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Capítulo seis

 
Liam se despertó tarde el tercer día. Era casi como si su cuerpo supiese que era lunes por la mañana y que normalmente en aquel momento estaba apresurándose para llegar al trabajo, apartando de un empujón al resto de gente que se dirigía a sus puestos de trabajo para conseguir entrar en el metro, apretujándose junto a los adolescentes aburridos y medio dormidos que iban masticando chicles y los hombres de negocios que siempre sacaban los codos a los lados y se negaban a doblar sus diarios, y por lo tanto su cuerpo hubiese decidido que se había ganado holgazanear un poco.

Apartó las sábanas, atontado y con cara de sueño, y se preguntó cuándo había sido la última vez que había dormido hasta pasadas las siete. Lo más seguro es que hubiese sido antes de cumplir los treinta, antes de conocer a Ben, en una época en que ir de fiesta con Amy había constituido su práctica habitual.

Se pasó un buen rato preparando algo de café y unas tortitas, usando los ingredientes que había comprado en la tienda del pueblo. Le llenaba de placer ver los armarios llenos de comida y oír el zumbido del frigorífico; sentía que lo tenía todo controlado por primera vez desde que había salido de Nueva York, al menos lo suficiente como para sobrevivir al invierno.

Saboreó cada bocado de sus tortitas y cada sorbo de su café, sintiéndose descansado, caldeado y rejuvenecido. En lugar de los sonidos de la ciudad de Nueva York, lo único que podía oír era el romper distante de las olas en el océano y el suave goteo rítmico a medida que se iban derritiendo el resto de los témpanos.

Estaba en paz por primera vez en mucho tiempo.
Tras un desayuno relajado, Liam limpió la cocina de arriba abajo. Lavó los azulejos, revelando el intrincado diseño William Morris que había bajo la porquería, y después sacó brilló a los cristales de los armarios, consiguiendo que las partes de vitral destellasen.

Fortalecido al contar con una cocina en buen estado, decidió atacar otra de las habitaciones que ni siquiera había comprobado todavía por miedo a que su estado abandonado lo hundiese.

Se trataba de la biblioteca.
La biblioteca había sido su habitación preferida de niño. Le encantaba cómo estaba dividida en dos por unas puertas de bolsillo blancas de madera, de tal modo que podía encerrarse en un rincón para leer. Y, por supuesto, adoraba los libros que contenía. Su padre no había sido muy elitista cuando se trataba de literatura; había sido una de aquellas personas que creían que todo texto escrito se merecía ser leído, así que había permitido que Liam  llenase los estantes de romances adolescentes y dramas de instituto con portadas chabacanas ilustradas por puestas de sol y siluetas de hombres musculosos. Aquello hizo reír a Liam  cuando le quitó el polvo a varios volúmenes; era como si se hubiese conservado una parte llena de vergüenza de su propia historia. Estaba segura de que, si la casa no hubiese permanecido abandonada durante tanto tiempo, habría acabado tirando aquellos libros en un momento u otro, pero gracias a las circunstancias habían permanecido allí, acumulando polvo a lo largo de los años.

Dejó el libro que tenía en las manos de nuevo en la estantería, invadido por la melancolía.
Decidió que lo siguiente sería hacer caso al consejo del electricista y subir al ático para comprobar el estado de la instalación eléctrica. No estaba seguro de cuál sería su siguiente paso si los ratones de verdad habían provocado daños, si gastaría el dinero necesario para arreglarlo o si sencillamente lo dejaría tal y como estaba durante el resto de su estancia en la casa.

No parecía muy buena idea invertir en la propiedad cuando sólo iba a pasar un par de semanas como mucho en ella.
Bajó la escalera plegable, tosiendo cuando una nube de polvo cayó en cascada desde la oscuridad que se abrió encima de el,  y se asomó por el hueco rectangular. El ático no lo asustaba tanto como el sótano, pero las telarañas y el moho no lo entusiasmaban precisamente. Y eso sin mencionar la sospecha de que había ratones…
Subió las escaleras con cuidado, tomándose cada escalón con calma y ascendiendo hacia el agujero centímetro a centímetro. Cuando más subía, más veía del ático. Estaba, tal y como había sospechado, completamente atestado de cosas.

Por Ahora Y Para Siempre [ Ziam ] Adaptación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora