin importar qué, le hacían resentir aún más la relación que tenía con su hermano.

Debió considerar lo significativo que sería tener el apoyo correcto día a día ante este tipo de situaciones, que sin duda sucederían con frecuencia, pero no lo hizo.

Él se había ido.

A favor personal había logrado asearse y vestirse a sí mismo, lo que le otorgó entrañables minutos de tranquilidad.

Apenas dio un paso fuera de su habitación, su leal doncel le esperaba con una sonrisa tranquila.

Una que significaba todo.

- Buenos días – dijo en voz baja.

- Buenos días – respondió ronco.

- Jeno se fue esta mañana –

- Ya sé – talló sus ojos – ¿dijo algo? –

- No a mí – se acercó a él para susurrar - ¿cómo te sientes? –

- ¿A qué te refieres? –

- Sabes a lo que me refiero – rió discretamente – tú... bueno, ya sabes –

- ¿Piensas que fue mi primera vez? –

- ¿No lo fue? –

- Lo dejo a tu consideración – bufó divertido - ¿lo escuchaste? –

- Fue un accidente – se encogió de hombros – no podía dormir así que me encaminé a tu habitación. Pero no te preocupes, hice guardia por un rato para asegurarme que nadie más lo hiciera, e incluso si no lo hubiera escuchado... –

- ¿Se nota mucho? –

- Lo noto mucho – corrigió – te conozco tan bien –

- No lo suficiente para saber sobre mi pasado –

- Oh, yo lo sé – palmeó su hombro – tenías dieciséis y fue con uno de los chicos que cuidaban a los caballos – entornó los ojos – estaba dándote el beneficio de la duda –

El menor apretó los ojos y negó divertido

- Ni siquiera mi papá sabía tanto de mí –

- Eso tiene sus ventajas, supongo –

- Supongo – suspiró – sobre lo que dijiste de Jeno, ¿a quién sí le dijo algo? –

- Tuvo una palabra de algunos minutos con el mayordomo –

- ¿Jaemin? –

- ¿Na? – rió – sí –

Bien, ahora definitivamente se sentía perdido.

Una ira desbordante comenzó a apoderarse de cada centímetro de su cuerpo y quería tanto desquitarla.

Sólo había una persona responsable de todo lo que le estaba pasando ahora, de todas las responsabilidades que se le estaban delegando, de todo el trabajo que tenía, de todo aquello que se le privó, de haber conocido a Jeno.

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